Pablo Picasso: La Vida (detalle), 1903

Era octubre de 1900 cuando un joven Pablo Ruiz, aún no firmaba como Picasso, de 18 años se baja del tren en la estación de Orsay. Es la pintura de salón la que le ha llevado hasta la capital francesa, donde conoce la obra de artistas como Delacroix, Ingres, Daumier, Courbet, Manet y los impresionistas. A los pocos meses de su llegada la pasión que siente por Van Gogh le lleva a pintar en manchas de colores puros aunque entre 1900 y 1906 su paleta va girando hacia las tonalidades azules y rosas. Son estas dos últimas etapas en las que se centra la nueva exposición del Musée d'Orsay de París hasta el próximo 6 de enero.



La muestra no se acerca a los periodos azul y rosa como dos episodios separados de su producción sino, por el contrario, como una continuidad y busca ahondar en la primera identidad de Picasso y en algunas de las obsesiones que han sido una constante en su creación. Con Autorretrato con sombrero de copa, pintado en 1901, rinde el último homenaje a Toulouse-Lautrec y con Yo Picasso a Van Gogh. Siete meses más tarde su Autorretrato azul remite de nuevo al pintor holandés, no tanto por su factura, sino por su postura, la de un genio incomprendido vestido de forma ridícula con una barba pelirroja. Su confrontación con el autorretrato que pinta a su regreso de Gósol en 1906 permite entender el camino recorrido por el artista en pocos años. Picasso experimenta un nuevo lenguaje, limitando su paleta a tonos grises y rosas, reduciendo los rasgos de su rostro al óvalo de una máscara.



Pero la revelación parisina de 1900 no es la única fuente de inspiración para el joven Picasso. Sus estancias en Málaga, Madrid, Barcelona o Toledo, entre dos viajes a París, dan muestra de su apego por España y las obras que realiza en este comienzo de siglo evocan tanto el universo de los modernistas catalanes como el del Siglo de Oro. El artista participa de la febrilidad artística que se desarrolla en torno a algunos lugares y publicaciones de vanguardia españolas hacia 1900. En Barcelona, por ejemplo, se alimenta de la pintura de artistas como Santiago Rusiñol o Ramón Casas. Allí, pasa gran parte de su tiempo en el cabaret Els Quatre Gats, lugar emblemático de la bohemia barcelonesa. A la vez taberna, sala de exposición y círculo literario, se funda siguiendo el modelo del célebre Chat Noir parisino.



Exposición en la galería Vollard Picasso llega por segunda vez a la estación de Orsay en la primavera de 1901, llevando en la maleta algunas pinturas y lienzos realizados en Madrid y Barcelona. El catalán Pedro Mañach convence a Ambroise Vollard, célebre galerista de la vanguardia parisina, para organizar una exposición de su trabajo a comienzos del verano: una oportunidad para un extranjero desconocido, que apenas hablaba francés. En su taller, en el boulevard de Clichy, pinta sin descanso, hasta tres lienzos al día, una actividad que culmina en 64 lienzos y algunos dibujos que se muestran en una exposición, que es un éxito de crítica y se cierra con unas ventas respetables.



Tras el éxito de la exposición, Vollard marca para el joven pintor un periodo de retorno sobre sí mismo y una reorientación de su arte. En paralelo al ciclo de lienzos directamente relacionados con la muerte de Casagemas, firma un conjunto de obras desgarradoras marcadas sobre todo por la aparición de la figura de Arlequín. Casagemas, íntimo amigo de Picasso, se suicida en febrero de 1901 en un restaurante de Montmartre, tras haber disparado contra su amante sin alcanzarla. La noticia la conoce estando en Madrid y cuando regresa a París, varios meses después, acude al taller en el que Casagemas pasó las últimas horas de su vida, y se apropia de este acontecimiento trágico gracias a la pintura.



