Juan Garaizabal

Con motivo del Hay Festival el escultor expone 13 piezas en la Huerta de Félix Ortiz y coloca una estructura suspendida en el centro de la ciudad que recuerda la desaparecida Puerta de San Martín que daba entrada a la localidad.

Jugar con el tiempo y la ausencia es el ejercicio que define la obra del escultor Juan Garaizabal (Madrid, 1971). Una gran parte de sus trabajos recuerdan espacios y edificios emblemáticos que, por alguna razón, han desaparecido de sus lugares de origen. Ejemplo de ello es la puerta de la iglesia bohemia de Berlín, una columna de Palmira o un fragmento del balcón de La Habana, todas ellas reunidas estos días en Esculturas en libertad, una muestra de 13 piezas distribuidas en la Huerta de Félix Ortiz en Segovia. Además, el artista ha instalado en la antigua calle Real de la ciudad una escultura que recuerda la desaparecida Puerta de San Martín que daba entrada a la localidad.



En realidad son doce conjuntos escultóricos, ya que uno de ellos es doble, los que ha dispuesto en la Huerta de Félix Ortiz, espacio que anteriormente han intervenido artistas como Agustín Ibarrola o Francisco Leiro. Se trata de una muestra nutrida de "fragmentos de proyectos, algunos ya realizados y otros en marcha, de lugares dispares", detalla Garaizabal. A la columna de Palmira, realizada con base de acero inoxidable y un fondo de hormigón blanco, se le une una pagoda de Seúl, donde ha estado trabajando recientemente, la torre del reloj de la Estación Central de Chicago o una maqueta para una escalera de un archivo situado en un parque de esculturas de Washington.



En esta ciudad se encontraba Garaizabal cuando recibió la llamada de Félix Ortiz. Voló a Segovia para ver en primera persona el espacio y una vez determinado el tipo de proyecto salieron a pasear por la ciudad. Fue entonces cuando llegaron a la rotonda más cercana al acueducto, donde Ortiz le propuso algo más. "Me preguntó si podría llenar ese espacio con una escultura de gran formato pero le dije que podíamos hacer una pieza que rememorase elementos desaparecidos", recuerda. A Ortiz le gustó la idea y el artista, que cree en una escultura que "genera preguntas y permite una vida en la que se mantiene la actividad habitual", se dispuso a investigar.



Escultura para la torre del reloj de la estación de Chicago

Así es como Garaizabal descubrió que "había un edificio en la Plaza Mayor que ha desaparecido". Entonces idea una ventana suspendida en el aire que dibuja y envía a Ortiz, quien, al día siguiente, le plantea la idea de recordar la Puerta de San Martín. "A partir de aquí hago un boceto que tiene una forma muy parecida a la que ahora podemos ver", sostiene. El resultado es una estructura de acero inoxidable de 90 kilos suspendida en la calle Real de la ciudad, entre la Casa de los Picos y el Teatro Cervantes. Para elevarla sobre el suelo el equipo de Garaizabal ha tenido que hacer unos cálculos matemáticos teniendo en cuenta el viento que puede azotar en la zona. "El viento máximo que ha habido en Segovia ha sido de 170 kilómetros por hora y aunque la pieza está hueca, el cálculo está hecho para que pueda soportar hasta 2000 kilos", sostiene.



Esta aventura es, además, el primer gran proyecto de carácter público que hace en España. Había coqueteado con ello durante La Noche en Blanco de Madrid en 2007, circunstancia que le abrió la puerta a trabajar en 2008 en Bucarest para recalar, después, en Berlín. Una vez asentado en la capital alemana, donde tiene uno de sus tres talleres, hizo trabajos en Centroeuropa y Estados Unidos. "El espacio público es un bien común y tenemos que acercarnos a él con la máxima humildad. Además de ser un bien escaso ocurren muchas cosas en ese aire que vas a intervenir. Por otro lado, veo que el porcentaje de obra pública que me emociona es reducido. Ocurre lo mismo que con la arquitectura contemporánea, hay mucho intento y poco grado de acierto", opina.



Obra que recuerda la desaparecida Puerta de San Martín de Segovia

Por eso, Juan Garaizabal cree la autoexigencia y autocrítica parte de uno mismo y, en eso, él es cauteloso. Las oportunidades que le ha dado el arte público, cree, le han servido "para recuperar historias locales". Pero hay algo que siempre pone por delante y es que no "hay diálogo más honesto con el pasado que una aventura del presente. Hay que mantener el fuego de la aventura, si no es un pastiche". En ese sentido, su lenguaje, que viene del dibujo, defiende un "menos es más" que le permite "valorar qué otras cosas están sucediendo en ese lugar para que la pieza sea compatible".



El taller como campo de batalla

Aunque el artista cuenta con un equipo que le ayuda a materializar sus obras es él mismo quien se enfrasca en cada aventura. Coge la radial, esculpe, corta y se ensucia. La primera maqueta la hace siempre solo momento en el que se deja guiar por la intuición. "Cada vez soy más exigente y el tiempo ha hecho que me plantee formar parte de un lenguaje que tiene sus códigos y hay que respetar las direcciones, generar contenido y sentimiento. Creo en el lenguaje que intenta emplear el mínimo de recursos", detalla. Todo esto se ejecuta mientras otros proyectos se están puliendo de modo que aprovecha "el accidente que se pueda dar en el taller". Así, Garaizabal no envía su maqueta a fundir sino que él mismo forja, corta con láser y funde para generar masas.



"Todo esto tiene una utilidad porque durante el proceso hay cosas que me sorprenden y que luego incorporo en las obras", asegura. Pero para el escultor estar en el taller es "tensión y preocupación", es estar en un lugar en el que sufre "física y mentalmente". Pero si la polvareda ocasionada tras cortar ladrillos tiene un resultado atractivo Garaizabal es de los que cree que tendrá que "hacerlo infinitas veces". Es el resultado y las huellas generadas quienes mandan.



@scamarzana