El encuentro, 2013.
Estamos acostumbrados a ver imágenes que documentan la devastación producida por la guerra en las ciudades. Los bombardeos derrumban edificios, borran calles, deshacen la historia arquitectónica, entierran víctimas. Pero las bombas también caen sobre los campos y los bosques, que han sido desde tiempos inmemoriales escenario de crueles batallas (tema de una de las series más conocidas de los fotógrafos españoles Bleda y Rosa), aunque existan muchos menos documentos gráficos sobre ello. Hace poco, cayó en manos de Pablo Genovés (Madrid, 1959) un grupo de viejas fotografías de un bosque bombardeado durante la Primera Guerra Mundial. Y vio allí tanta violencia y tanta desolación como en las escenas bélicas urbanas. Pero, sobre todo, percibió una metáfora de los tiempos actuales, en los que parece que hemos perdido toda posibilidad de una utopía de progreso: como indica el nombre de una de estas obras recientes, asistimos al "colapso de los sueños".El trabajo hasta ahora inédito que presenta en la Galería Pilar Serra, con el título de Antropoceno, es una continuación de las series anteriores, en las que imaginaba, a través del collage digital de fotografías y postales antiguas, la invasión de suntuosos espacios palaciales o eclesiásticos por fuerzas destructoras, unas veces naturales y otras industriales. El tono sigue siendo apocalíptico y el tratamiento formal es similar, pero hay algunas novedades.
La más evidente es la disposición de las fotografías en la pared, cubriendo toda la altura, como en un gabinete. O como en un políptico. Con este recurso, las imágenes interactúan más intensamente entre ellas y producen un efecto más contundente en el espectador. Y no están dispuestas al azar o según un orden meramente estético. Juntas, componen una escena disgregada pero coherente, basada en una secuencia espacial en vertical: abajo tenemos varias imágenes que componen un horizonte acuático, con inundaciones de arquitecturas que, frente a series anteriores, no son tormentosas o torrenciales sino lagunares. En un nivel intermedio, visiones más frontales de muros y paisajes en los que la mirada queda siempre bloqueda, pues no hay perspectivas abiertas sino paredes o, si acaso, vistas fingidas. Y arriba, los celajes artificiales de las bóvedas, en los que se cifra la aérea promesa del porvenir desde el punto de vista del poder político o espiritual. Todo tomado por una vegetación muerta o seca, de ramas punzantes y raíces desenterradas. Son, en la línea de lo que venía haciendo el artista, paisajes interiores, ahora dominados por una calma fría y fatal. Las ruinas naturales invaden las ruinas arquitectónicas.
El olvido de los vencidos, 2013.
Tanto las arquitecturas, barrocas y rococó, como la vegetación pueden tener una lectura en clave temporal. Nos advierten de que todo lo que pensábamos que conservaríamos para siempre corre un grave peligro. El lento depósito del tiempo en las producciones del arte y de la naturaleza, roto por un cataclismo. Aunque también nos hacen pensar sobre los tiempos de creación y de consumo de las imágenes, tan alterados respecto al arte del pasado, y no solo por culpa de la tecnología digital. Sobre el invierno de la sensibilidad.