En verano, La muerte de Casagemas, con su expresionismo fauvista y el espesor de la pasta, retoma como un post scriptum el estilo de su exposición en Vollard. En los otros retratos de su amigo se ve cómo la paleta se tiñe de un azul que Picasso introduce progresivamente en su pintura. Este color domina también el gran lienzo Evocación, que retoma de forma paródica la división en dos registros de El entierro del conde de Orgaz del Greco, en un adiós teñido de ironía.



La prisión para mujeres de Saint-Lazare

En otoño de 1901 el artista acude a la prisión para mujeres de Saint-Lazare en París, donde las detenidas son en su mayoría prostitutas, de cuales algunas están encerradas con sus hijos. Estas visitas son el punto de partida de una serie de lienzos sobre el tema de la maternidad durante los últimos meses del año. De regreso a Barcelona a finales de enero de 1902, el artista continúa pintando figuras femeninas que forman imágenes de la soledad y de la desdicha. El periodo azul hace eclosión con temas sentimentales y la búsqueda de una expresividad en la forma. Los cuerpos femeninos, rígidos y solemnes, pesan bajo el peso de las curvas. Las maternidades son idealizadas y estilizadas. El gorro de las mujeres Saint-Lazare, signo distintivo de quienes tenían enfermedades venéreas, se transforma en capucha mientras que sus ropas se vuelven largas túnicas inspiradas de las pinturas del Greco.



Familia de acróbatas con mono, 1905

Los lienzos que pinta durante esta época ofrecen múltiples variaciones de azules que, además de ser una necesidad interior de pintar así, proviene de la influencia de trabajar de noche con una lámpara de petróleo. Un año más tarde, en 1903, Picasso ejecuta La Vida, la culminación de las búsquedas plásticas de Picasso desde comienzos del periodo azul. No falta mucho, por lo tanto, para que el artista se sumerja en las tonalidades rosas. En 1904 Picasso se traslada a Bateau-Lavoir y convive en el seno de la colonia de artistas instalados en la Butte de Montmartre como Paco Durrio y se rodea de una constelación de amigos y poetas como Max Jacob, Guillaume Apollinaire y André Salmon. Estos últimos quienes hacen florecer en él el gusto por la nueva poesía que impregna profundamente las obras del periodo rosa.



Hacia el rosa

Desde los primeros meses del año 1905, y en la línea de las obras ejecutadas en las primeras semanas de 1904, la gama de colores de Picasso se amplía. Este paso lo ejecuta sin mayores modificaciones del estilo de figuras en las que el manierismo y las deformaciones expresionistas son comunes a las del periodo azul. El artista realiza entonces numerosos lienzos inspirados en Madeleine, con la que mantiene una relación amorosa. Estos retratos permiten seguir el abandono progresivo de la monocromía azul en beneficio de una paleta de colores matizada que va del rojo más vivo del traje de la Mujer con corneja al blanco lechoso de la encarnación de la Mujer en camisa. En un viaje a Holanda en verano de 1905 se despierta en él una nueva atención por los trajes tradicionales y por los paisajes pintorescos que le acercan a un interés creciente por los efectos esculturales en pintura.



Ya en 1906 la pintura de Ingres, a la que el Salón de Otoño de 1905 dedicó una retrospectiva, inspira a Picasso una gran composición que enseguida abandona, El abrevadero, del que procede directamente el Conductor de caballo, desnudo. Un clasicismo naciente impregna entonces la producción del artista, mientras que el periodo rosa gira al ocre. Estas tendencias se confirman con la estancia en Gósol entre mayo y agosto de 1906, donde entra en contacto con la escultura romana, y el arte ibérico e inicia un retorno a los orígenes que acentúa su interés por la obra de Gauguin.



En otoño regresa a París y vuelve a centrarse en un análisis casi exclusivo del cuerpo femenino al que dedica numerosas obras caracterizadas por el abandono de los procedimientos ilusionistas a favor de un lenguaje expresivo: construye por articulación formas esenciales y limita la paleta cromática a los colores ocre. De ese laboratorio en el que la relación experimental que se establece entre pintura, escultura y grabado juega un papel determinante, salen en verano de 1907 Les Demoiselles d'Avignon, lienzo que abre el telón de la gran aventura cubista.