Subasta del Salvator Mundi de Leonardo da Vinci el pasado noviembre

Se habla mucho de los altos precios de remate que alcanzan sonadas obras de arte en las grandes casas de subastas pero ¿cuántas transacciones son así? ¿Cómo se definen los precios? ¿A dónde podemos acudir en España? Aquí algunas claves.

El panóptico diseñado por Julius Bentham en el siglo XVIII como modelo de arquitectura carcelaria es símbolo de la vigilancia perpetua propia del estado policial. Hace algunos años Byung Chul Han lo recuperaba como metáfora de los aspectos perversos que tiene La sociedad de la transparencia en la que nos hemos instalado. Entre otras cosas, muestra Han que nos engañamos al pensar que las cuentas transparentes nos abren la intimidad de las instituciones. Engaño éste que consiste en definitiva en confundir el precio con la cosa reduciendo la última a mercancía. Si en algún sector es preciso tener en mente la advertencia de Han este será el que comercia con obras de arte, especialmente en la parte de ese mercado que pasa por ser buque insignia de su pretendida y más que dudosa transparencia: las subastas de arte.



La idea de transparencia en las subastas se apoya en el simple hecho del carácter público de los precios de venta o remate. Pero a partir del dato de los precios se ha levantado todo un edificio que gana por ósmosis la misma etiqueta de fiabilidad. Piedra angular de ese edificio es la idea que hace ya medio siglo tuvo Peter Wilson, presidente de Sotheby's, de utilizar los remates de las subastas para desarrollar índices de cotización, sólo formalmente similares a los de los mercado bursátiles, pero que transmitían la misma idea de confianza y rigor. Hoy día elaboran estos índices portales como Artprice o Artnet, tan poco independientes como Wilson, pues ambos se dedican a la venta y a las subastas online.



Con datos tomados de estos portales se elaboran los informes anuales sobre el mercado global del arte que emiten las igualmente interesadas grandes ferias. Tradicionalmente lo hacía Tefaf Maastricht y desde 2017 le ha tomado la delantera Art Basel por el viejo mecanismo de robarle a Claire MacAndrew, su reputada autora (también de los informes sobre el mercado de arte español que publica Fundación "la Caixa"). Su dudosa fiabilidad metodológica es reconocida por el propio Marc Spiegler, director de Art Basel, quien en el prólogo del último informe global publicado el pasado marzo admite que "la transparencia sigue siendo una meta inalcanzable".



Bajando del edificio de los índices de cotización e informes de mercado y volviendo al suelo del mero dato del precio vemos que, aunque la publicidad de los precios permite en principio la libre regulación oferta-demanda, a dicha libre regulación se oponen las leyes sobre bienes de interés cultural que en los mercados más protegidos limitan la fuga de algunos lotes hacia plazas más importantes. Así, el bien que no puede salir de España queda fuera del alcance de la mayor parte de las fortunas del mundo. Que se lo digan si no a Christie's y Sotheby's, que dejaron de subastar en España -donde hay grandes obras pero no grandes fortunas- en plena crisis de hace 10 años. La declaración como no exportable de un lote lo saca automáticamente del mercado global, mutila el precio y lo hace asequible a los bolsillos locales, también al del Estado cuando quiera ejercer el "derecho de tanteo" que le permite quedarse con la pieza al precio de la última puja. El verano pasado, sin ir más lejos, un San Pedro de Murillo "no exportable" quedó invendido en Fernando Durán por no alcanzar los 40.000 € del precio de reserva, mientras que la noche anterior, Sotheby's Londres remataba un Ecce Homo del mismo autor en cerca de 3 millones de libras.



Pero por encima de todos estos matices menores está el hecho de que en arte el único precio seguro es el ya pagado. El precio a pagar no puede serlo por la sencilla razón de que el valor del arte no es objetivo, no responde a ninguna necesidad, sino sólo a la estimación del deseo que la pieza podrá despertar. Y en la hábil tarea de propiciar compradores entra en juego el completo sistema cultural, muy especialmente el sistema del arte. Será muy recomendable, por ejemplo, seguir el efecto que la exposición de Picasso inaugurada en la Tate Modern el pasado 8 de marzo, tendrá en el precio final de Fillette à la Corbeille Fleurie, picasso de etapa rosa que fue propiedad de Gertrude Stein y es hoy de la Fundación Rockefeller. Se subastará el próximo mayo en Christie's en Nueva York con un precio de salida estimado entre los 90 y los 120 millones de euros.



Pujar en españa

Ni que decir tiene que la impresión general sobre el sector que arrojan las cifras es engañosa. Como en otros campos del mercado artístico también en subastas hay muchos de poco y pocos de mucho. De las cerca de 5.000 casas de subastas que hay en el mundo sólo diez acaparan cerca del 60% de las transacciones, o, dicho de otra manera, los precios superiores a un millón representaron en 2017 el 64% de las ventas y el 1% de las transacciones (Art Basel report). En 2016 se contabilizaban en España 120 casas de subastas, de las que apenas 50 tienen programas regulares. Entre ellas cabe reseñar a las decanas Ansorena y Durán, la ya nombrada Fernando Durán, o Alcalá y Segre en Madrid; Lamas Bolaño o Balclis en Barcelona; Gran Vía en Bilbao o Anteo en San Sebastián. Viene al caso también señalar que el total de lo facturado por el mercado de subastas español en un año es muy inferior al precio individual de remate de los lotes más sonados. Recordemos que el noviembre pasado Christie's vendió el Salvator Mundi de Leonardo tras una habilísima operación de marketing por 450 millones de dólares. Pues bien, el mercado total de subastas español en 2016 no alcanzó los 75 millones de euros (20% del total del mercado español). Cuando escuchamos que el mercado del arte crece (según McAndrew el mercado global creció un 12% en 2017), debemos preguntarnos en qué segmento, porque también el arte está siendo marcado por la polarización, el crecimiento del segmento alto y la caída del bajo. Así, las subastas españolas registraron en 2016 un descenso del 10%.



De modo que no hay que preocuparse por las advertencias de Byung Chul Han sobre la transparencia. Por lo que al arte respecta, tomar el precio por la obra no sólo es engañoso sino extremadamente ingenuo. Y si de subastas queremos hablar, más interesante será otra vez prestar atención a los rasgos cualitativos de su dimensión social. Como ya vio Thackeray en el genial capítulo XVII de Vanity Fair, las subastas son elocuentes de los cambios de fortuna o del paso a mejor vida de unos y otros; permiten un acceso fugaz a los objetos que han acompañado la vida de sus dueños; ofrecen el espectáculo de la lucha por la posesión, llena de motivaciones no meramente especulativas, que conduce a momentos de verdadera tensión dramática en las glamurosas noches de subasta. Si bien más sofisticadas, las subastas hoy siguen siendo en el fondo como aquellas reuniones que hace dos siglos se anunciaban a diario en la última página del Times, aquel privilegiado "espectáculo en toda la feria de las vanidades", que el agudo moralista inglés invitaba a contemplar.