Cosiendo la vela, 1896. Fondazione Musei Civici, Venecia
Pocas imágenes hay más veraniegas que los niños jugando en la orilla del mar, desnudos, los más pequeños, dejando que las olas acaricien sus pequeños cuerpos, correteando y dejándose atrapar por el agua. Sensaciones primeras henchidas de mar, de sol, de arena. Y pocos pintores han sabido trasladar al lienzo todas esas impresiones como Joaquín Sorolla (Valencia, 1863-Cercedilla, Madrid, 1923), el pintor del Mediterráneo, de la luz y del verano. Muchas son las exposiciones que hemos visto del pintor y las vueltas que por su pintura se han dado. El costumbrismo, la sensualidad de sus mujeres, hasta la pintura social se ha estudiado en diversas muestras. Ahora, el Museo de Giverny muestra, en colaboración con la Kunsthalle de Múnich y con el Museo Sorolla de Madrid, el éxito que a finales del siglo XIX cosechó el artista fuera de España.Sorolla, que inició su carrera en Italia haciendo ya gala desde muy pronto de su vocación internacional, visitó París por primera vez a los 23 años. Eran los últimos años del siglo XIX y allí se imponía el naturalismo. El pintor comenzó a presentar sus obras en el Salon des Artistes Français de París, donde todos los artistas buscaban ser reconocidos, y en los grandes certámenes internacionales de Múnich, Berlín y Viena, así como en la Bienal de Venecia, creados en los últimos años del siglo XIX como aliento y reflejo del cosmopolitismo en el arte. Esta exposición, Sorolla en París, que hoy se inaugura en Giverny, recoge un centenar de obras, entre óleos y bocetos, que muestran sus reconocibles paisajes, retratos y escenas de playa que le hicieron famoso.
Verano, 1904. Museo de Bellas Artes de Cuba, La Habana
Las obras que Sorolla presenta a estos certámenes internacionales se adaptan a los grandes formatos y a las elaboradas composiciones herederas del estilo académico, pero van imbricando las novedades estilísticas procedentes de otros foros artísticos más modernos. Partiendo del naturalismo de Bastien-Lepage, Sorolla introduce nuevas perspectivas degasianas, inspiradas por la fotografía y la estampa japonesa. El pintor experimenta la instantaneidad y luminosidad propia del impresionismo; su pincelada suelta, brillante y rica en matices se combina asimismo con la solidez compositiva, la elegancia y el prestigio de los viejos maestros, particularmente de Velázquez.
La vuelta de la pesca, 1894. Museo D'Orsay, París
Los triunfos alcanzados por Sorolla en sus grandes exposiciones internacionales tienen como principal protagonista el mar Mediterráneo. Sus obras relacionadas con el mundo del trabajo muestran una clara preferencia por las actividades de los marineros en las playas de Valencia. Desde Pescadores valencianos, adquirida por la Nationalgalerie de Berlín hasta Fin de jornada, que recoge sus aprendizajes en los grandes certámenes hasta 1900, Sorolla resulta cada vez más osado en su experimentación a través de la luz y el color, verdaderos protagonistas de estos cuadros.Este aspecto alcanza su cénit en la serie pintada en Jávea durante el verano de 1905, que produce algunas de las obras más importantes que configurarían su gran retrospectiva en la galería Georges Petit de París de 1906. Sorolla se libera de la corporeidad de las figuras para plasmar la fluidez cambiante del mar y los efectos de la luz sobre el agua, experimentando con un exaltado contraste de colores complementarios. Fue una de las muestras más importantes dedicadas entonces al impresionismo. Las buenas críticas que obtuvo tras la exposición contribuyeron a afianzar su carrera internacional.
La muestra, que también dedica un importante espacio a los retratos y a si intimidad familiar, ha superado durante su estancia en Múnich todas las expectativas duplicando las visitas previstas por la Kunsthalle. Permanecerá en París hasta el otoño y, el próximo 24 de noviembre, llegará al Museo Sorolla de Madrid donde se podrá ver hasta el 17 de marzo, donde se cerrará una de las exposiciones itinerantes más importantes de Joaquín Sorolla.