Durante el Siglo de Oro uno de los temas más representados en la pintura de los artistas españoles fue la Inmaculada Concepción. No solo entre los pintores sino que también fue uno de los temas sobre los que más se escribió. Caro Baroja llegó a contar hasta 507 los escritos sobre ello aunque no fue reconocido como dogma por parte de la Iglesia hasta el siglo XIX. "No solo es una seña de identidad religiosa sino también una seña de identidad colectiva y política", señala Javier Portús, jefe del departamento de Pintura Española del Museo del Prado donde, aprovechando la donación de 26 piezas de Plácido Arango, expone Inmaculadas en la sala 10 A hasta el próximo 19 de febrero.
A las cuatro Inmaculadas que el Patrono de Honor del Prado donó inicialmente se ha añadido una de Herrera el Mozo. Junto a ellas un Zurbarán de la nómina de la pinacoteca completa una muestra en la que los pintores transmiten sus ideales de belleza femenina a través de la imagen de la virgen. "Es un tema muy hispano que representaban los artistas españoles o aquellos vinculados al país", comenta Portús. "Coleccionar obras de una misma temática dice mucho de la sofisticación del coleccionista y de la valía del artista que exprime su talento", añade Miguel Falomir. Todas las piezas, fechadas entre 1630 y 1680, muestran de diversas maneras una misma temática que "artísticamente -señala Portús- gozaba de mucha repercusión social".
Inmaculada Concepción, 1630 y, a la derecha, Inmaculada Niña, 1656, ambas de Francisco Zurbarán
La exposición cuenta con tres Inmaculadas de Zurbarán. En una de ellas, proveniente de la donación de Arango y fechada en 1630, pinta los símbolos marinos que se entienden como letanías a través de "una gama cromática corta que emplea los claroscuros para dar volumen y sugerir espacios". Con una representación concepcionista lleva directamente a los principios que se forjaron en Sevilla en el siglo XVII de mano de artistas como Ruelas, Pacheco y Velázquez. La adquirida por el Prado y fechada en 1635, en cambio, muestra las diferentes técnicas que empleó Zurbarán para concebir estas imágenes. Rodeada de luz mira hacia arriba mientras que la segunda de la donación de Plácido Arango, Inmaculada niña, de 1956, destaca por el vuelo de su túnica. "Zurbarán pintó una docena en las que se ven semejanzas pero debido a la expectación que generaban los pintores sacaban lo mejor de sí mismos para ofrecer una alternativa a lo creado anteriormente", recalca Portús.
Otra importante Inmaculada Concepción es la de Juan de Valdés Leal, que realizada en 1682 convierte a María en la protagonista de un discurso teológico acerca de su virginidad. Un rayo de luz que proviene del Trono de Sabiduría atraviesa a la virgen y llega hasta el espejo en forma de Hijo de Dios. La Inmaculada de Mateo Cerezo, por su parte, creada a mediados del siglo XVII simboliza la expansión cromática que camina hacia el Barroco con una representación más dinámica y expansiva.
Inmaculada Concepción, 1682 de Juan de Valdés Leal y, a la derecha, Inmaculada Concepción, 1670 de Francisco de Herrera el Mozo
La última donación es la pintada por Herrera el Mozo, un artista que a pesar de su corta nómina de obras es considerado uno de los pintores más influyentes de Madrid y Sevilla en el siglo XVII. Con una composición poco habitual para la época, el pintor de El sueño de San José, destaca por su contención formal y emotiva. Un recorrido por 50 años a través del que los pintores representaban tanto sus ideales de la belleza femenina como el cambio y evolución de la época que habitaban.