Carmen Calvo frente a su autorretrato en la exposición. Foto: Pedro González
Lleva un vestido estampado con ojos casi casi de tamaño natural y no podía ser más oportuno porque de lo que vamos a hablar mientras paseamos por el montaje todavía en ciernes de Todo procede de la sinrazón, en la Sala Alcalá 31 de Madrid, es, sobre todo, de la mirada. La mirada diferente de una artista que allá por los años 70 decidió dar una vuelta de tuerca a la pintura para poder hablar de su oficio desde un original plano pictórico donde ella coloca objetos -"en absoluto al azar", dice- para que los demás pensemos.
Carmen Calvo (Valencia, 1950) lleva varios días trabajando en la sala cuando nos recibe en la primera planta del edificio de la Comunidad de Madrid en la calle de Alcalá. La encontramos colocando, cuidadosa, bocetos y dibujos de pequeño formato que son el germen de su trabajo y que, junto con otras 76 obras entre pinturas, esculturas e instalaciones, conforman esta exposición comisariada por Alfonso de la Torre y que reúne piezas de la artista realizadas entre 1969 y 2016.
Hay préstamos del IVAM, de la Fundación Suñol, de la Fundación Coca-Cola, del MACBA y del Museo Reina Sofía, de colecciones privadas. "Me hace mucha ilusión ver todo esto aquí reunido". Desde el cuadro que pinté cuando tenía 17 años hasta las fotografías-collages de los 2000 o la pieza realizada ex profeso para esta muestra que -dice- "lo resume todo". "El montaje en la sala a pesar de ser complicada y tener una estructura compleja, te atrae al instante. Creo que cada artista de los que hemos pasado por aquí le hemos dado un sentido", comenta del espacio de dos plantas del centro de Madrid.
Una exposición de este tipo obliga a revisarse, a revisitarse a uno mismo, mirando el montaje de las más de 70 obras desde la barandilla de la primera planta parece complicado. "La selección es de Alfonso de la Torre, él ha pedido a los coleccionistas, a los museos, y ha logrado traer piezas que dialogan muy bien entre sí. Para mí es un encuentro con muchos de los trabajos, con un espacio y un público nuevo. La cuestión es hacer reflexionar. Es una exposición densa. Pero de ningún modo es el final, es un punto y seguido", asegura.
Todo procede de la sinrazón empieza con dos pinturas "clásicas", la más antigua, de 1969, remite a muchas de las obras posteriores. La otra, un paisaje nevado, es en realidad un relieve en el que la artista juega con la materia para sustituir a la escayola que ya había calado hondo en su trabajo. Ambas tienen una clara razón de estar aquí. "Empecé a trabajar con yeso y barro ya en los 70 pero esta pintura la realicé en París en el 86 y allí no tenía acceso a esos materiales por lo que los sustituí por pintura. La materia tiene ese volumen que yo ya usaba con el barro". Estuvo allí nueve años, regresó a España por una cuestión familiar y, aunque mantiene galería (Thessa Herold), su casa está en Valencia.
Desde 2002 no veíamos en Madrid una gran exposición de Carmen Calvo, que ha expuesto entre tanto en la galería Fernandez-Brasso. Fue en 2013, poco antes de ganar el Nacional de Artes Plásticas. Aunque la de hace 14 años no fue exactamente una retrospectiva. Expuso entonces en el Palacio de Velázquez del Reina Sofía. Del Museo Nacional han venido prestados varios trabajos. Uno de ellas es el gran muro de cuchillos de yeso que abre la muestra. Las losas debajo. "Habrá cerca de 1.000, los hice uno a uno".
"Empecé pintando con pintura pero, como decía Breton, se puede pintar con objetos". Habla mirando las obras que quizá la emparentan más directamente, al menos a primera vista, con la pintura. Es la habitación de Van Gogh y al lado una carta del artista a su hermano. Fondo blanco y el "dibujo" realizado con pequeñas piezas de barro cocido. "Me interesaba el contenido pictórico pero llevándolo a mi terreno".
Carmen Calvo pertenece a una generación de artistas que estudiaba los oficios, el dibujo, la cerámica, el modelado… Y todo está muy presente en estas obras. "Es inevitable", dice mientras admiramos una estantería llena de tubos de pintura, botes, cajas, libros, paquetes, todo de escayola. Pertenece a la Fundación Suñol. "Me ha hecho mucha ilusión verla de nuevo, le había perdido la pista, no sabía que estaba allí, a veces pasa con algunas obras. Y representa una mirada que aún me interesa. Además de ser una estantería que puede referir al estudio, es un bodegón, una naturaleza muerta, habla de Morandi, habla en definitiva de la pintura, por eso el color, las texturas, esas formas...".
