Anselm Kiefer: Karfunkelfee, 2008

El bosque es un lugar que, al mismo tiempo, transmite paz y despierta los mayores miedos y, quizá por eso, ha sido utilizado tanto en el cine como en la literatura y en las artes. La Divina Comedia de Dante, paisajes de las novelas de Shakespeare, películas en las que aparece como lugar en el que acontecen siniestros sucesos. También en las artes plásticas diferentes generaciones de artistas lo han inmortalizado desde diferentes prismas. Este es, de hecho, el tema que hila La llamada del bosque. Árboles y madera en pintura y escultura de la Colección Würth, la muestra que ha organizado el Museo Würth con piezas de su colección y que llega ahora a su sede de Logroño.



"Los bosques nos vinculan con algo atávico como especie y con algo cultural como sociedad, son lugares acogedores y terroríficos a la vez y de ahí viene la fascinación, no solo de los artistas sino de casi todas las personas", opinan Carmen Palacios y Silvia Lindner, responsables de la exposición en España. La idea de poner en pie la muestra, que reúne 100 obras de 58 artistas, partió de su matriz alemana que guarda una colección que asciende a más de 18.000 piezas de artistas como David Hockney, Richard Deacon, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Robert Longo y Paula Modershon-Becker.



Paula Modersohn-Becker: Niña con sombrero entre troncos de abedules, 1902

Son diferentes generaciones de artistas los que vuelven una y otra vez sobre la idea de bosque y, en ese sentido, cada uno se acerca a él a su manera empleando su técnica y estilo. Los expresionistas "de las primeras décadas del siglo XX lo pintaron como un espacio de libertad utilizando la independencia de la técnica mientras que los neoexpresionistas hicieron lo mismo en mayores formatos y de manera más salvaje creando espacios emocionales", sostienen. Así, Hermann Scherer pone en pie una tela fucsia y enérgica, el bosque de Hockney es de un pop colorista, el de Pisarro es impresionista "como un hombre del siglo XIX que se ha reencontrado con la naturaleza", Kiefer lo retrata como un espacio devastado, "arrasado por la guerra donde no queda lugar para la esperanza" y el de Sisley proporciona un "espacio de luz, de encuentro personal y de libertad", añaden las comisarias.



La muestra trata esta relación humana con el bosque desde dos puntos de vista diferentes y complementarios: por un lado como una fascinación por la naturaleza, como un reclamo de lo salvaje y, por el otro, como una llamada de auxilio desde un punto de vista ecologista en la que existe "la necesidad de racionalizar la explotación forestal desde el uso económico del bosque como desde una posición más conservacionista", explican Palacios y Lindner.



David Hockney: Árboles talados en Woldgate, 2008

Así, durante el recorrido, que arranca con la obra más moderna que pertenece Robert Longo contrapuesta a una de las más antiguas firmada por Lovis Corinth, permite explorar los cambios pero "también descubrir las continuidades temáticas entorno al bosque". Si bien las pinturas impresionistas nos llevan a pensar en los paseos por los parques, las telas de los años 60 se circunscriben en los movimientos sociales que surgieron entonces.



En ese sentido, las artes son parte de la expresión social de cada generación y, por ello, se nutren de la realidad de su tiempo "a nivel de experimentación técnica, de reflexión estética y de conceptualización". Sin embargo, durante las vanguardias el bosque quedó en un segundo plano hasta que el movimiento Land art lo recuperó. Pero el arte también es una expresión personal en la que cada artista deposita sus intereses y gustos y decide "el impacto social de su trabajo".



@scamarzana