Peter Doig: 100 Years Ago (2001)

El Pompidou de Málaga renueva su colección permanente abrazando las utopías modernas con obras de Picasso, Miró, Kandinsky y Malevich.

París creyó en Málaga y allí se abrió la primera sede fuera de Francia del Pompidou, cuya colección de arte moderno y contemporáneo, junto a la del MoMA de Nueva York, es de las más extensas e importantes. De esto hace ya más de dos años (se abrió en marzo de 2015) y tras un periodo de adaptación a la ciudad y de diversas exposiciones temporales, al Pompidou de Málaga le tocaba un cambio. Y este ha venido en forma de renovación de su colección permanente. Tras estos casi tres cursos y con la esperanza de cerrar el año con más de 500.000 visitantes desde su inauguración, Málaga abraza las utopías modernas. Y hablar de utopías es hacerlo de no lugares, de sueños no realizados.



Este arranque "ha pasado muy rápido porque es una empresa que nos ha abierto las puertas, hemos salido de París con un proyecto innovador y una aventura conjunta", comenta Serge Lasvignes, presidente del Centre Pompidou. La diversidad, la multidisciplinariedad y la provocación, cuando toca, están en los genes de este proyecto. Así, Utopías modernas. Un recorrido por las colecciones del Centre Pompidou arranca con una obra de Equipo Crónica y cierra con L'Eche, obra de Su Mei Tse que fue premiada en la Bienal de Viena. Entre medias, "hay películas que nos permiten respirar durante la visita. No solo hay cuadros sino que existe un equilibrio entre la fuerza del arte contemporáneo y el gusto del público", incide Lasvignes.



Con un discurso bien hilado que aúna disciplinas como la pintura, la escultura y la arquitectura, la exposición defiende a las utopías como "una línea eficaz para contar la historia del arte desde la Primera Guerra Mundial". A lo largo del recorrido se puede entender cómo los artistas iban dejando atrás el pasado y se abrían paso con optimismo acogiendo los ideales revolucionarios de la perfección social. Entendiendo el lugar en el que se exhiben la comisaria de la muestra, Brigitte Leal, ha seleccionado algunas de las obras de artistas españoles de la colección del Pompidou de París que por falta de espacio no se pueden exhibir (solo tienen la capacidad de exponer un 5% del total). "El papel del museo es a la vez ser conservador de las obras y creador de patrimonio. Lo importante es su difusión", opina la comisaria. Pues bien, ahora es el turno para que ese patrimonio guardado en almacenes muestre su discurso. Un relato, considera Leal, que puede variar dependiendo del lugar en el que se exhibe.



Robert Delaunay: Rythme, Joie de Vivre (Ritmo, alegría de vivir) (1930)

La muestra, como hemos adelantado, arranca con la obra Maiakovski de Equipo Crónica, grupo de artistas activos en España durante los años 60 y 70. Esta pieza "celebra el ideal revolucionario de los años 20 y encarna el final trágico de las vanguardias", indica. Le sigue Ritmo, alegría de vivir, obra de Robert Delaunay concebida en 1930 con la que inaugura un mundo de colores cósmicos. Tanto él como Sonia Delaunay vivieron en París y en un viaje a España les sorprendió el estallido de la Primera Guerra Mundial, suceso que junto al auge de los nacionalismos, los totalitarismos europeos y la guerra civil española marcó a los artistas de esta época. En el año 1937 Picasso participó en la Exposición Internacional de París y allí estuvo también el matrimonio Delaunay dando forma a los pabellones industriales "que era una forma de enseñar el poder económico de Europa", explica la comisaria.



A su lado una alegoría del porvenir con la escultura postcubista El profeta de Pablo Gargallo para dar paso a artistas como Kandinsky, Malevich y Picasso, este representado por la idílica obra La primavera. Sin embargo, "en 1956 se produce la revolución de los obreros en Budapest en contra del poder comunista y para Picasso, afiliado a este partido, supone una ruptura con la política, el fin de un ideal que fracasó y se convirtió en dictadura". Estos hechos causaron el desvanecimiento de las promesas de libertad e igualdad que impulsaron las vanguardias de preguerra y los artistas empezaron a mostrarse como víctimas de la historia al dar por sentado que el desencanto y la desconfianza hacia la transformación social traerían nuevos cambios. Ahora la realidad era demasiado diversa como para que un modelo de ambiciones universales respondiera de manera eficaz. De modo que a raíz del asentamiento del realismo socialista como única vía de expresión artística se produjo el fin de la experimentación y la modernidad.



Así lo muestran piezas como La caída de Ícaro de Marc Chagall o la obra de Erik Bulatov en la que representa un jardín de abedules, "una imagen típica de la literatura rusa en la que hay esculturas sin color como fantasmas de un pasado glorioso", abunda Leal. O Hombre que corre (1930-31), de Malevich, un artista comprometido con la revolución rusa. En los años 20 "abrió un taller para crear un nuevo cromatismo. A finales de su vida, enfermo y sin poder salir de casa, concibió esta obra que es el símbolo del fracaso, de la colectivización de los campesinos rusos". Al fondo de la pintura se ven dos cárceles, una roja y otra blanca, que representan los dos bandos de la guerra civil, "un pueblo preso entre esos poderes". Como apuntaba el presidente del Centre Pompidou de París entre las pinturas se intercalan vídeos como los de Tania Bruguera, Öyvind Fahlström u Homero Presto de Martial Rysse, "una parodia del ideal de la libertad sexual en la que se atacan dos mitos. Por un lado destruye una pintura de Picasso y, por el otro, la muerte de Che Guevara".



Antonio Saura Diada, (1978-1799)

Sin embargo aquí se advierte ya un cambio en la manera de pensar de los artistas que empiezan a ver que la alianza de voluntades fortalece. Artistas como Antonio Saura exploran el poder que la colectividad ejerce sobre el sistema y en Diada (1978) "muestra una imagen de una multitud donde todos los rostros son idénticos y casi cadavéricos". En esta época surgió un sentimiento corporativo que reivindicó los derechos y libertades que dieron pie a movimientos como el Mayo del 68 o la creación de grandes ONG tomando conciencia de que unidos una manera diferente de hacer política era posible.



De este modo, la última sala se dedica a obras de gran formato como una de las últimas piezas de Miró, cuya idea de la utopía suprema era el arte y el mundo del artista y a imágenes positivas como las de Peter Doig que "reproduce la idea del paraíso perdido donde la relación entre la naturaleza y el hombre es aún respetada". O, un rebaño de ovejas que supone "una metáfora de las masas que van siguiendo la historia con una capacidad de resistencia nula pero eficaz". Al fondo La torre de Tatlin, una reproducción de un edificio ideado por el artista y que, como toda utopía, nunca se llegó a realizar. Quizá ahora estemos viviendo otra época de utopías pero, como señala Serge Lasvignes, "nos hace falta soñar".



@scamarzana