Monet: La inundación, 1881

Aunque Claude Monet (1840-1926) se negó durante parte de su vida a reconocer la influencia que tuvo Eugène Boudin (1824-1898) en su trayectoria, en 1900 reconoció que el pintor se hizo cargo de su educación "con una bondad inagotable". La suya fue, sin duda, una relación de idas y venidas que empezó a fraguarse hace más de 160 años cuando en la primavera de 1856 se conocieron accidentalmente en la papelería Gravier en Normandía, según cuenta Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la exposición Monet/Boudin que, hasta el próximo 30 de septiembre, puede visitarse en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.



Ese mismo verano, Boudin, que tenía por entonces 31 años, y un joven Monet de quince, que ya empezaba a ser conocido por sus "mordaces caricaturas", comenzaron a trabajar juntos en el entorno de El Havre durante un periodo que se prolongó hasta 1859, fecha en la que el aprendiz viajó hasta París para completar su formación. Ambos, no obstante, mantuvieron una estrecha amistad hasta finales de los setenta, época en la que, a raíz de la muerte de Camille y de las presiones económicas del joven pintor al marchante de ambos, Durand-Ruel, se distanciaron.



"La historia de estos dos artistas tiene un enorme atractivo como duelo biográfico, casi novelesco -comenta al respecto Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen -. De no haber conocido a Boudin, Claude Monet podría haber terminado siendo otro Monet, un gran artista de la caricatura. Pero como lo conoció, Monet terminó convirtiéndose en Monet".



Es precisamente este episodio el punto de partida que toma la exposición Monet/Boudin, patrocinada por JTI Iberia. Con un total de 103 obras, de las cuales un alto porcentaje, entre el 75 y el 80%, no se habían visto nunca antes en España, la muestra, que se extiende a lo largo de la evolución artística de ambos pintores y que asienta sus bases en los mismos orígenes del impresionismo, ofrece la posibilidad de conocer por primera vez, de una manera monográfica, la relación entre el gran pintor y su maestro, "uno de los artistas más avanzados dentro del paisaje francés del siglo XIX", según valora López-Manzanares.



Boudin: Costa y cielo, 1888-1892

Préstamos de museos e instituciones como el Musée d'Orsay de París, la National Gallery de Londres, el Metropolitan de Nueva York, el Museo de Israel en Jerusalén, el Museu Nacional de Belas Artes de Río de Janeiro o el Marunuma Art Park de Japón, así como de colecciones privadas, como la de Pérez Simón, componen esta exposición organizada a lo largo de ocho capítulos o secciones, cuyas piezas "están seleccionadas minuciosamente y tratan de establecer coincidencias de tiempo y lugar -explica Solana- o también de lugar pero no de tiempo", hasta el punto de confrontar el trabajo de ambos artistas. "La exposición juega también a mostrar lo lejos que podían estar el uno del otro. Podían llegar a consecuencias muy distintas".



Los dos afrontaron, por ejemplo, la ejecución del paisaje de una manera diferente. Con una producción de más de siete mil dibujos, Boudin solía realizar sus bocetos y estudios durante el verano y el otoño al aire libre para luego, en invierno o primavera, trabajarlos en el taller en unas piezas nuevas destinadas al coleccionismo o a exposiciones oficiales. Por el contrario, su discípulo, que en un principio heredó este método también, no tardó en rebelarse contra él y empezar a pintar directamente al natural. "Los cuadros los embalaba y los llevaba al estudio donde los acababa pero a diferencia de aquel, en su caso se trataba todo de una misma obra", analiza su comisario para quien sería incorrecto obviar las diferencias entre los dos.



"Mientras Monet fue uno de los pintores más innovadores que abrió paso a la concepción moderna del paisaje -continua-, Boudin fue un pintor más tradicional". Algo que se explicaría, en parte, porque el maestro era un pintor "de extracción social humilde y de carácter tímido que solo con 60 años, al final casi de su vida, logró el reconocimiento público". Mientras que Monet, "de una naturaleza más audaz e impetuosa", ya a los 45 años era "considerado como uno de los principales referentes de la pintura francesa de su época".



Sería injusto, sin embargo, como indica el director artístico del museo, "abordar este duelo en términos de vencedor y vencidos". Gracias a Boudin, Monet aprendió la manera tradicional de componer paisajes y el estudio de la luz, los reflejos y la atmosfera. De él, el alumno reconoció haber estado fascinado por sus pasteles, a los que solía acuñar como "hijos de lo instantáneo". Es por eso que, con una muestra significativa de más de 60 pinturas, esta exposición se presenta además como una oportunidad única de conocer la obra de este peculiar artista, cuya figura empezó a reivindicarse en los años noventa, y que llegó incluso a adelantarse a Baudelaire y su idea de la vida moderna.



Monet: La playa de Trouville, 1870

En este contexto, repartidos de manera más o menos cronológica, cada uno de los apartados que forman esta exposición, no obstante, presentan una independencia temática con respecto a los otros: paisajes pintorescos, pinturas marinas, escenas de playa, tonos pasteles, variaciones, obras del litoral agreste, el estudio de la luz, reflejos y aspectos atmosféricos y, por último, sus viajes al sur. "Viajes que para los dos supusieron una reconsideración de su obra por enfrentarse a una luz mucha más fuerte y brillante de la que habían conocido antes en Normandía", explica Juan Ángel López-Manzanares.



Así con todo, "la mayoría de la exposición se desarrolla en la costa atlántica francesa, algo de Gran Bretaña y, sobre todo, Normandía", matiza el director artístico del Thyssen. Protagonizada, en parte, por esos pequeños pueblos pesqueros que mutaron en populares zonas turísticas de burgueses y aristocráticos, hasta culminar en lo que en palabras de Solana supone el corazón de esta muestra, Hôtel des Roches Noires (1870) de Monet, el hotel donde el mismísimo Marcel Proust y su esposa pasaron algunos de sus veranos. De esta época, forman parte además La playa en Sainte-Adresse (1867), y las obras de su mentor El muelle de Trouville, atardecer (1862) y Concierto en el Casino de Deauville (1865)



Un trayecto que desplaza el interés de los artistas hacia la naturaleza y que, en el caso de Boudin muestra a un pintor que, de manera más intuitiva, por ejemplo, llegó a realizar doscientas variaciones de los muelles de Trouville. De él, no obstante, destacan particularmente sus pasteles."Es la parte más importante de su trabajo, la más renovadora y la que más interesó", explica el comisario. Junto a sus pinturas, seis obras de Monet se exponen en este capítulo, "dentro de una producción que es bastante restringida y que es difícil de conseguir porque son piezas bastante delicadas".



"Monet es una figura tan deseada por los museos contemporáneos que a veces -resume Solana- parece que es necesario disculparse, pero se trata este de un gran trabajo de investigación de dos figuras íntimamente vinculadas en la eclosión del impresionismo". Para el director artístico, se tratan, por tanto, de "dos pintores con carreras independientes que se deben mucho el uno al otro. Las palabras del maestro están llenas siempre de una mezcla de orgullo y nostalgia, de un cierto reproche al discípulo por no recordar tanto, y no ser más sensible a los viejos tiempos". Eclipsado por el movimiento impresionista y por su propio alumno, no obstante, aunque tardó en producirse, su reconocimiento público llegó en 1920 cuando Monet confesó a su biógrafo Gustave Geffroy: "Lo he dicho y lo repito: todo se lo debo a Boudin". Esta exposición es también una constatación de aquello.



@mailouti