El pasado mes de marzo el Museo del Prado anunció la donación de seis obras y una dotación económica para adquirir una séptima que hizo Óscar Alzaga Villaamil. El conjunto, una importante contribución a las colecciones de la pinacoteca, se expone desde este martes hasta el próximo 6 de mayo en la sala 60 del edificio Villanueva. Se trata de siete pinturas que comprenden un amplio abanico cronológico, desde las postrimerías del siglo XVI a mediados del XIX, realizadas por autores italianos, españoles y un bohemio. La adquisición de Retrato de Manuela Isidra Téllez-Girón de Agustín Esteve también se puede ver estos días en la exposición.
Alegoría de la Redención, de Jacopo Ligozzi
Esta pintura pintada hacia 1587, probablemente un encargo del Gran Duque de Toscana Francesco I de Medici al pintor para la Tribuna de los Uffizi, es una obra de inusual y fascinante iconografía con la presencia del tiempo y de la Muerte, a ambos lados de la cruz redentora, y de la Virgen, que llora sobre el Cristo muerto, este en un forzado escorzo.
La imposición de la casulla a san Ildefonso, de Juan Sánchez Cotán
La donación Alzaga enriquece la presencia de Sánchez Cotán con una rara pintura del cartujo de iconografía religiosa realizada en torno a 1600. Una obra que se caracteriza por la idealización de las figuras, el dibujo conciso, el colorido caro y la pincelada acabada y precisa y que incluye, además, el retrato de una mujer en la parte baja, a la manera de una donante. Este tema tuvo una larga tradición en la pintura toledana e ilustra el momento en el que san Ildefonso (607-667), acérrimo defensor de la virginidad de María, recibió de esta casulla.
San Jerónimo penitente, de Francisco Herrera el Viejo
Esta composición de evidente fuerza y muy expresiva del estilo de Francisco Herrera el Viejo se añade ahora a la representación de importancia que el Prado ya posee en sus colecciones:
San Buenaventura recibe el hábito de San Francisco. San Jerónimo, fechada en torno a 1640-45, aparece representado en su retiro, dedicado al estudio al estudio y la escritura mientras escucha la trompeta apocalíptica. Es una obra representativa de la producción madura del artista, caracterizada por una pincelada enérgica y vigorosa, y unos tipos humanos llenos de vitalidad y fuerza interior. La construcción de la túnica, una fluida mancha casi monocroma, de suaves y luminosos pliegues, es propia de Herrera.
La Inmaculada Concepción, de Antonio del Castillo
Se trata de una obra de las más tempranas (hacia 1650) y de mayor calidad de las que pintó este maestro de Córdoba que enriquece la pintura española de devoción en las colecciones del Prado. La composición, que se organiza en función de las tres esferas que se forman a los pies de la Virgen y del triángulo que, en la parte superior, sirve para enmarcar su rostro y llamar la atención sobre él, expresa el interés del autor por la geometría y los juegos de simetría.
San Juan Bautista joven en el desierto, de Antón Rafael Mengs
Este tipo de pintura íntima que aúna lo religioso con la belleza clásica del desnudo, no fue frecuente en la obra de Mengs (1753-54). Pintada seguramente del natural, y con extraordinaria delicadeza, el artista captó en esta tabla la ingenua fascinación con la que el santo muestra al mundo el anuncio de la llegada de Cristo Redentor, inscrito en la filacteria sobre la cruz. El carácter suave y luminoso de la figura revela la influencia de la obra de Correggio (1493-1534), decisiva en los primeros años de la estancia de Mengs en Roma.
Manuela Isidra Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes, de Agustín Esteve y Marqués
Esteve, retratista de gran prestigio en la segunda mitad del siglo XVIII que trabajó para los duques de Osuna casi con el estatus de pintor de cámara, reúne en esta pieza de 1797 la influencia de los espacios indefinidos de Velázquez, la gracia armónica cromática de Murillo y la técnica suelta y precisa de Goya. Considerado el mejor retrato de su producción, esta obra destaca por su expresividad, por la habilidad de su autor para conseguir la transparencia de la camisa con muy poca pintura y por su originalidad iconográfica dentro del retrato infantil del siglo XVIII.
Paisaje, de Eugenio Lucas Velázquez
Es una obra inédita y una de las piezas más monumentales de su autor. Se centra en la vista de una serranía que llama la atención por lo agreste y solitaria. La profundidad de esta vista panorámica, la energía y la diversidad de la pincelada, así como el uso de la luz, muestran un efecto grandioso a través de numerosos planos en los que se suceden diversos accidentes geográficos, todos ellos imaginarios.
Esta donación enriquece los fondos del Prado y permite completar el perfil de los artistas que las ejecutaron ya que contribuye a paliar algunas de las carencias que tienen sus colecciones. Jacopo Ligozzi introduce en el Prado la dimensión alegórica de este artista italiano que trabajó para la corte de los Medici. Un exquisito e íntimo San Juan Bautista joven se suma a la rica colección de retratos que el Prado posee del gran artista bohemio Antón Rafael Mengs, pintor de Carlos III y Juan Sánchez Cotán entra de nuevo en el Museo. además, la pintura española de devoción se enriquece con la obra de Antonio del Castillo así como con el
San Jerónimo de Francisco de Herrera el Viejo (h. 1590-h. 1654). Por último, la donación se cierra con un paisaje romántico de Eugenio Lucas Velázquez. Después de su exposición independiente dentro de la muestra
El desafío del blanco. Goya y Esteve, retratistas de la casa de Osuna, se une también para la ocasión
Manuela Isidra Téllez-Girón, futura duquesa de Abrantes, de Agustín Esteve, adquirida con fondos de la donación.