Cézanne: Joven descansando (c. 1887)
A veces se me aparece Cézanne, o su pintura. Me ocurrió por primera vez casi de niño, ojeando las láminas de los libros de la colección Skira cuando pintaba paisajes y bodegones con Bonafé y en secreto hacía mis propias versiones de esas pinturas. De adolescente, en una época de deseos, emociones y necesariamente picassiana, se volvían a repetir estas apariciones de forma inevitable o, más tarde, conociendo ya la pintura de artistas norteamericanos como Stella, De Kooning, Diebenkorn o Warhol, intentando, en una especie de performance movida por vínculos emocionales y siguiendo de alguna manera sus pasos, hacer una obra sobre el modelo desproveyéndola de cualquier narración que no fuese la pintura misma (materiales, proceso, cuadros y estudio). Después vendría el incorporar una figura clásica de escayola a unos limones teniendo en cuenta la experiencia de Jasper Jonhs, utilizando pinceladas cortas reiterativas y sin matices -se volvía a aparecer-, lo mismo que al internarme en el huerto a pintar la naturaleza utilizando modelos desnudos, como en su caso y con su actitud, mezclando volúmenes sin sombras, vegetación con carne y tierra, anulando los contornos o utilizándolos de forma independiente; huyendo de la narración, haciendo que los personajes se convirtiesen en figuras sin rostro o sexo reconocible, como en esas pinturas suyas donde soldados desnudos o en calzoncillos pasan a ser ondinas o a componer Las tentaciones de San Antonio. Un Cézanne movido por una emoción o un deseo, buscando unos cuadros de un cierto ideal científico-placentero bastante ajeno a la visión de sus modelos, como los retratos del impasible jardinero, pues aparte de sus autorretratos, sus figuras solo son pintura, sin posibilidades literarias.La coincidencia en un tema raro (un niño jugando con ratas) que pinté en los 80 y que más tarde encontré en un dibujo suyo, el vínculo creado con su pintura, reconocerlo no solo en algunos de mis cuadros sino en los de otros como Malevich, Duchamp o Baldessari, me produce un enorme respeto. A fin de cuentas, a fuerza de trajinar con esa urgencia por tocar distintos temas, que urdía en solitario, le llevó a plantear las bases de la diferencia de valor entre la narración que sirve de argumento a una pintura y la pintura independiente de ese argumento que sigue agitando cerebros a pesar de que su origen esté olvidado. Inventó maneras de pintar que le sirvieran para sus fines y abrió tantas puertas y ventanas al campo que la ventolera con olor a aguarrás todavía nos alcanza. Como homenaje, y a modo de ritual, le hago ofrendas de vez en cuando (ya lo hizo anteriormente Picasso colocando su sombrero en una naturaleza muerta). A veces una de sus cebollas aparece en mi mesa de trabajo o una pintura de pinos rectilíneos, nubes verdes y cielos que traspasan el perfil de la montaña pintados a pinceladas cortas me sirven de escenario... Pueden parecer costumbres primitivas aunque es posible que no sea solo cosa mía, que ocurra en otros casos y no quieran contarlo.