Retrato de Samuel Beckett de John Myatt, imitando el estilo de Giacometti, 1961. Cortesía Phaidon
El escritor e historiador del arte Noah Charney publica El arte de la falsificación: las mentes, los motivos y los métodos de los maestros de las falsificaciones (Phaidon), en el que hace un recorrido por los falsificadores de la historia del arte.
El lector conocerá a tramposos memorables como el inglés Shaun Greenhalgh que, con ayuda de sus octogenarios progenitores, realizó y dispersó cientos de obras de arte fraudulentas; igual que el astuto John Drewe, quien "contaminó" importantes archivos -el de la Tate y el Victoria & Albert, entre otros- con evidencias históricas falsas. Lo hizo para hacer pasar por auténticas "genuinas falsificaciones" creadas por su compinche, John Myatt. También se glosa la trayectoria de Han van Meegeren, el infame falsario holandés autor de Vermeer fraudulentos tan notables que incluso embaucaron a los jerarcas nazis. Tal vez la más sorprendente sea la historia de Miguel Ángel, quien inició su carrera falsificando antigüedades romanas que llegaron a manos de la familia del Papa. ¿Y sabían que la riqueza y el poder de la Iglesia Católica Romana original se erigió sobre un documento falsificado, la Donación de Constantino?
Pregunta.- ¿Por qué la gente parece considerar la falsificación un delito sofisticado? ¿Por qué los falsarios proyectan una imagen de tramposo entrañable?
Respuesta.- Creo que tiene que ver con el sentido de clase, particularmente presente en los medios de comunicación ingleses. Las víctimas suelen ser instituciones y coleccionistas ricos, mientras que los estafadores suelen ser gente de clase trabajadora. Es difícil para el público en general simpatizar con galerías y coleccionistas millonarios, y es natural que se alegren de que un hombre de la calle, avispado, sea capaz de engañar a los patricios "estirados". Este es el mensaje que se desprende en los medios sobre los falsificadores. No siempre coincide con la realidad, pero estos criminales tienen un halo de Robin Hood.
P.- ¿Ha detectado atributos comunes en la mente de los falsificadores?
R.- A diferencia de los ladrones de arte (que no presentan un perfil psicológico común), hay un rasgo que he observado en la mayoría de los falsificadores conocidos. Estudié alrededor de 120 casos, e incluí en mi libro unos 60. La mayoría tienen la misma historia. Al principio, se esforzaron por triunfar como artistas originales, crear y firmar sus propias obras, pero en algún momento su carrera se torció y fueron desdeñados por el mundo del arte. Se sentían agraviados, y decidieron vengarse de la comunidad que, según ellos, les había expulsado de su seno. Este tipo de delincuentes desarrollan una mentalidad que podríamos definir como "yo contra ellos", ven el mundo del arte como un club privado al que no han sido invitados a unirse. Su venganza es doble. Por un lado, al hacer pasar sus fraudes por trabajos de maestros reconocidos, ellos mismos se auto-convencen de que son tan buenos como los artistas a los que imitan. Y en segundo lugar, prueban que los llamados expertos son, en realidad, muy torpes si son incapaces de distinguir un original de una falsificación...lo que explicaría por qué estos especialistas obtusos despreciaron sus creaciones genuinas.
Noah Charney
P.- ¿Qué hallazgos ha hecho sobre los métodos de falsificación?R.- Mi libro está repleto de nuevos descubrimientos, pero lo que tal vez sorprenda más al lector es que es la historia que hay detrás de la falsificación, y no la propia falsificación, el elemento más convincente del engaño. Mi libro reproduce más de 150 imágenes, y si nos fijamos en la mayoría, resulta increíble que pudieran engatusar a nadie. Además, casi ninguna de las obras fraudulentas que analicé hubiera pasado la más elemental prueba forense. Esto me pasmó, pero la realidad es que, si la historia suena convincente, si su procedencia no resulta sospechosa, y la obra tiene un aspecto aceptable, rara vez será objeto de análisis. No hay una buena razón que justifique esto pero es que el mundo del arte es un organismo complicado, opaco. A lo largo de los siglos, los coleccionistas han confiado en la palabra de los expertos a la hora de determinar la autenticidad. Desde la Segunda Guerra Mundial, la investigación sobre la procedencia ha sido también un factor sustancial (no sólo para asegurar que la obra es legítima, sino que no es robada). Pero si un especialista afirma que es auténtica, y la proveniencia hace que la obra aparente tenga una larga historia, entonces nadie se molestará en solicitar pruebas forenses, aunque hoy en día este tipo de análisis no sean costosos.
P.- ¿Cuáles han sido los casos más mediáticos?
R.- Hay muchos, como el de Han van Meegeren y sus Vermeer falsos, o el de Elmyr de Hory (a quien Orson Welles dedicó una película). Las falsificaciones de Alberto Durero y de Miguel Ángel, de quien pocos saben que empezaron su carrera como falsarios antes de convertirse en artistas famosos. Admiro particularmente a Eric Hebborn, a quien considero el más grande de todos los falsificadores de arte (nunca le cazaron, aunque publicó unas jugosas memorias sobre sus 'creaciones' y también un manual para enseñar sus trucos a otros falsificadores). Y por su importancia histórica, no se puede soslayar el caso Wacker-Van Gogh de 1932, que fue el primero en el que se recurrió a pruebas forenses para condenar a la familia Wacker por falsificación.
