Un fragmento de la obra de Duncan Campbell
Se ha fallado el Turner Prize de 2014 y la cosa ha transitado con tranquilidad, sin el torbellino mediático al que nos abocó el pasado año la victoria contra todo pronóstico de Laure Prouvost cuando todo el mundo daba a Tino Sehgal como ganador. Las casas de apuestas situaban este año como favorito a Duncan Campbell (Dublín, 1972) y aunque Tris Vonna-Michell, un estupendo artista todavía joven, había sido seleccionado por una maravillosa exposición en su galería de Bruselas, ha sido finalmente el irlandés el que se ha llevado el galardón más importante otorgado en las Islas Británicas a artistas menores de 50 años.Duncan Campbell tiene una obra poderosa, de eso no cabe duda. Pero hay algo que también aporta valor a la carrera de un artista, y es el papel que se juega en las grandes exposiciones colectivas en las que se es incluido. He tenido la oportunidad de ver la obra de Duncan Campbell en muchas ocasiones, y en varias le he visto liderando la trama, enarbolando como ningún otro artista la bandera discursiva en torno al que se tejía la exposición, casi como si él hubiera sido el germen en torno al que todo debiera crecer. Especialmente reveladora en este sentido fue la presencia en la Manifesta de Cuauhtémoc Medina en Genk, de un filme que se ha convertido en uno de los clásicos contemporáneos, Make it new, John, de 2009, una película sobre el mítico coche Delorean, un icono automovilístico asociado al boom consumista de los ochenta y también a las paradojas que produjo en la esfera social y económica de las Islas en general, de su Irlanda natal en particular y de su sociedad obrera en un sentido más específico. Make it new, John encarnaba con nitidez muchos de lo ideales alumbrados por el comisario mexicano en la antigua mina de carbón de Genk en su Manifesta de 2012, una exposición que, por decirlo en una palabra, tendía puentes entre dos conceptos claramente marcados: el tránsito del arte moderno hacia el capitalismo globalizado y la evolución de la figura del trabajador (representado en el contexto de la minería) a lo largo del siglo XX.
Algunas de esa cuestiones siguen presentes (lo han estado siempre) en el trabajo último de Campbell, que en sus películas incluye material de archivo y metraje propio, con el que introduce matices subjetivos de carácter biográfico. It for Others toma como punto de referencia la película realizada por Chris Marker y Alain Resnais Las estatuas también mueren (1953), una de las joyas del cine de los cincuenta. La película de los directores franceses es un grito anticolonial, un alegato a favor de la libertad de los pueblos y de la necesidad de preservar la autonomía patrimonial de las naciones, vejada indisimuladamente por las grandes potencias eurocéntricas durante siglos.
It for Others fue el trabajo con el que Duncan Campbell representó a Escocia en la Bienal de Venecia de 2013. Es otro ejemplo de la naturalidad con la que el artista funde lo universal con lo vernáculo, como ya hizo en el filme sobre el coche Delorean. En este caso nos habla del imperialismo cultural británico en Benin y del riquísimo conjunto de máscaras del que se apropiaron indebidamente los ingleses y hoy custodia el British Museum (la institución denegó el permiso para filmar las máscaras en el museo y se tuvieron que utilizar copias). Y de forma paralela, Campbell regresa a su país para detenerse ante las estrategias de los dos bandos políticos irlandeses durante los treinta años de conflicto conocidos como "The troubles", cuando unos y otros utilizaban referencias a los caídos en sus filas como reclamo propagandístico.
En su insobornable tendencia de intercalar narrativas de procedencia dispar, Campbell introduce una referencia a Marx a partir de una coreografía creada por la Michael Clark Company en la que figuras negras parecen representar caligrafías que citan cuestiones tratadas en El Capital como el valor de cambio. Son imágenes verdaderamente epatantes.