Joan Miró: Tela cremada, 1974

IVAM. Guillen de Castro, 118. Valencia. Comisario: Joan Maria Minguet Batllori. Hasta el 17 de junio

Una preciosa escena de circo pintada sobre papel, expuesta ahora al público en primicia, ocupa el lugar más destacado de la primera sala. Se presta aquí a iniciarnos en la pugna entre el orden y el desorden que la muestra toma por clave interpretativa de la obra de Joan Miró. Un bicho en lo alto de la escena subvierte la autoridad del látigo empuñado por el domador, y la asistente de este se planta en la equidistancia emocional entre ambos. Hay humor y pavor, oficio y disparate, juego y coacción, orden y desorden en liza. Se diría que el comisario de la exposición, Joan Maria Minguet, muy buen conocedor del artista, señalara el látigo en ristre de ese domador como instrumento decisivo, para iniciarnos a un Miró que debe al azote de las convenciones y a la rebeldía política la fuerza de innovación que caracteriza su obra. Así se presenta esta en la exposición: como revuelta sostenida en el tiempo y paradigmáticamente reflejada en episodios escogidos.



Era imposible que la obra de un poeta plástico del surrealismo escapase de la alianza sellada con el afán de insubordinación. Pero la máquina expositiva de Miró que acoge felizmente el IVAM dispone un arsenal de focos para iluminar a un artista rejuvenecido, interpretado según parámetros más contemporáneos que modernos. En esta presentación poco o nada resta de un Miró ingenuista, del prehistoricismo que lo ocupó, de la elocución biomórfica del dibujo, del aferramiento a la materia, del pintor sinestésico o del trazo de cosmogonías según un lenguaje privado. Por el contrario, es un Miró urbano y público quien toma aquí las riendas, para caracterizarse y declararse político.



Varias son las vías que se recorren y generosas las alforjas que se cargan para ese viaje. Por un lado está el resalte de la escultura pública, objeto imposible de exponer en el museo, salvo con ayuda de una proyección de diapositivas que aquí acude en su auxilio. Junto al escultor público está el publicista: una nutridísima muestra de carteles y pruebas de estampación para estos lo celebra. Enmarcados, cubren por entero un muro sobre el que, a su vez, se han fijado y superpuesto copias de los pósters. Son materiales preparados para el recuerdo de afanes artísticos bastante más jóvenes, como los de Jacques de la Villeglé. Aparece asimismo el ilustrador de discos de Raimon y María del Mar Bonet. La conformidad con el arte joven se extiende a otros aspectos cuidados en la muestra. Es el caso de uno de los lienzos quemados que expuso en el Grand Palais de París en 1974. Su presencia se enfatiza notablemente, al estar colgado del techo, y no sobre el muro, y acompañarse de otros objetos. Más aún, se proyecta a su vera la película de Francesc Català Roca Toiles brulées, de 1973, una producción de la galería Maeght que nos enseña cómo trabajaba Miró al emplear el poder creativo del fuego destructor. Acuden a nuestra memoria las obras de los mucho más jóvenes Yves Klein, Otto Piene y Lucio Fontana, con quienes implícitamente se mide el espíritu de Miró.



A la izquierda, Sin título (diseño para estarcido), h. 1946; a la derecha, Aviat l'instant, 1919

El proceso creativo es asunto constante en esta retrospectiva intencional. Y centro indiscutible en ella es la sección que documenta un episodio de excepción en la trayectoria del artista catalán: la exposición que tuvo lugar en la primavera de 1969 en Barcelona, en el Colegio de arquitectos de Cataluña y Baleares. La muestra respondía a la iniciativa de jóvenes como Óscar Tusquets y Cristian Cirici y llevaba el título Miró otro. El libro de 1952 Un arte otro, escrito por Michel Tapié como ensayo señero del informalismo, lo protegía. Joan Miró tuvo a bien resaltar el contenedor de aquella exposición al realizar con una escoba y brochas gordas una pintura de trazos negros sobre las cristaleras del espacio expositivo.



No tanto un informalista, cuanto un grafitero o artista urbano se expresaba en esta obra efímera, cuya realización y limpieza documentó Pere Portabella en un filme memorable titulado Miró l'altre. Este corto extraordinario, con banda sonora de Carles Santos, es parte sustancial de la exposición de Valencia. Actualiza desde la comprensión sesentayochista el quehacer de un pintor aún incomprendido entre nosotros. Otras obras importantes testimonian expresamente al artista del grafiti que se invoca. Los aciertos de la muestra se extienden a la expografía, desenfadada, experimental y, diríamos, transversal, con algo de escenario apto para representar Mori el Merma, el "Ubú balear" estrenado en 1978, del que se exhiben telón y figurines originales de Miró.



Alguna dificultad conceptual asoma en este complejo dispositivo, toda vez que del perpetrado rejuvenecimiento de un niño Miró resulta un adulto. También algún desdén sufren las estupendas obras de la década de 1910 que se exhiben apelotonadas. Si empezaron por no gustar en Barcelona, hacen por repetir en Valencia su original suerte un siglo después. Pero alimentan el fuego del rito sacrificial concertado por un huracanado guión expositivo que no se permite hacer ascos a tensiones y en su argumentación artística rememora un recitativo de la postvanguardia sobre el bajo continuo de la vida política española.