Agustín Ibarrola junto a una de sus obras
Agustín Ibarrola, el mismo que entre 1982 y 1985 daba vida a los pinos del bosque de Oma (Vizcaya), deja su característica huella en 115 piedras del Valle de Amblés en Ávila. "Hablo con ellas al tiempo que las respeto", explica el artista de 85 años.
Arte y naturaleza son las dos señas de identidad para identificar los proyectos del pintor vasco. Es un trabajo "con la naturaleza y en la naturaleza para crear algo que luego he visto muy compensando en el bosque animado", reconoce. Aquel mismo trabajo que no fue bien acogido por ciertos colectivos de la sociedad pero que con la nueva cara que se le quiso dar a la ciudad de Bilbao terminó por darle un impulso. La construcción del Museo Guggenheim hizo que los artistas que visitaban la ciudad quisieran ver los árboles pintados que cuentan leyendas y mitos del País Vasco.
Este nuevo proyecto nace con la intención de que la dehesa se convierta en núcleo de desarrollo cultural en la provincia de Ávila. "Lo importante es que las piedras tengan una vida intensa, se cuiden y se mimen". El artista explica que él no pinta las rocas sino que habla y dialoga con ellas al tiempo que las respeta. Ibarrola cambia lienzo por naturaleza ofreciendo una mirada íntima entre paisaje y creador.
Una de las obras de Agustín Ibarrola en Valle de Amblés
Vanguardia y clasicismo se unen en un lenguaje pictórico propio a base de negativos y positivos y líneas geométricas. El entorno, de influencia celta, interesó al artista y observó sus cualidades, leyó sobre su cultura y decidió intervenir en la misma. "Las culturas que nos han precedido tienen vigencia en la naturaleza. A veces no entendemos por qué somos tan localistas cuando las grandes culturas que han estado en España las trajeron otros imperios", anota Ibarrola. De modo que el artista sintió ganas de "penetrar su corazón"."Entre los ramajes de los árboles y las rocas aparecen colores" y dejándose guiar por la propia naturaleza ha representado el sol, la luna, el ojo. Pero en esta ocasión no ha pintado ni un solo árbol porque la naturaleza se pinta a sí misma. Así hasta 115 rocas de gran tamaño repartidas en 11 hectáreas y un paseo agradable por la zona. En ellas se ven diferentes figuras y muchas de ellas están representadas en diferentes piedras ideadas para observarlas desde diferentes puntos de vista y así analizar cómo se relacionan entre ellas y con la naturaleza. "Son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo", comenta. Con este proyecto el artista continua con la investigación que ha cursado durante su carrera; el espacio y la geometría presentes en el bosque vizcaíno, en el de O Rexo (Orense), en el Bosque de Olmos Secos (Salamanca) y Los Cubos de la Memoria (Llanes).
"La verdadera heroicidad es mantenerse en el sitio en el que tienes que estar", apunta Alfredo Melgar, propietario de la dehesa y quien invitó al artista y a su mujer a pasar largas temporadas en la zona. De este modo se inaugura "la primera parte de esta aventura" que fue concebida para construir la fundación de Agustín Ibarrola en la zona con el objetivo de ser un núcleo de intercambios internacionales y residencia para jóvenes escultores. La pintura en estos lugares se entiende efímera, a la intemperie y a merced de la nieve en invierno y del sol en verano. Las rocas están para mirarlas, para entenderlas y para perderse en ellas. Ibarrola sigue siendo Ibarrola y a sus 85 años advierte que nadie cierra su creatividad.
@scamarzana