Ángel González García

Le gustaba decir a Ángel González García (Burgos, 1948), que el arte no tiene por qué tranmitir conocimiento, que es un acontecimiento sensorial. En eso, precisamente, se convertían sus clases en la Facultad de Historia de la Complutense. Era el profesor predilecto, el que invitaba a dudar de cánones y titulares. Un hombre tranquilo y discreto, que invitaba siempre a la rebeldía intelectual, a disparar cartuchos sin miedo a la equivocación o la duda. A tener una opinión afilada y sagaz. Ayer fallecía con 66 años dejando una de las carreras más brillantes en la historiografía del arte. El maestro de la mirada independiente.



Testigos dejó, no sólo ese espíritu rebelde entre sus alumnos. En cualquier biblioteca tendría que habitar Pintar sin tener ni idea y otros ensayos sobr arte (Lampreave y Millán, 2007), Roma encuatro pasos y Algunos avisos urgetnes sobre decoración de interiores y coleccionismo (Ediciones Asimétricas), y especialmente El resto. Una historia invisible del arte contemporáneo (editado por el Museo de Bellas Artes de Bilbao), por el que ganó el Premio Nacional de Ensayo en 2001. Es una aparente miscelánea de artículos publicados entre 1989 y 1999 sobre temas de arte moderno y contemporáneo, una historia discontínua, le gustaba definirla a él, de su manera de entender el arte.



"Si algo caracteriza a la escritura de González es la multiplicidad de enfoques y referencias, disgresiones e interpolaciones entre las que se abre paso su pensamiento con la seguridad urgente del agua desbordada", escríbía José María Parreño en El Cultural. La suya era una escritura de "rara intesidad. Los textos críticos de Ángel González no clarifican la obra, la oscurecen, pero esas sombras nos incitan con vehemencia a mirar por nosotros mismos. González escribe siempre a favor o en contra, armado de razones y de intuiciones igualmente inesperadas. Y una vez leídas, imprescindibles. Combinación de erudito y enfant terrible, un talante irremediablemente polemista gobierna sus textos tanto como su personalidad, y a él se debe en parte la huella dejada en tantos artistas y colegas. Su actividad como historiador del arte, crítico y "agitador" configura una parte sustancial de esa generación que surge a finales de los 70".



"Todo lo verdadero es invisible", solía decir González. Hablaba de esa parte maldita del arte, la excluída, del arte como la pérdida por excelencia. Sin duda, la suya se va a sentir mucho en el campo del pensamiento.