Detalle de uno de los autorretratos con máscaras de la artista, en 2011

Tras las máscaras de Gillian Wearing se esconden miedos, deseos, dudas, traumas, confesiones. Tras su nombre, una de las artistas británicas más celebradas de su generación. El próximo jueves 24 llega a Valencia, al IVAM, su mayor exposición en nuestro país.

Se ganó pronto el mote de observapájaros por su afición de mirar durante horas por la ventana de su cuarto. Así la han llamado siempre sus dos hermanos, dice. "Siempre me han fascinado las vidas ajenas. De niña solía idear historias sobre la gente que veía por la calle o en el Kay's catalogue, un catálogo de productos que se compraba por correo y que mi tía solía darle a mi madre. Me fascinaba inventarme las vidas de los modelos que salían en él, aunque siempre en mi cabeza. Sentía que era incapaz de expresarme y siempre me han regañado por ello. Solía farfullar y nunca terminaba las frases. Me ponía roja como un tomate. Odiaba el lenguaje".



Hoy Gillian Wearing (Birmingham, 1963) es igual de menuda y reservada, y parece conservar intacto ese amor por la fábula y esa capacidad para soñar despierta. El suyo es un decir silencioso. Escuchándola, me viene a la mente Martín Gaite. Decía que cuando vivimos, las cosas nos pasan, pero cuando contamos, las hacemos pasar. Ella asiente: "lo que me interesa es exactamente eso, construir biografías que provoquen el relato del otro sobre sí mismo, porque lo importante no es cómo revivimos nuestra historia sino cómo las guardamos. No somos únicamente la persona que creemos ser".



Es increíble cómo las personas exponen su vida en un juego continuo entre artificialidad y naturalidad"

Está en Valencia para inaugurar en el IVAM una selección de sus últimas fotos, vídeos e instalaciones, en su mayor exposición en nuestro país desde la que hizo en 2001 en la Fundación 'la Caixa' y el CGAC. Por aquel entonces, hacía sólo cuatro años que había ganado el premio Turner y a sus 38 era un nombre habitual en las monografías de arte británico y en las colecciones de los mejores museos.



El MoMA o la Tate no tardaron en adquirir su conocida serie Signs that Say What you Want Them to Say and not Signs that Say What Someone Else Wants you to Say (Letreros que dicen lo que quieres decir y no letreros que dicen lo que alguien quiere que digas), con la que despuntó en 1992. Fue su primer tanteo con la idea de catarsis, confesión, fantasía y trauma con las que tanto trabajó después. La idea de Signs era sencilla: acercarse a personas en la calle, invitarlas a escribir lo que pensaban en un papel y hacerles una foto. Recabó 600, entre ellas, la de un policía diciendo ayuda, la de un ejecutivo admitir estoy desesperado o la de un anciano con la frase declarado parcialmente loco.



"Sigue siendo una serie muy contemporánea", dice Wearing. "De hecho, cuando la mostré completa en 2012, en la retrospectiva organizada por la Whitechapel de Londres, la gente no podía creer que tenía 20 años. Quería explorar al adulto en situaciones de desinhibición, con conductas que pudieran parecer convencionalmente chocantes o inapropiadas". Bailar sola y sin música en medio de un centro comercial (Dancing in Peckham, 1994), hostigar, injuriar y agredir al otro en plan borrachera (Drunk, 1997), confesarse ante una cámara con una máscara puesta (Confess all, 1993), o dejarse fotografiar por una desconocida mientras uno pasea por la calle (Signs) ... Todos aquellos trabajos de los 90 ponían a prueba el sentido del ridículo de un adulto, su capacidad de lidiar consigo mismo y enfrentarse a la mirada del otro. "De algún modo decían: 'todos tenemos algo que decir'. Hoy mis intereses siguen siendo los mismos: la gente y los retratos", dice.



- En Confess all debutó con el artefacto que le acompañará a lo largo de su carrera: la máscara. ¿Qué le interesa de ella?

- La máscara parece convertirse en la protección perfecta para dejar relucir la verdad, se convierte en un conducto de veracidad. Lo que la gente proyecta como máscara humana es distinto de lo que ocurre en su interior. Siempre existe una disparidad, un desfase, y eso es justo lo que me interesa.



- Hubo un momento en que usted cogió la máscara y se colocó ante la cámara. Lo vemos en el IVAM. Háblenos de ello.

- Son retratos como si fuera otra persona, mi abuela, mi tío, mi hermano, mi padre, o como si fuera yo misma pero a otra edad. Un tema que me fascina es el de los fantasmas. Todo tiene una fuerte carga psicológica, porque de lo que hablan es de lo que está debajo de la superficie de las cosas, de cómo lidiamos con determinadas decisiones. De algún modo, tratan sobre cómo el comportamiento humano es extraño y familiar al mismo tiempo.



La referencia a Cindy Sherman es indiscutible. Como la artista americana, Gillian Wearing explora la identidad humana sin tabúes. "Me gusta la gente que vive sin transigir y que se mantiene fiel a su carácter, incluso si eso significa no tener un trabajo, o no tener amigos. Todos tenemos cierto grado de locura, pero a ese tipo de personas no les importa mostrarla. Eso me lleva a pensar que la cosa más demente que se puede hacer es tratar de estar cuerdo", explica. En la exposición no los vemos, pero tiene otros autorretratos metiéndose también en la piel de artistas como Warhol, Robert Mapplethorpe o Diane Arbus, "una de las pocas personas cuyas fotografías te hablan", dice. Esas obras se llaman Doubles.



- ¿Habla a través de la gente en su obra? ¿Se convierten ellos en máscaras de usted?

- Cuando estoy recopilando material obviamente me interesan cosas que me recuerdan, no necesariamente a mí misma, sino a situaciones que he vivido y a personas que he conocido. Descubrir cosas sobre los demás me ayuda a autodescubrirme.



- En Rock ‘n' Roll 70 (2015) da un salto temporal y se retrata en 2034. ¿Cómo se ve con 70 años?

-Como una incógnita. Es una fotografía con tres partes. En una de ellas, aparezco tal y como estoy ahora, con 50. Al lado, hay una imagen de cómo me imagino con 20 años más, y hay un espacio vacío para colocar allí la foto real de cuando tenga 70. Habla del tiempo como una construcción más, porque vivimos en diversas capas temporales. La memoria es la más notoria.



- Los realities de la televisión, sobre los que se han basado algunas de sus obras, parecen potenciar la idea de presente continuo. ¿Qué le interesa de ellos?

- Siempre me han interesado muchísimo programas como Seven Up en los 60 y The Family en los 70, donde la gente corriente, por primera vez en televisión, daba rienda suelta a sus emociones. Lo que hoy es Gran Hermano. Es increíble cómo esas personas exponen su vida a los demás, el juego continuo entre artificialidad y naturalidad. Lo mismo pasa con Twitter o Facebook. Estoy atenta a lo que da de sí el artificio mediático, incorporando la noción de verdad como constructo, una idea que se extiende a la más íntima y subjetiva de las verdades individuales. Aunque se hayan convertido en una fórmula donde todo está controlado, todavía existe el azar, y con él la magia.



- Your Views (2015) es un catálogo anónimo de cien vistas y ventanas. Con ella volvemos al inicio de todo, a cuando era usted quien miraba por la ventana de su cuarto. ¿Qué plantea?

- Hice una convocatoria por internet pidiendo vistas desde ventanas de todo el mundo. La única premisa era que se iniciara con las cortinas cerradas. Alude al telón que se abre al inicio de las sesiones de teatro, a la idea de espectáculo, que está en las cosas más nimias.



@bea_espejo