Vista de la sala

Centro de arte de Alcobendas. Mariano Sebastián Izuel, 9. Alcobendas (Madrid). Hasta el 20 de febrero.

Ginkgo fue una galería pionera en varios aspectos. Nació como un proyecto muy modesto, liderado por Arturo Rodríguez y el artista Mitsuo Miura, y se convirtió enseguida en un foco de interés en el contexto galerístico madrileño. Empezó sin local y produciendo ediciones; eso no era nuevo, pues hacía tiempo que Pilar Serra hacía lo mismo en Estiarte y había otras galerías de obra múltiple, pero ellos quisieron ampliar ese concepto a formatos más variados e innovadores, como puede comprobarse en esta exposición que recoge la mayoría de las ediciones que pusieron en circulación y que se pudo ver anteriormente en el Centro de Arte La Panera, en Lérida.



Esa voluntad expansiva les llevó a invitar a los artistas a que interviniesen en la fachada de la galería que abrieron en 1992 en Dr. Fourquet, que ya era una de las calles del arte pero con mucha menos densidad (y en la que hoy hace lo mismo la galería Moisés Pérez de Albéniz), trasladando su energía creativa al espacio público. También a establecer un sistema de suscripción con cuotas muy asumibles (a partir de 5.000 pesetas) que les permitió subsistir más allá de lo esperado y que animó a muchos aficionados a convertirse en pequeños coleccionistas. Pronto, en 1994, pasaron de la generación de Mitsuo Miura (Alfonso Albacete, Manolo Quejido, Santiago Serrano, Adolfo Schlosser, Carlos Pazos, o Nacho Criado) a artistas más jóvenes con los que no solo hacían ediciones sino exposiciones de obra original, y les representaban ya como galería de pleno derecho: Mateo Maté, Alicia Martín, Marchesi o Pérez Agirregoikoa recibieron un apoyo inicial decisivo, y después pasaron por allí otros hoy tan conocidos como Jordi Colomer, Jon Mikel Euba, Esther Partegás, Javier Peñafiel o Sergio Prego.



Era una galería hecha entre amigos y amigable, en unos tiempos aún no del todo superados en los que el simple visitante no siempre era recibido con la suficiente cordialidad, pero también exigente en lo artístico. Es importante recordar sus logros, sin obviar las dificultades económicas que llevaron finalmente a su cierre. Quedan las cuidadas ediciones que allí se hicieron y que los más jóvenes podrán conocer ahora, así como un recorrido histórico a través de todas las exposiciones organizadas en sus diez años de existencia que podemos seguir a través del CD incluido en el catálogo. Esta muestra viene a confirmar una tendencia aún muy débil y reciente que debemos reforzar: se suma a las "fuentes" para la historia del arte contemporáneo en España, que no ha estudiado aún con la profundidad debida la historia de las galerías. El reciente volumen de la serie Impasse, editado por La Panera, avanza en esta dirección, tras el gran empuje que dieron las diversas actividades relacionadas con la galería Juana Mordó -que Helga de Alvear ha favorecido- y la exposición sobre la galería Buades en Patio Herreriano. Es fundamental que los archivos de las galerías que han estado a la cabeza no solo del mercado sino también de la difusión del arte actual se conserven y se depositen en centros de estudio; el MACBA y el Reina Sofía acogen ya varias donaciones de este tipo pero queda casi todo por hacer.



Volviendo a Ginkgo, no me queda más que recomendarles la visita y, de paso, recordarles que la obra de arte múltiple es un territorio creativo nada desdeñable que muchos artistas transitan gracias a editores serios y comprometidos, y que está al alcance de muchos más bolsillos que la original. Aquí tenemos estupendas ediciones de Schlosser, Eva Lootz, Criado, Franco, Albacete, el propio Miura, Colomer (Para chichos y chicas, que da título a la muestra), Maté y Óscar Seco.