Habla de pintura sin parar, aunque mirando sus obras vemos más objetos y esculturas. Ella asegura que no es nada nuevo, que ya lo hicieron los surrealistas, y Manolo Millares, con sus relieves y sus arpilleras. "Cada uno incorporamos un granito de arena al futuro de la pintura. A pesar de que veamos cabellos, muñecos, peines o espejos, barro, la pintura está ahí. Siempre". Y seguimos. Ahora frente a la serie que componen El gran teatro del mundo (1998), cuadros de caucho negro sobre los que ella coloca sus objetos. "Son un reflejo de la pintura española, puedes mirar a Sánchez Cotán, a Millares, a Saura, a Goya, el principal. Todo son signos que dialogan. No es poner el objeto al azar. No son en realidad objetos encontrados: "Son objetos buscados, cada uno tiene su identidad. Y se establece un lenguaje muy concreto a través de estos objetos", aclara.
Y en el centro de todo, el cubo que realizó para la Bienal de Venecia en 1997. Una caja del tamaño exacto a la que pudo verse entonces en el Pabellón Español junto con las obras de Joan Brossa. Entrar da cierta claustrofobia. Una sensación de asfixia similar a la que experimentamos al entrar en algunas de las celdas de Louise Bourgeois. Los objetos reflejados hasta el infinito en las paredes, suelo y techo de espejo abruman. Muñecos, peines, cajas, telas, vaciados de figuras… "Todo esto lo tenía yo. Pero ha llegado el momento de desprenderse, quiero que alguien se la quede. Quiero donarla. Son cosas que hay que ceder", confiesa.
En la planta de arriba, dibujos, germen de su trabajo. "Yo dibujo mucho. En mis obras el proyecto es clásico, retrato, paisaje, y también los materiales, pero el contexto no. Eso es lo que cambia". Ha querido mostrar los dibujos y bocetos de cuadros ya hechos, mientras hablamos todavía hay muchos de ellos sobre la mesa. Remiten a temas de escritura, y, de nuevo, de pintura: "Mirando a Kandinsky, Van Gogh, Paul Klee, Cézanne. Todo tiene reflejo en la pintura".
Pasamos por la habitación de un escritor, con sus obsesiones, su escritorio, su espejo… Intervalo doloroso, de 1998. Más adelante su único vídeo, fruto de un encargo. "El Hombre Patata, un señor con la cabeza de patata, y en la pantalla muestra la metamorfosis, el cambio del personaje, con esquemas de películas como la mujer pantera, el hombre araña, Drácula, todas esas transformaciones están aquí. Es mi mirada viendo todas estas trasformaciones", explica. Aunque no ha hecho mucho vídeo, reconoce que el cine ha sido una fuerte influencia en su trabajo. "Somos una generación a la que el cine ha llevado a descubrir cosas. Recuerdo ir al cine club con 16 y 17 años y era aire fresco, Fellini, todas esas imágenes han influido. Un cine maravilloso, que no tiene nada que ver con cierto cine que se hace ahora. Para eso soy una clásica".
En el siguiente espacio, casi a modo de capilla, Alfonso de la Torre ha querido agrupar las obras sobre el cabello." Aunque sea de cabello imaginario, porque esto es un cuello de abrigo", explica acariciándolo. Habla ahora de Courbet y de la referencia a El origen del mundo, que efectivamente es clara. Una instalación con un fondo dorado de reminiscencia religiosa, realizado para la galería Joan Prat de Barcelona, completa la mirada en torno al cabello, a la mujer, a su feminidad, también presente en casi cada pieza.
También en las fotografías que, de algún modo cierran la parte de arriba de la exposición. Carmen Calvo empieza a usar este soporte en 1997, como una incorporación más. "Es otra materia, otro tipo de manipulación, una intervención diferente. Uso fotos pequeñas ampliadas, juego con la escala, las llevo luego al negativo en algunos casos, y así trabajo con la luz y la sombra, que también es el dibujo". Son quizá sus obras más sociales. Un canto a la opresión de las mujeres y de la infancia.
La cuestión del oficio de pintor vuelve con fuerza a la única pieza realizada ex profeso para la muestra. Una bola del mundo enorme con una larga melena dieciochesca que cubre casi por completo el continente americano. "Con esa referencia a los cuadros del XVII y XVIII, esos cuadros de interiores, del artista con las pinturas y siempre reflejada de algún modo la bola, que representa el universo, como una reflexión del mundo".