Imagen de El Banquete
Sentarse en una mesa puede servir para variadas actividades. Lo más lógico sería pensar en comer, en beber y en su posterior sobremesa charlando de todo tipo de cosas. También se puede jugar, se puede reír, se puede compartir, se puede amar, se puede... digamos que se puede hacer todo lo que a uno le apetezca en una mesa. La imaginación vuela y se disfruta. Esto es lo que propone El Banquete, una adaptación del diálogo platónico escrito hacia el 380 a.C y que Sonia Sebastián dirige con el Teatro de Cámara Cervantes. Son cinco los dramaturgos, cinco los personajes y cinco los puntos de vista sobre el amor, "algunos desde un punto de vista personal y otros adaptados al personaje en cuestión", comenta la dramaturga María Velasco. Una propuesta en la que se come y se bebe con los actores a la vez que se reflexiona sobre los más oscuros arcanos: el amor y la comida."Se trata de una obra gamberra pero anclada en el texto original de Platón", comenta Sonia Sebastián. La pieza estaba concebida para ser representada en un espacio no convencional donde el público pudiera interactuar con los protagonistas. En este caso son cinco voces; las de Aristófanes, Fedro, Agatón, Sócrates y Alcibíades. Todos ellos clásicos de la filosofía, grandes pensadores de grandes resacas. Cada uno de los dramaturgos ha propuesto su discurso del Eros en relación a nuestra manera de ver el amor y su desintegración en relación al discurso dietético de nuestra sociedad.
Estamos frente a una mesa que sirve de cama y de ring dialéctico. Sebastián comenta: "Es imposible hablar del amor y de la comida desde un lugar seguro. Al comer y al amar nos implicamos en el otro: nos quedamos desnudos, furiosos, tranquilos, enfermos y felizmente conscientes de que somos cuerpo y eso, hay que celebrarlo". De modo que, mediante una estética que mezcla elementos clásicos con los contemporáneos, naturales y sintéticos, La Pecera, la cafetería del Círculo de Bellas Artes, se convierte en escenario. Un lugar en el que un torso desnudo, una chupa de cuero, un traje o unas mallas de aerobic se entremezclan con los entrantes, los platos principales y el postre. Como no, el café y su consiguiente licor de cicuta. A medida que la obra va transcurriendo, una voz en directo canta canciones de amor, un cocinero trae la comida y un artista plástico va recreando lo que ocurre en el escenario y los extrapola a un lienzo. El arte del arte elevado al cuadrado.
Así, todo comienza con una cata de vinos que sirve de introducción y presentación de los invitados. Luego es el turno de los entrantes con el discuros de Aristófanes, el origen del amor y el mito andrógino transmitiendo el anhelo de la plenitud perdida. Fredo dará pie al primer plato representando el amor como divino valor que hace vivir a los hombres de manera honesta. Al terminar, será el turno del segundo plato con las palabras de Agatón, un discurso cargado de retórica y pobre de ideas donde alaba el amor y la belleza. Es sabido que la esclava no tiene tiempo para el amor. Sócrates sirve de postre y nos introduce en la idea del amor como deseo de lo que no se tiene y sobre la vida mística. Alcibíades, por su parte, será el café, lo amargo, la pregunta de"¿Habéis sentido alguna vez ese agujón?". Y para paliar las heridas un chupito de cicuta.
Y es que ya lo dijo Claude Lèvi-Strauss: hay que entender lo que se come y cómo se come para poder comprender las bases de una sociedad. Y esto, a su vez, nos da pistas sobre los modos y costumbres amorosas de una cultura. Se trata de ver, de observar, de oler, de tocar, de saborear. Se trata de dar valor a la comida y a los encuentros carnales. El Banquete nos propone una reflexión y nos acerca los discursos filosóficos de la Antigua Grecia a nuestros días. Comed, bebed, amad. Una borrachera filosófica. Una resaca feliz.