Paula Rego en su estudio en Londres. Foto: Stephen James

Es una de las pintoras más relevantes de la escena internacional y una de las voces plásticas más combativas surgidas en la segunda mitad del siglo XX. Paula Rego presenta ahora su trabajo en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Unión Fenosa, en La Coruña. Fábulas Reales teñidas de vulnerabilidad y tragicomedia. Como la vida misma.

Hay algo en ella de agresividad y ternura. No niega que es una persona oscura. Sonríe a menudo aunque su voz tiene cierta cadencia triste. La arrastra desde hace décadas, cuando murió su padre, que guardaba el mismo tipo de silencio incomunicable. Paula Rego (Lisboa, 1935) se confiesa un ser complejo, casi un personaje de ficción, a caballo entre el realismo y el simbolismo de los muchos cuentos de Eça de Queiroz que relee compulsivamente desde niña. Hoy, casi octogenaria, todavía dice serlo: "Sigo sintiendo el tirón de lo que alguna gente llama fantasía, y que para mí tiene que ver con la imaginación trascendental".



La suya, desbordante, la ha llevado a ser una de las voces femeninas más poderosas de la pintura contemporánea. Hace tiempo que sus cuadros superan el millón de euros en las subastas y que su firma se convirtió en una de las más deseadas para los coleccionistas desde finales de los 80. Entonces ella había cumplido los 50 y llevaba casi 40 viviendo en Londres. Fue entonces cuando entró en la lista de candidatos al Premio Turner y su exposición en la Serpentine Gallery le abrió las puertas al éxito, que España celebró en 2007 con la gran retrospectiva que le dedicó el Museo Reina Sofía. En Portugal el reconocimiento total llegó en 2009, con la apertura de un museo enteramente dedicado a documentar su vida y su obra, en la villa de Cascaes.



El nombre de su museo, Casa das Histórias, dice mucho de lo que ella es: "No me gusta demasiado la palabra arte... De hecho, si veo que me acerco al arte, cambio de rumbo. Lo que yo hago es contar historias al margen de modas y tendencias artísticas. Tal vez porque tenía una tía que de pequeña me contaba historias continuamente. Lo que me gusta es cambiarlas, transformar los personajes. Uso la literatura como vehículo para llegar a otro lugar, como cuando te pones un abrigo para salir a la calle e ir a algún sitio", dice. Muchos hay en su estudio, su cuarto de juegos: ropa antigua de su madre y su abuela que utiliza para vestir a sus muñecos de trapo, que muchas veces hacen de actores mudos de sus obras.



Ella y sus vísceras

Por encima de todo son Fábulas Reales. Así ha titulado su exposición en el Museo de Arte Contemporáneo Gas Natural Unión Fenosa, en La Coruña. Con 52 obras repasa su trayectoria desde los años 70 y presenta algunas de sus últimas pinturas. La obra estrella es Oratorio, de 2009, un retablo que muestra la imagen de dos violaciones y una ablación, y resume el espíritu combativo y feminista de la artista. "La hice a raíz de una invitación del Museo Foundling, una institución inglesa que preserva la memoria de niños abandonados. La muestra ponía en diálogo mi trabajo con el de Tracey Emin y Mat Collishaw, y lo que hice fue una réplica de los oratorios portugueses. Combina pintura y escultura y es un intento de buscar nuevos caminos experimentales", explica.



-¿Qué busca con su trabajo?

-Proteger a la mujer. Me interesa lo físico y lo social, denunciar las injusticias políticas y legales que padecen las mujeres, que en algunos países son muchas y muy graves. Hablo del aborto o la ablación, por encima de todo de comportamientos. Lo que propongo es tomar conciencia. Es el arma que tenemos los artistas. Podemos atacar al sistema desde la pintura. Como ella puedes amar y odiar, eres libre para reflejar cualquier cosa. Aunque a veces no se entiende. De mi serie de abortos en Portugal, por ejemplo, nadie se dio cuenta de lo que significaban hasta tiempo después. Los críticos se limitaron a decir que tenía colores muy bonitos...



Hablo del aborto y la ablación, de la urgencia de tomar conciencia. Es el arma que tenemos los artistas"

-En sus obras siempre hay cierta violencia latente. De hecho, hasta sus colores pastel son un poco ácidos...

