Víspera de la corrida, 1898

La Fundación Mapfre inaugura Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914, una muestra que incide en la influencia que ejerció la capital francesa en su trabajo. La muestra de 90 obras, además, quiere desligar al pintor vasco de la Generación del 98 en la que se le ha circunscrito.

En 1900 la obra Víspera de la corrida, de Ignacio Zuloaga (Eibar, 1870 - Madrid, 1945), fue rechazada para participar en la Exposición Universal de París de ese año. La pieza resultó polémica y el comité español optó por un único representante: Sorolla. En aquellos años el pintor vasco era rechazado en nuestro país mientras que en la capital francesa expuso junto a los grandes nombres de la pintura de la época. Cuando con tan solo 20 años se trasladó a París, Zuloaga no sabía que no sería un pintor más en la ciudad sino que pasaría a formar parte de la sociedad intelectual del momento. Pero su obra fue víctima del debate sobre cómo debía representarse la imagen de España y quedó encasillado dentro de la Generación del 98. Para alejarle de esa denominación y con la intención de aportar una nueva visión de la pintura del maestro la Fundación Mapfre inaugura Zuloaga en el París de la Belle Époque, 1889-1914.



"Aquí nos ha costado verlo y entenderlo bien porque pinta España de una manera que resulta antipática", opina Pablo Jiménez Burillo, director de la Fundación Mapfre y comisario, junto a Leyre Bozal, de la muestra. Zuloaga se incorpora a un "debate muy francés, muy europeo, que se plantea frente al horror y el vértigo del mundo moderno y la imagen de un mundo que mantiene una espiritualidad aún intacta", amplía. El pintor vasco llegó a finales de 1889 a París, donde conoció a Santiago Rusiñol, Isidre Nonell, Hermenegildo Anglada-Camarasa, Joaquín Sunyer y a un joven Pablo Picasso. Con el objetivo de empaparse de las novedades que se gestaban en la capital francesa Zuloaga quiso ser cosmopolita pero se vio sorprendido cuando le "pedían que pintara el imaginario español". Esto le creó un conflicto interno que le llevó de viaje por España para volver a conectar con sus raíces.



Celestina, 1994

La llegada a París

La primera sección de la muestra se centra en su llegada a la capital francesa donde conoció a Henri Gervex con el que "aprendió la luz del impresionismo", cuenta Leyre Bozal. Después conoció a Degas y con él se introdujo en un "impresionismo más intimista y simbolista". A partir de 1890 expuso junto a Gauguin, Denis, Sérusier y Bernard aunque su estilo era algo más sombrío que el de sus colegas. A este último le dedicó, de hecho, un retrato de carácter simbolista que lleva a pensar "en la España Negra aunque él no quiso entrar en este debate", detalla Bozal.



En otro de los apartados, la obra de Zuloaga se relaciona con las obras de otros artistas cercanos a él. Dedicar "una sala a estas influencias es clave para conocer mejor al pintor", opina el director. A diferencia de sus compañeros "su matrimonio le mete de lleno en la sociedad y en la aristocracia intelectual parisina. Su suegro era banquero y en la familia había artistas, lo que le da un estatus de retratista con el que llega a inmortalizar a importantes personalidades de la época como la condesa de Noailles". Sin embargo, la condesa no solo fue retratada por Zuloaga sino también por Rodin y Émile-Blanche, obras, todas ellas, presentes en la muestra. A través de los retratos de otros artistas "también podemos verle a él", incide Pablo Jiménez Burillo.



Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, 1913

Zuloaga mantuvo también una relación cercana con Rodin e incluso intercambiaron obras que se muestran ahora en la Fundación Mapfre. Rodin le regaló bronces y Zuloaga La alcaldesa de Torquemada. En la sección Una mirada a España se muestra la faceta coleccionista de un Zuloaga que empezó con la adquisición de una obra de El Greco por 50 francos cuando tan solo tenía 20 años. Al final, llegó a hacerse con 12 obras atribuidas al pintor entre las que se encuentran La Anunciación y San Francisco. A partir de ese momento empezó a gestar una colección que presta especial atención a las obras de Zurbarán y Goya, de quien adquiere, en una subasta, tres pequeños cuadros que representan escenas de los Desastres.



Conectar con las raíces

Sin embargo Vuelta a las raíces supone la revisión de su obra en relación a la búsqueda de sus raíces en un momento de conflicto interno. La obra de Zuloaga ha estado siempre relacionada con la España Negra y el gusto por los mendigos y los enanos. En este sentido "la Generación del 98 se quedó deslumbrada por los cuadros de Zuloaga y ven lo que ellos querían representar", añade el comisario. Sin embargo, el estilo del pintor vasco excede los límites que la historiografía del arte ha establecido y, aunque se plantea las mismas cuestiones que sus compañeros, Zuloaga pinta los temas que gustan en Europa con un estilo propio. El resultado "da una buena imagen del pintor y lo coloca en el lugar real que ocupó en Europa".



Retrato de Maurice Barrès, 1913

Pero en un momento en el que en París los simbolistas comienzan a tener mayor protagonismo muchos artistas comienzan a salir de la ciudad en busca de un mundo más puro. Uno de los ejemplos más importantes es la huida de Gauguin a Tahití, pero Zuloaga lo hizo al revés. En lugar de viajar a parajes exóticos en busca de imaginarios distintos, el pintor de Eibar vuelve a España a encontrarse consigo mismo. En su periplo se reencuentra con imágenes de bailarinas, celestinas y enanos que también interesaronn a Picasso y "es entonces cuando el gran Zuloaga en su madurez y dueño de sus recursos pinta sus cuadros más brillantes", opina Pablo Jiménez Burillo. Cierra el recorrido el Retrato de Maurice Barrés, una pieza que une ese cruce de lenguajes que su vida en Francia confirió a sus obras. La vertiente francesa y la española se unen en una obra que conjuga el espíritu moderno junto al sentido de la tradición. Al fin y al cabo, concluye Burillo, "Zuloaga representa una pintura que acaba con la Gran Guerra".



@scamarzana