El título de la exposición Todo arte es una forma de literatura puede tener distintos significados. Uno: el arte moderno, que se rebeló frente a toda norma e incluso frente a su destino, sólo puede entenderse como formas diversas de lo poético. Dos: “Todo arte es una forma de literatura, porque todo arte consiste en decir algo”, como escribió Pessoa por mano de Álvaro de Campos. Y tres, como también pensaba Pessoa: la literatura es el arte que aglutina todas las demás manifestaciones artísticas. Pero esto último no fue una mera teoría del oceánico poeta lisboeta, sino una estrategia creativa que le sirvió para dialogar con las remotas vanguardias internacionales, así como para estimular la creación artística local. Por eso, a la hora de ofrecer un panorama de la vanguardia portuguesa de las primeras décadas del siglo XX (entre 1914 y 1936 exactamente) los comisarios de esta interesante exposición han convertido la figura de Fernando Pessoa (1888-1935) en el elemento vertebrador.
Y resulta conmovedor ver cómo este hombre frágil, que vivía en habitaciones alquiladas y escribía en los cafés, que no salió nunca de Lisboa, que utilizaba una lengua minoritaria, propia de un país en decadencia, se midió con el cubismo, el futurismo y otros productos culturales de alta gama y les opuso creaciones no menos geniales, que inspiraron a los artistas locales hasta ponerlos a la altura de sus homólogos parisinos o berlineses. Bien es verdad que para ello Pessoa tuvo que parir un ejército de heterónimos que le ayudara a llevar a cabo tan ingente tarea. Con ellos y a través de ellos, Pessoa formuló el paulismo, inspirado por el saudosismo del poeta Teixeira de Pascoaes, que inspiró la pintura postsimbolista de Antonio Carneiro, fundador de la revista A Águia (1910-1932).
Pessoa también forjó el interseccionismo, una especie de cubismo radical, en el que la descomposición de planos se trasladaba a lo verbal, y que se resume en la sentencia de Álvaro de Campos: “Experimentar todo de todas las maneras”. Sin embargo, el núcleo de la exposición y la propuesta estética de mayor envergadura de Pessoa fue el sensacionismo, fundado junto con el también escritor Mário de Sá-Carneiro y que tuvo en la revista Orpheu (sólo dos números en 1915) el vehículo privilegiado para su difusión. El sensacionismo observa que distintas de las sensaciones puramente externas y de las espontáneamente internas, hay otras, que proceden del trabajo mental: son las sensaciones de lo abstracto y la manera de organizarlas es lo que llamamos arte.
Hemos de contraponer este contexto de efervescencia cultural con el de la Primera Guerra Mundial, que no se libra en territorio portugués, pero a la que se dirigirá buena parte de la juventud portuguesa. La guerra es también la razón por la que el matrimonio Delaunay se trasladara al norte de Portugal (1915-1916), desde donde establecerán contacto con Amadeo de Souza-Cardoso y Eduardo Viana, entre otros. Los cuadros de estos últimos están plenamente contagiados de orfismo, ese cubismo circular con el que los Delaunay disolvieron la frontera entre abstracción y figuración. Como resultado de estas relaciones surgió “La Corporation Nouvelle”, el proyecto de una plataforma artística trasnacional para realizar exposiciones colectivas (que finalmente no tuvo actividad alguna).
Algunos artistas merecen un espacio aparte: el que más, Almada Negreiros (1893-1970), polemista y multidisciplinar (autor del icónico retrato del poeta ensimismado en un café). Almada fue el motor de la primera generación modernista portuguesa, tras las muertes prematuras de Souza-Cardoso y Santa-Rita. Su figura enlaza con la segunda etapa de la renovación artística, que cristaliza en torno de la revista Presença (1927-1940), en la que estará presente otra generación de pintores, desde Sarah Affonso a Mário Eloy, ejemplos de la vuelta al orden de la pintura de entreguerras.
Más allá de contemplar cuadros hermosos y rarezas estupendas (la primera película de Manoel de Oliveira, los bajorrelieves que Almada diseñó en 1929 para el cine San Carlos, la actual discoteca Kapital en la calle Atocha, vendidos en la década de los sesenta), lo significativo de la exposición es ver cómo hubo “otra vanguardia”, surgida en la periferia y con características propias. Las más destacadas, el aprecio por la artesanía y la cultura popular y la coexistencia de tendencias diversas. Esa disidencia de la ortodoxia tuvo luego prolongaciones en el modernismo brasileño, por ejemplo. En fin, el denodado esfuerzo de Pessoa por responder “en portugués” a las propuestas del arte moderno, sólo puede entenderse dentro de su proyecto loco e ideal (¿o el más real?) de revitalizar el declive político y económico de su país con un nuevo Imperio Luso del Arte y la Poesía.