P.- Háblenos de las historias más asombrosas que ha recopilado en su libro.
R.- Han van Meegeren era tan bueno falsificando a Vermeer que incluso engañó al jerarca nazi Hermann Goering, que le compró un cuadro. Después de la guerra, van Meegeren fue detenido y llevado al tribunal por haber vendido patrimonio cultural holandés al enemigo, pues todo el mundo pensó que era un Vermeer auténtico. Y el castigo, de ser declarado culpable, habría sido la pena capital. Así que Van Meegeren, que estaba siendo juzgado por un delito que podía costarle la vida, tuvo que persuadir a todos de que no era un vermeer, sino una falsificación. Nadie le creyó, así que, mientras estaba entre rejas, ¡se vio obligado a pintar un nuevo Vermeer fraudulento para salvar su vida!. Y cómo no recordar a Shaun Greenhalgh, el falsario más versátil y exitoso de la historia. Era capaz de imitar desde una escultura del antiguo Egipto a una obra de arte del siglo XX. Era autodidacta y trabajaba en una caseta que había en su patio trasero. Le pillaron porque quiso falsificar unas antiguas tablillas asirias ¡y escribió mal una palabra en escritura cuneiforme!.
P.- ¿Cree que el mundo del arte ha sido, en algunos aspectos, cómplice de estos astutos delincuentes?
R.- Absolutamente. La psicología del mundo del arte es rara y compleja, pero siempre se ha guiado por el código de silencio y los pactos entre caballeros. Esto se remonta a sus orígenes, en el siglo XVIII. Las primeras casas de subastas, Christie's y Sotheby's, vendían obras de arte de aristócratas que, cuando el sistema feudal desapareció, no podían mantener su estilo de vida pero que no querían que el mundo supiera que iban cortos de dinero. Así que vendían de forma anónima sus posesiones, que salían en los catálogos acompañadas de la somera descripción "propiedad de un caballero." Esto se sigue haciendo hoy en día. Usted adquiere una obra de arte sin saber necesariamente quién es el dueño, y a menudo el comprador debe pagar en efectivo o mediante transferencia a una cuenta bancaria numerada, o tiene que confiar en la palabra de los llamados expertos respecto a su autenticidad. Esta opacidad puede ser aprovechada por criminales inteligentes. Como advierte un aforismo latino: caveat emptor, es decir, "¡Comprador, cuidado!"
Mapa Vinland, que se cree podría ser el primer mapa del Nuevo Mundo, datado hacia 1434, pero que algunas voces consideran una falsificación moderna
R.- A la mayoría le empuja un sentimiento de revancha. El dinero que consiguen es un 'extra' y una motivación para seguir falsificando. Pero no es la razón que les llevó a iniciarse en esta senda.
P.- ¿Quién ha sido el falsario más talentoso?
R.- Eric Hebborn, sin lugar a dudas. Era un apasionado del arte que se tomaba su tiempo para contrastar hasta los detalles más nimios. Era uno de los pocos falsificadores que se molestaban en hacer "pruebas" a sus obras. Era asombrosamente meticuloso. Por ejemplo, adquiría libros antiguos para reutilizar el papel, y así garantizaba que sus dibujos falsos tenían el papel correcto, en caso de que fueran sometidos a pruebas. Y escribió un libro con sus "recetas". Sabía, por ejemplo, que la tinta quejigo es ácida y esta acidez implica que, al cabo de varios siglos, la tinta se 'come' el papel, lo que se traduce en la aparición de surcos ahí donde están las líneas. Así que Hebborn recomendaba dibujar primero con ácido sulfúrico y trazar las líneas con quejigo casero, para imitar el efecto de la acidez en el papel centenario. Este perfeccionismo no era realmente necesario para 'colar' sus brillantes falsificaciones pero demuestra su pasión. Es el único de los falsificadores que, en mi opinión, poseía un nivel similar al de los artistas que falsificó. Y esto no es cualquier cosa, pues plagió a creadores de la talla de Van Dyck y Rafael.
P.- ¿Quienes son los autores más falsificados?
R.- Picasso es, con diferencia, el artista más robado y falsificado. En la era pre-moderna, lo fue Durero. Lo más falsificado suelen ser litografías del siglo XX de figuras como Dalí, Picasso, Miró, Chagall, etc. No cuestan grandes sumas de dinero (entre 5.000 y 20.000 euros cada estampa), por lo que los coleccionistas no suelen examinarlos con la diligencia debida, pero el mercado está inundado de falsificaciones, así que ¡tengan cuidado!.
P.- En definitiva, ¿son los falsarios artistas frustrados?
R.- Los falsificadores son casi siempre artistas fracasados. Hay contadas excepciones, maestros como Miguel Ángel o Luca Giordano. Giordano falsificó pinturas de Durero por diversión, como broma y para poner a prueba su habilidad. Miguel Ángel lo hizo para ganar dinero antes de hacerse famoso. Pero la mayoría aspiraban a convertirse en artistas originales célebres, aunque nunca lo lograron.