Néstor Sanmiguel junto a sus obras. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

Ha pasado de ser un artista desconocido a uno de los más demandados del arte español, aunque para Néstor Sanmiguel Diest el tiempo es algo relativo y elástico, una reconstrucción sentimental, como define su pintura. Ahora es la feria Artissima de Turín la que le rescata para su sección Back to the Future, que rinde homenaje a los olvidados.

A Néstor Sanmiguel Diest (Zaragoza, 1949) siempre le han gustado los márgenes. Los del arte de los grandes eventos e inauguraciones, los márgenes de las modas del mercado y los de Aranda del Duero, donde vive desde hace años alejado del ajetreo artístico. También le gusta situarse en el límite de su pintura y en las esquinas y bordes de sus cuadros, que hace tiempo convirtió en su cuaderno de notas, donde escribe pensamientos fugaces. "Ocurrencias, improperios o pequeños secretos desvelados", dice irónico. Todo lo escrito parece ser menos de lo que podría haberse dicho, y no está lejos de esas dinámicas ocultas de Raymond Roussel, de esa escritura automática que los surrealistas utilizaban para liberar la conciencia. Mucho de eso hay.



Es un tipo exigente, poco amante de la facilidad, para quien la pintura es un oficio a esquivar. Tal vez su nulo apego al atajo es lo que le ha llevado a una carrera casi en la sombra, al menos para el mundo del arte. El MUSAC de León le rescató del olvido en 2007 con una gran exposición, aunque pocos habían oído hablar de él hasta que en 2012 lo fichara la galería Maisterravalbuena de Madrid, detonando un éxito inesperado. Un año más tarde, en la feria Frieze de Londres, mientras exponía su primera individual en dicha galería, El pantano, lo vendió todo en una hora.



A partir de ahí, la demanda no ha cesado. La actual edición de Artissima, la feria de arte contemporáneo que inaugura hoy en Turín, le incluye en Back to the Future, una sección por invitación que este año seleccionan los comisarios Beatrix Ruff, João Fernandes y Douglas Fougle. Supone un reconocimiento a artistas históricos poco conocidos, que presentan trabajos anteriores al 1989.



Back to the Past

Por aquel entonces, Néstor Sanmiguel tenía 40 años y muy clara su posición como artista. Los años felices, titula una de sus serie de ese año. Lo hacía compaginando su actividad en el colectivo U Au Crag y en los ratos libres que le dejaba su entonces trabajo como patronista en una fábrica textil de Burgos, a la que dedicó media vida y que plantó en el 2000. Su padre también fue sastre, así que el manejo de los tejidos, los números y las formas le vienen de lejos. "A los 12 años me pasaba el día dibujando los patio del colegio. Entonces, ya había llegado la música de contrabando a Aranda y ya habíamos escuchando el primer single de los Beatles. El pop y la psicodelia eran mis referentes, y los escritores de la generación beat. Las primeras obras que hago están relacionadas con Lichtenstein y Hamilton. Con lo americano y lo inglés. Ahí empezó todo".



-¿Cómo fue cambiando su obra desde entonces?

-Mis grandes descubrimientos fueron Tàpies y Millares. Este último me ocasionó un auténtico trauma. Empecé a hacer obras oscuras, con arañazos, pintando con destornillador, que aludían a cárceles, en un intento de mostrar mi enfrentamiento contra el régimen. Siempre he tenido un compromiso político claro, más allá de mi activismo sindical. Era lógico hablar desde el entramado social y político que era aquella España de la transición.



-Ya entonces estira la idea de pintura incluyendo el collage, el assemblage o la fotografía seriada. También hacía esculturas, como los bloques de ladrillo de hormigón que están en Turín.

-La obra escultórica es muy escasa. A veces surgen con volumen pero el contenido está construido como una pintura. Me sentía como un espeleólogo al coger el martillo y picar hasta encontrar el objeto que previamente había enterrado en el hormigón. También en la pintura picas para encontrar un objeto. Mi afición por la arqueología es tal que podría decir que me interesa más una colección de puntas de flecha que Las Meninas de Velázquez.



