Martín Chirino. Las Palmas, 2015. Foto: Alejandro Togores

Sesenta años después de su primera exposición y a punto de cumplir nada menos que 93 años, Martín Chirino (Las Palmas, 1925) sigue en la brecha del arte y, concretamente, en el exigente campo de la escultura. El artista canario, afincado en la capital de España desde 1948, cuando ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, inaugura este jueves en la galería Marlborough de Madrid una exposición antológica, con el crepuscular título Martín Chirino en su Finisterre, que recopila obra realizada a lo largo de toda su carrera, de 1952 al presente 2018. Contemplar lo que ha dado de sí la trayectoria de este "herrero con habilidad", como humildemente se define el propio Chirino, es una oportunidad única para visitar la obra de un artista de su talla, tan longevo aún en activo.



En la presentación de la exposición lo ha vuelto a decir: "Cada cual elige una ficción en la que desarrollarse, yo he elegido el estereotipo del herrero, que es el que me gusta". El escultor, que recibió en 1980 el Premio Nacional de Artes Plásticas y que se inscribe en la misma corriente que otros maestros de la abstracción y del hierro como Chillida y Oteiza, estaba adscrito al famoso grupo El Paso cuando en 1958 expuso por primera vez sus obras, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, institución que llegaría a dirigir 24 años después durante la década 1982-1992. Durante los últimos cuatro años de aquella etapa compaginó esta labor con la dirección, en su tierra natal, del Centro Atlántico de Arte Moderno, que él mismo impulsó y cuyas riendas llevó hasta 2003, y en 2014 vio la luz, también en Las Palmas, la fundación que lleva su nombre.



Martín Chirino: Aeróvoro, 2017. Hierro forjado y empavonado, 13 x 171 x 21 cm

"El tiempo es un elemento fundamental para mí. El proceso es largo porque la materia que trabajo es dura. En esos días de trabajo se establece un diálogo con sus frustraciones, sus temores y de ese proceso viene el resultado", explica Chirino sobre su manera de trabajar.



En el catálogo de la exposición, el catedrático y crítico de arte Francisco Calvo Serraller destaca de Chirino "su querencia por las figuras que se repliegan y despliegan en el espacio, que se desenvuelven con energías centrípetas y centrífugas, un poco en la dirección moderna que implantó el genio de Borromini". Esta obsesión, que recorre toda su obra escultórica, queda también reflejada en la Colección Chicago, una serie de dibujos inéditos de 1973, realizados con barra conté y ceras empleadas en plano y que, en su discurrir por el papel, generan la ilusión de tridimensionalidad. Estos dibujos, como explica Chirino, "fueron un encargo de la mujer del arquitecto Harry Weese. Su hija se puso en contacto conmigo hace poco para decirme que los tenía y se los recompré".



Martín Chirino: Colección Chicago XIII, 1973, barra conté y ceras sobre papel, 45,5 x 61 cm

La exposición reúne también los más recientes de sus "aeróvoros", figuras aerodinámicas que se asemejan a grandes aves con las alas desplegadas; algunas de sus "cabezas" de reminiscencias africanas o griegas y grandes a la par que livianas esculturas, como Alfaguara. Un arco para el mundo II (2005), protagonizada por espirales que se abren y se proyectan como un "manantial copioso que surge con violencia" (tal es la definición exacta de "alfaguara" que ofrece el diccionario).



"La espiral para mí representa el encuentro con la tierra. En mi tierra natal esas espirales estaban grabadas en la roca volcánica, pero no a pleno sol sino escondidas en recodos. No se sabe lo que pretendía el aborigen que hacía esas representaciones, la historia de mi tierra está muy oscurecida. Sí sabemos que en los solsticios subían a las altas montañas de mis islas para ver las constelaciones con mayor claridad. Una de dos, o les aterraba o las adoraban y después algo les movía a representar aquellas espirales", señala el artista. Para Calvo Serraller, Alfaguara es una de las obras recientes del artista que "nos permite atisbar ese don de los grandes creadores longevos, que trabajan en las postrimerías de la vida, no solo con la maestría adquirida en años, la cual les faculta para transfigurar positivamente los indeclinables estragos físicos, sino, sobre todo, concebir y hacer con una libertad feroz, con esa libertad que se encara frente a la muerte".



Martín Chirino: Alfaguara. Un arco para el mundo II, 2005. Hierro forjado y empavonado, 450 x 1050 x 214 cm

Calvo Serraller subraya "el potencial artístico y el compromiso ético feraces de este escultor, marcado por una personalidad inquieta de acusado acento intelectual", características a las que se suma otra que lo destaca en el contexto cultural español: "su acendrado cosmopolitismo, tanto más valioso en cuanto que se produjo por completo a contracorriente en un país empobrecido y aislado tras la Guerra Civil y durante la larga dictadura del general Franco". Así, Chirino estuvo en su juventud Francia, Italia y el Reino Unido, y posteriormente se instaló en Nueva York.



"La filiación escultórica de Martín Chirino no pudo encontrar mejor estirpe al apostar por la senda marcada por Picasso y Julio González -añade Calvo Serraller-, que alumbró a los mejores de la vanguardia de entreguerras, como David Smith, Calder o Giacometti, pero que impulsó también a los escultores de después de la Segunda Guerra Mundial, como, entre otros, el británico Anthony Caro y los españoles Oteiza y Chillida. ¡Buena y muy exigente compañía!".



@FDQuijano