-En mi trabajo necesito la violencia para dañar a la gente que odio. Puedes hacer cualquier cosa con la imagen, a nivel creativo, devolver todo tipo de humillación y crueldad.



-¿Se define como una artista política?

-En realidad no, aunque ante ciertos temas no tengo más remedio que serlo.



-Su obra ha cambiado mucho a lo largo de los años. Al principio era muy narrativa, directa y hasta naif. En los 60 pasó a ser más abstracta, casi surrealista. Durante los últimos 20 años mantiene un realismo simbólico... ¿Qué es lo que siempre permanece?

-La fidelidad al drama humano. Siempre hago hincapié en la experiencia vivida. Mi trabajo tiene que ver con la persistencia y la suerte. De algún modo, siempre está la tiranía y la venganza. La gente que tiraniza a otra gente. El que está arriba y el que está abajo. Los juegos de poder. Lo que siempre busco es lo que la pintura puede devolverme; cómo se pueden cambiar las cosas de manera radical.





Red Monkey beats his Wife, 1981 (detalle)



-¿Es posible la belleza desde ese prisma?

-Para mí la belleza es lo grotesco y lo bizarro. Todos los grandes maestros han recurrido a ello. Bacon, Lucian Freud, Goya... Su obra, por ejemplo, emana terror. Yo siempre he vivido asustada por todo... El miedo está muy presente en mí.



-¿Miedo a qué?

-Miedo al vacío, a no tener nada...



-Nada es, precisamente, el título de la novela de Carmen Laforet, que tan privilegiado lugar ocupa en su biblioteca. ¿Con qué otros libros trabaja?

-Especialmente con cuentos populares portugueses, como los de José Maria Eça de Queiroz. Ahora trabajo en una serie sobre La Reliquia. Sus relatos son muy crueles. Y la vida es también así, algo fantástica.



-¿El dibujo también es una constante?

-Todo lo que hago está relacionado con él. De hecho, todo empezó con un lápiz, a los 4 años. Recuerdo de manera especial un retrato a mi abuela con 9. Fue ella quien me cuidó de pequeña. Su casa en Lisboa es con frecuencia el escenario de mis historias. También trabajaba con el collage, me encantaba cortar cosas. Le cortaba incluso los dedos de mis muñecas. Cortar era una manera de componer el cuadro, y eso fue crucial para la pintura posterior. A finales de los 70 todo cambió porque hubo un renovado interés por la pintura. Empecé con óleos y seguí con acrílicos. Aunque el gran cambio vino a mediados de los 90, cuando empecé a utilizar el pastel, que es casi igual que dibujar, uno ‘ataca' el papel o la tela, como con el lápiz. Es algo agresivo y tierno al mismo tiempo...



Cara de perro

El primer cuadro en el que usó pasteles fue Mujer perro, de 1994, donde canalizó la rabia y la pena de ver morir de esclerosis múltiple a su marido, Victor Willing, también artista. En ese cuadro, Lila, cuidadora de su esposo, le hizo de modelo por primera vez. Rego aparece como una niña empeñada en abrirle la boca a un perro, con el fin de hacerle tragar las medicinas. Como en los cuentos infantiles, los animales tienen cualidades humanas en sus cuadros. Conejos, cerdos, ovejas, aves... que también oscilan entre la ternura y la violencia, la comedia y la tragedia.



-¿Las ideas también llegan así, con esos giros emocionales?

-Todo es muy azaroso. Puedo empezar a pintar con unos sentimientos y acabar con los contarios. El proceso creativo es algo que me preocupa bastante, saber de dónde vendrá la próxima historia... Eso es parte de la obra, y nunca quiero conseguir aquello que deseo a priori. Me gusta el hecho de cambiar el cuadro, moverlo de sitio, corregirlo... La sorpresa final. Siempre confío en que algo en mi foro interno sepa qué está haciendo y tiro para adelante...



Lo último la ha llevado hasta don Manuel II, el último rey de Portugal: "Fue un exiliado en Inglaterra, como yo". ¿Portugal también le despierta el amor-odio? "Portugal siempre está presente, pero me resulta imposible trabajar allí".