La información escolar, París 1956. © Atelier Robert Doisneau, 2016

Le gustaba salir a la calle y pasear durante largas horas para dejarse impresionar por esa milésima de segundo que retrataría e inmortalizaría. La belleza de lo cotidiano, en la Fundación Canal hasta el próximo 8 de enero, es un recorrido de 110 instantáneas de un fotógrafo que retrató la vida tal y como le hubiera gustado que fuera.

Tenía una obsesión. Y era, una vez de vuelta en casa, hablar de esa fotografía que podía haber hecho pero que se le había resistido. Se le podría calificar de perfeccionista. También de paciente. Salía a la calle y esperaba ese instante que ocurre en una milésima de segundo para inmortalizarlo para siempre. Decía que las imágenes buenas son las que mejoran con los años y Robert Doisneau, uno de los pilares de la fotografía del siglo XX, trató de mostrar la vida tal y como le hubiera gustado que fuera. Una imagen mejorada de la realidad que palpitaba. Ese imaginario que configuró en sus largas horas recorriendo las calles de París se reúne en La belleza de lo cotidiano, la muestra que la Fundación Canal le dedica hasta el próximo 8 de enero.



Aunque muchos lo conocen por su fotografía de Pablo Picasso sentado a la mesa y el beso en el Hotel de Ville el fotógrafo dejó más de 450.000 negativos. Entre ellos se bañaban sus dos hijas (literalmente ya que durante años su taller fue el cuarto de baño de su casa), Annete Doisneau y Francince Deroudille, comisarias de la muestra, que han seleccionado 110 imágenes que permiten conocer algunas facetas menos conocidas por parte del público. Dividida en dos secciones, La belleza de lo cotidiano y Palm Springs, se recorren 45 años de trayectoria de ese hombre que trabajaba para Renault, empresa de la que lo despidieron en 1939 por su impuntualidad. Lo cierto es, según explica su hija Annete Doisneau, que "se encontraba investigando acerca del color y se acostaba tarde". Poco después estalló la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la Resistencia y pudo retratar algunos momentos de la ocupación nazi y la liberación de la capital francesa.



La aclamada El beso frente al Hôtel de ville, 1950. © Atelier Robert Doisneau, 2016

"Era un hombre muy generoso y lo regalaba todo. Cuando murió pudimos recuperar tres cámaras que estaban en su estudio". De hecho, lo primero que vemos al adentrarnos en la sala es una de sus Rolleiflex y, a través de ella, como si estuviéramos entrando en su mundo, en su cabeza, nos adentramos en una especie de paseo nocturno en el que se suceden escenas de la vida parisina de su época. Vagabundos, vendedores, gente corriente cruzando la calle, mujeres charlando. Todos ellos caben en el objetivo de Doisneau, considerado el fotógrafo de la vida cotidiana.



Uno de esos días de paseo, recuerda Annete Doisneau, "entró en una tasca en la que estaban grabando una escena para una película. Dado que era muy paciente esperó y, de pronto, entró un carbonero. Ahí estaba el momento que deseaba". En otra ocasión, tras transitar las calles durante horas a las seis de la mañana pensó en guardar la cámara y volver a casa. En ese preciso momento vio a una pareja bailando en una callejuela, a solas, sin nadie que les viera. Excepto él, testigo del último vals del 14 de julio de aquellos jóvenes.



Los panes de Picasso, 1952 y, a la derecha, Mademoiselle Anita, 1951, la única imagen que le gustó de verdad. © Atelier Robert Doisneau, 2016

Esta era su manera de trabajar; discreción, dedicación, espera y paciencia, sin una idea preconcebida. Siempre con una libertad total que le llevó a rechazar las modas y las formas que regían la disciplina. Se mantuvo fiel a su espontaneidad y así es como retrató a gente ordinaria en momentos cotidianos haciendo cosas rutinarias. Pero él nos devuelve esos momento con el halo de tristeza que le caracterizaba (tuvo una infancia triste, su madre murió cuando era pequeño y su padre se casó con otra mujer que resultó "ser una bruja", comenta Annete).



Además, siempre dejó clara su intención de mostrar un mundo en el que él se hubiera sentido bien. "Estaba tratando de mostrar un mundo donde la gente era amable, donde encontré la ternura que yo esperaba recibir. Mis fotos eran una prueba de que ese mundo podía existir", dijo. Doisneau, que "pensaba que esta profesión es humilde porque es el fotógrafo quien se tiene agachar para retratar", era un hombre tímido que empezó fotografiando objetos. Luego se adentraría en el mundo infantil pero durante los años 30 no hay ni una sola imagen de adultos.



En muchas ocasiones, cuando el sujeto estaba cerca le pedía permiso para retratarle, "por eso no le gustaba trabajar fuera, porque no podía hablar con la gente y le gustaba comunicarse", anota su hija. Así lo hizo para la serie fotográfica de La mirada oblicua, que esconde una divertida historia que cuenta su hija. Un amigo de Robert Doisneau tenía una galería en París. En su escaparate expuso una imagen de una mujer desnuda, un escándalo ante el que los transeúntes se detenían con expresiones diversas. A modo de diversión Doisneau preguntó al galerista si podía retratar desde dentro la reacción de la gente al pasar frente a la vitrina. Pasó dos días enteros sentado en una silla disparando su cámara ante los protagonistas de la calle.



Los cisnes inflables, de la serie Palm Springs, 1960. © Atelier Robert Doisneau, 2016

Y, a pesar de que la gran mayoría de las imágenes que se le conocen están en blanco y negro, Doisneau fue un investigador del color, algo a lo que recurría una y otra vez. Sin embargo, no fue hasta el encargo que le hizo la revista Fortuny cuando se publicó su primera serie cromática. Palm Springs 1960, tal como la tituló, muestra de manera satírica la vida del club de golf de nombre homónimo en la que recoge el día a día de los señoritos que lo recorren con una ironía mordaz y desconocida en el autor. El empleo de los tonos pastel y la gran nitidez de las instantáneas le imprimen un aire pictórico que, en un principio, extraña ver en Doisneau. Aunque la verdad es que este inventor de sueños investigó en el cromatismo sin atreverse a ello por dos razones: por un lado la carestía del color y, por otro, porque dudaba de él.



Una batalla legal ganada

"Estamos un poco hartitos de la foto", bromea la hija del artista. Pero no sería de extrañar que detrás de la ironía empleada se escondiera una verdad que atormentó al fotógrafo en los últimos años de su vida. En 1988 una revista francesa publicó en sus páginas la famosa imagen de El beso preguntándose qué habría sido de aquellos protagonistas. Fueron numerosas las personas que, creyendo reconocerse en la imagen y creyendo que podrían sacar partido de económico de la situación, acudieron reclamando sus derechos. Hubo juicios y, aunque finalmente la justicia estuvo de su parte, esto debilitó al fotógrafo que tuvo que confesar la verdad. Esta imagen forma parte de un encargo que le hizo la revista Life para el que tenía que retratar el París del amor de la posguerra, una estampa de postal que daría la vuelta al globo. No había tiempo y a él, que le gustaba tomarse las cosas con calma, tuvo que contratar a dos actores. Pero gracias a que guardaba el resguardo en el que se detallaba el proyecto pudo ganar el pleito.



Así, cuando aún hoy nos detenemos ante la belleza de la imagen su captor llegó a detestar la dichosa fotografía. Ironías de la vida pero, ¿acaso importa que fuera un posado?



@scamarzana