Germán Gómez González: JH40 de la serie Retratos, 2018 (Galería Fernando Pradilla)

A pesar de su revalorización desde los 90, la fotografía sigue ocupando una modesta posición en las ventas de arte. La inauguración de PhotoEspaña, el 6 de junio, es la ocasión ideal para tomar el pulso a las tendencias de un mercado escurridizo.

En sus veinte años de recorrido, el festival PHotoEspaña, que en su día tomó el relevo de la Primavera Fotográfica de Barcelona (según el modelo establecido en los setenta por los Encuentros de Arlés), ha servido para dar carta de naturaleza a este medio en el ámbito cultural español. Hoy ya no es posible hacer segmento aparte de una técnica que de hecho lo inunda todo y que es la clave de la constitución del imaginario público y privado. Cumplida su principal misión, la función de PHotoEspaña se ha ido encogiendo. El festival se limita hoy a ser la marca que cubre la temporada expositiva de los difíciles meses veraniegos. Y no deja de tener sentido optar por la fotografía para este fin, pues a su popularidad, traducible en visitas, suma la relativa facilidad y bajo coste de exponerla en comparación con otros medios.



Si nos centramos en la sección Off, apartado comercial del festival, la difícil sectorialización se hace más evidente. Hoy en día casi ninguna de las galerías participantes se define como fotogalería. Las galerías especializadas tuvieron su momento y jugaron su papel en los lejanos años 70 y 80 cuando, según ha documentado la investigadora Bárbara Mur, el medio comercial fue, antes que el institucional, el que permitió en España un primer acceso a la obra de autores internacionales como Richard Avedon o Dorothea Lange. El 80% de las galerías generalistas vende hoy fotografía, y el coleccionista maduro no tiene problemas para adquirirla. Algunos, como Anna Gamazo o Lola Garrido, de forma muy notable. En el comprador novel, por desgracia, siguen operando prejuicios contra el medio.



Por lo que se refiere al papel mediático de esta cita, está claro que la popularidad, en una era de banalización de la imagen fotográfica, no beneficia necesariamente el desarrollo del coleccionismo. Tal vez sea esta una de las causas que hacen que un festival aún sólido presente un flanco débil en su apartado de galerías, con nombres relevantes como Juana de Aizpuru, Blanca Berlín, Cámara Oscura, Ponce +Robles, Ivorypress, Fernando Pradilla… y grandes ausencias de participantes en ediciones anteriores como La Caja Negra, Elba Benítez, Max Estrella o Helga de Alvear. Y es una pena, porque si hay un aspecto en el que aún hay tareas pendientes para la fotografía este es el del coleccionismo. Siendo una de las técnicas más asequibles, y aunque se ha ido revalorizando desde los 90, sigue ocupando una posición muy modesta en el mercado. Frente a los expertos que hablan de la estabilidad de su tendencia al alza, el estudio de las subastas en los últimos cinco años revela un descenso continuado desde 2013, cuando en las subastas de abril de Nueva York artistas como Man Ray o Robert Frank alcanzaron en Christie's récords próximos al millón de dólares. Desde entonces las ventas no han dejado de caer en un mercado secundario liderado, de lejos, por artistas como Irving Penn, Anselm Adams o Robert Mapplethorne, y que alcanzó en 2017 un volumen total de ventas próximo a los 16 millones de dólares (Artnet). Por eso se ha visto como un golpe significativo el fracaso en la venta de la obra de Irving Penn Cuzco children (1948) en la subasta de Bonhams del pasado 6 de abril, donde sólo se vendieron la mitad de los lotes.



Volviendo la mirada al mercado primario, según el Art Basel Report la media de precios en 2017 en las principales ferias rondaba los 16.000 dólares. Eventos en los que la técnica representa sólo el 9% del mercado y el 13% del volumen de obra expuesta. Tiene sentido por eso que sigan surgiendo ferias especializadas que se añaden a la clásica París Photo, como Photo London, que acaba de clausurar su tercera edición (con las españolas Pilar Serra, Cámara Oscura, Blanca Berlín y La Fábrica) o Photo Basel, que en pocas semanas abre por cuarta vez.



Tensar los límites

Entre las ferias de Londres y Basilea, y por tanto en un mal momento comercial -final de temporada y presupuestos ya mermados que se reservan para Suiza-, queda nuestro Off PHotoEspaña. La sección supone el 30% de la programación expositiva del festival, pero apenas se beneficia de su nutrido patrocinio. Si participar cuesta al galerista desde hace dos años el pago de una cuota, el premio al que optan las galerías no pasa de ser honorífico, sin compra asociada ni dotación económica.



Las apuestas de quienes sí han querido estar van de la seguridad de nombres como Marcelo Brodsky (Freijo), William Klein (La Fábrica) o Nicolás Muller (Tiempos Modernos) al riesgo de quienes hacen guiños al concepto de juego que Cristina de Middel trae a la presente edición. Así, la propuesta del colectivo Boamistura en Ponce+Robles no consiste en vender fotografías (o no principalmente, al menos), sino en invitar al visitante a buscar el punto de vista desde el que fotografiar con el propio móvil una instalación de anaformismos sobre textos de José Hierro.



Juega y también encanta a la mirada del espectador la obra de la suiza Gabriella Gerosa, en Ivorypress, que encuadra en recargados marcos antiguos vídeos lentos a lo Bill Viola, aunando objeto y edición, vídeo con estética de pintura clásica y aspecto de fotografía. En realidad, el concepto de juego encaja muy bien con la técnica fotográfica, siempre a vueltas con el truco visual, la apariencia y el fake.



Sin embargo, la línea preponderante en el Off de PHE no es de juego, sino de lucha contra la banalización de lo fotográfico. Bien sea tensando los límites del género en un tipo de fotografía realizada sin cámara y que consiste más bien en mirar, seleccionar, apropiarse e intervenir, o, en el otro extremo, esforzándose en un trabajo de postproducción del que resultan piezas únicas de calidad artesanal. Así por ejemplo, merece la pena ver el despliegue expositivo que Cámara Oscura hace de la obra de Javier Viver, desarrollando la propuesta de su fotolibro Révélations. Iconographie de la Salpêtrière. Paris 1875-1918, premio al mejor libro de arte de 2015, que revisita el archivo fotográfico de este psiquiátrico.



En el otro extremo, el de la fotografía como objeto y pieza única se encuentra Germán Gómez, en Fernando Pradilla, con obras de hasta dos metros en las que trabaja las capas de una memoria íntima, logrando imágenes llenas de relieve. Otro modo de escapar a la banalización de la fotografía es el trabajo con técnicas antiguas, de larga tradición pero que empieza a florecer por reacción a la postfotografía. Blanca Berlín expone en esta edición la obra de Alberto Ros, que emplea la técnica decimonónica del colodión húmedo, ya rescatado por Sally Mann en los 70. Su uso hoy, más que la nostalgia, simboliza la huida de la engañosa facilidad de los dispositivos actuales.



Para todos los bolsillos

¿Y sobre precios? Pues, aunque varía según la edición y el tamaño, en formatos medios casi siempre estaremos hablando de entre 3.000 y 5.000 € para ediciones de 3 ó 5, en un rango que arranca desde un mínimo de 300 € y que muy pocas veces superará los 20.000 €. Ya se ve que la fotografía es asequible no sólo en términos estéticos sino también económicos. Anímense.