Goya: La gallina ciega (1789)

A Francisco de Goya (Fuendetodos, Zaragoza, 1746 - Burdeos, 1828) siempre le unió una gran nostalgia a su Zaragoza natal. Esta relación de pasión por su tierra se desprende de la correspondencia que mantuvo con Martín Zapater, un comerciante y amigo de la infancia. A pesar de la distancia y los años transcurridos se cartearon con asiduidad (llegando a hacerlo dos veces por semana), aunque no se sabe con certeza el número de misivas que intercambiaron. Sí se conoce, sin embargo, que Zapater las guardaba numeradas, pero a su muerte el legado pasó a un sobrino que tiró parte de ellas (se desconoce el motivo y los temas que trataba en las mismas), las dividió en tres en grupos y las vendió. De todas las que Goya dirigió a Zapater se conservan 147. Algunas, 13 exactamente, son las que recalan en el Museo de Bellas Artes de Bilbao con motivo de Goya y la corte ilustrada, una exposición (que en el periplo iniciado en CaixaForum Zaragoza ha recibido más de 58.000 visitas) que explora los años del maestro zaragozano como pintor de la corte y su correspondiente ascenso al Olimpo artístico.



En total 96 piezas, en su mayoría cedidas por el Museo del Prado, divididas en seis secciones en las que se muestra cómo Goya se abre paso a codazos y esquivando envidias en su carrera como pintor de Carlos III y Carlos IV. En contraposición están las cartas en las que abre su lado más humano y comenta con su amigo sus preocupaciones. La muestra se complementa con piezas de otros artistas coetáneos que contextualizan su trabajo. "Las cartas unen las diferentes partes del discurso que se cuenta en la exposición", afirma Manuela Mena, experta en el artista zaragozano y comisaria junto a Gudrun Mauder.



Goya: Muchachos trepando a un árbol (1791-1792)

Goya y la corte ilustrada arranca con la llegada del pintor a Madrid en 1775 para pintar las escenas de caza que a Francisco Bayeu, su cuñado, no le daba tiempo a realizar. Su primer encargo fueron nueve cartones que tendrían como destino El Escorial. El gran deseo de Goya fue el de ser pintor del rey, ya que sabía que aquella era la fórmula del éxito en la época. Sin embargo, la gran competitividad y las envidias no se lo permitieron tan pronto como deseaba. "El genio necesitaba otro tipo de público y lo encontró en el ministro Floridablanca. Así empezó a retratar a gente fuera del perímetro real", explica la comisaria. El reconocimiento no llegó, sin embargo, hasta pasados diez años de su llegada a la capital con su nombramiento como pintor del rey en 1786 y su posterior cargo como pintor de cámara en 1799.



"Junto a Goya están pintores como Luis Paret, Mariano Maella, José del Castillo, Luis Meléndez o Antonio Carnicero que también tenían algo que contar en el mundo cortesano de la época", continúa Mena. También se dedica una sección a la mujer, a la sensibilidad femenina y la moda ya que "hubo un nuevo papel para ellas y su sensibilidad se expande también a los hombres". Fue un momento de refinamiento durante la segunda mitad del siglo XVIII en torno a la idea de civilización. En ese contexto, se generalizaron las tertulias, los cafés, los teatros y paseos que llevaron a la mujer a participar en dichas actividades. Fue entonces cuando la indumentaria comenzó a ser importante como símbolo de buenas costumbres.



Goya: El pelele (1791-1792)y, a la derecha, La vendimia o El otoño (1786)

La otra línea de lectura que destaca Manuela Mena es la que tiene que ver con las cartas que denotan la unión que el pintor siempre mantuvo con sus raíces. En ellas "se revela su lado más humano" al tiempo que hablan de su amistad con Zapater y muestran sus sentimientos y preocupaciones constantes. Estas misivas tan solo se vieron suspendidas tras la muerte de Zapater y con ellas el espectador entiende cómo Goya tuvo que labrarse su ascenso durante toda una década.



En el caso de la muestra que aterriza en Bilbao (la primera de Goya en la ciudad, por cierto) se ha añadido una nueva sección de efigies de personajes vasconavarros que unieron al artista con la zona. Mena aporta un dato curioso y es que "la mayor cantidad de retratos que hizo Goya fue a vasconavarros". Son 11 piezas de políticos, comerciantes y militares de la época los que penden en el Museo de Bellas Artes de Bilbao: desde un temprano lienzo de Miguel de Múzquiz y Goyeneche, "en el que se ven elementos arcaizantes", según Miguel Zugaza, director de la pinacoteca bilbaína, al de Francisco de Cabarrús, "uno de los grandes retratos de Goya", añade.



De izquierda a derecha: Francisco de Cabarrús (1788), José María de Magallón y Armendáriz, conde de San Adrián (1804) y Pantaleón Pérez de Nenín (1808)

Junto a El general don José de Urrutia, los de Martín Miguel de Goicoechea y Juana Galarza, el de Leocadia Zorrilla, protegida y ama de llaves de Goya, destaca también Pantaleón Pérez de Nenín, cuya familia le compró el título de húsar. "Era un hombre sensible en el que se ve cómo Goya llega hasta el fondo de sus personalidades", arguye la comisaria.



Entre el cuadro de Múzquiz y Goyeneche realizado en torno a 1783 hasta los de Joaquín María Ferrer y su mujer de 1824 existe una evolución hacia un estilo que, en el caso de los dos últimos, recuerda a Manet. Sus últimos retratos, además de denotar su genio, imaginación y capricho, muestran una introspección psicológica a través de la que no juzga sino define.



@scamarzana