Alberto Corazón (Madrid, 1942) es protagonista del extraordinario cambio cultural vivido por la sociedad española desde finales de los años sesenta y durante las dos décadas siguientes, con una actividad profesional y artística diversa y continuada hasta el presente. Si bien sus inicios fueron pictóricos, su primera dedicación con influencia social fue en el campo editorial, primero con su participación como diseñador en la editorial Ciencia Nueva, creada en 1965 por un grupo de universitarios vinculados al PCE, y cerrada por Manuel Fraga y, al poco del cierre, con la fundación de Alberto Corazón editor.
Con el transcurso de los años, nos hemos acostumbrado a un paisaje gráfico que en buena medida se debe a su labor como diseñador gráfico- fue el primero de ellos en entrar en la Academia-. Son suyos los logos de decenas de empresas y de muchas instituciones culturales. Pero sus primeras incursiones artísticas de importancia las vimos a principios de los setenta, cuando inició su serie Documentos, próxima al arte conceptual y que quizás hoy clasificaríamos como arte relacional. En 2009, el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid dedicaría una importante exposición, comisariada por María Luisa Martín de Argila, a estos trabajos, hoy visibles en parte en la colección permanente del Reina Sofía.
Detalle de Sin título, 2017
En 1979 dejaría de lado esas prácticas y, tras unos años de silencio artístico, abordó primero la escultura, incluida la escultura pública y, desde los años noventa optó, tras una decisión meditada, por el dibujo y la pintura como disciplinas en las que podía moverse libérrimamente. En los últimos años, Corazón ha prestado especial atención al que, como él mismo ha recordado en varios textos, ha sido siempre considerado el más modesto de los géneros de la pintura, el bodegón, que, como dice, desde la aventura cubista pasa a ser un mero poner "cosas sobre la mesa" y, aclara: "Es también, a partir de la algarabía objetual de las cosas sobre la mesa como ordeno ahora mis bodegones. Mis bodegones son puro signo".
Las cosas más cercanas son las que están sobre la extensa mesa de granito en la que dibuja y pinta como le gusta, en el porche de su casa, al aire libre. Para ello ha pintado, enrollándolo y desenrrollándolo como si fuese el texto de En el camino de Kerouac -de manera que solo lo ha podido ver completo una vez concluido-, un inmenso lienzo de siete metros por dos -que veremos en el stad de El Mundo- en el que están los instrumentos que usa, una lámpara, lápices, botes con pinceles, reglas y cartabones, abecedarios, bocetos de diferentes estilos... Unas pintadas, y otras meramente abocetadas, e igualmente, se ha servido de todos los materiales posibles, grafito, carboncillo, óleo, acrílico...
La pieza se acompaña de cuatro pinturas y tres dibujos que son trabajos preparatorios y obras que remiten a la naturaleza del hecho de pintar -por ejemplo, una versión de la Canasta de frutas, de Caravaggio, pintada con los ojos cerrados- y, lo que es más revelador, de dos textos que constituyen un auténtico manifiesto de su programa de trabajo, y que completan otros suyos precedentes. El primero se titula "Mesa del pintor, como bodegón", el segundo, aún más explícito, "Ahora, hablemos de pintura".