La retícula geométrica protagoniza muchas de las obras de Néstor Sanmiguel Diest

-Además de arqueólogo, se declara un Bartleby. Háblenos de su faceta de escribiente.

-Siempre me ha gustado escribir y el oficio de amanuense. Antes escribía mucho. Llegué incluso a publicar en un periódico local, pero luego la literatura desapareció por completo. Ahora está incorporada en la pintura de otro modo, mediante la escritura de otros, de Goethe a Milan Kundera, que incorporo en frases o pequeños textos. A veces, letras escritas a rotring, perdidas en la pintura. Con el tiempo, el hecho de utilizar formas simbólicas hizo que naciera un lenguaje propio. Es lo que suelo llamar ‘formas madre'. Así que manejaba tres formas distintas de hacer literatura dentro de la pintura: las citas, los símbolos y las anotaciones que hacía al margen.



-¿Y qué queda del sastre?

-Por un lado, los bordados, que veía que otros artistas hacían a gran escala, como Rosemarie Trockel y Alighiero Boetti. Aunque yo siempre he reivindicado el trabajo manual. También está el gusto por la cuadrícula, los procesos mecánicos, la meticulosidad y el no tener reparo en que la ejecución dure lo que tenga que durar.



-¿Ese es el gran tema de sus obras? ¿El paso del tiempo?

-Siempre está reflejado en lo escrito y lo pintado, el tiempo o la falta de tiempo. Me gusta el empleo del tiempo de manera no productiva; ser consciente de que estoy empleando un tiempo excesivo en hacer algunas de las obras. El hecho de saber eso, de que estoy gastando mi vida en hacer una obra, se ha ido convirtiendo en el eje de mi trabajo.



-¿La metodología de trabajo convertida en el tema de la obra?

-Sí. Soy de construir la obra con calculadora, medir las masas, los volúmenes... La planificación es crucial, aunque luego la pintura me arrastra y me lleva a la caza de emociones.



-¿Y cuáles encuentra?

-Hablo de las emociones ajenas, de las barrocas, que son las que no tienen límite. Siempre he pensado que el papel del artista es miembro del coro, un testigo de los acontecimientos.



-¿Y las suyas?¿Dónde están?

-Apenas suelo mencionarlas. Son complejas y oscuras, y tienen que ver con una cuestión sexual que siempre está presente en mis obras. Esa ha sido siempre mi pelea, la búsqueda del equilibrio entre la luz y la sombra. Soy como Jano, el dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, el que habla por delante y por detrás, el futuro y el pasado a la vez. Como artista no voy a desprenderme de ese lado oscuro.



También se parece a Jano en la barba, que se ha dejado desde este éxito repentino, y en su facultad de invocar comienzos y buenos finales. El suyo lo mira con distancia: "Recuerdo que Picasso decía que uno no era realmente un artista hasta que no aprendía a ser distante. Ahora sé lo que significa: encontrar una distancia emocional con tu presente, caminar sentimentalmente sin tropiezos".



Restauración sentimental

Explica que lo que más le interesa de la pintura es su sofisticación, que en sus últimas obras ha recuperado los obsesivos trazados geométricos de sus obras de los 80, con tonos que van desde lo monocromo hasta los fluorescentes, haciendo un guiño al neoplasticismo de Mondrian. También ahora incluye papeles de revistas, publicidad o novelas volviendo al pop y a esas obras tempranas. Muchas de ellas, las anteriores a 1988, han desaparecido en dos hogueras, dice, y no descarta hacer una tercera. "Antes quemarlo que dejar un trabajo malo", dice.



-¿Cómo valora este momento? ¿Es igual de exigente?

-Lo único que sé es que he hecho un largo trayecto en esta vida, que he empezado muchas veces sin miedo a que me den un hachazo y tener que volver a empezar de cero. Ya sabemos como va esto. Hoy estás aquí y mañana estás crucificado, o de repente descubren que no era para tanto, que es lo más probable que pueda suceder. Siempre me han acusado de carecer de ambiciones, pero no me ha interesado nunca la fama. Soy una persona normal rodeada de gente normal. Soy una persona feliz. Aspirar a más me parece casi un pecado.