La serie sobre Nueva York que hizo Berenice Abbott (Springfield, Ohio, 1898 - Maine, 1991) es un testimonio de lo que la ciudad era, de lo que iba a ser y también de lo que dejaría de ser. Fascinada por la fotografía de Eugène Atget, que hizo un retrato nostálgico de París, sus instantáneas tenían vocación documental y nos muestran la ciudad en construcción. Parte de su personal visión de la gran metrópoli del siglo XX se reúne ahora en Retratos de la modernidad, exposición que inaugura la Fundación Mapfre en la Casa Garriga Nogués de Barcelona.
“Ella no quería hacer fotografías bonitas ni artísticas sino documentos”, cuenta Estrella de Diego, comisaria de la muestra. Aunque la belleza de sus imágenes muestran un talento y saber mirar del que no todos gozan. Abbott no provenía de una familia acomodada y en muchas ocasiones sus amigos tuvieron que ayudarle económicamente. Pero en los círculos que se movía eso no importaba y pudo dedicar su vida a la fotografía hasta convertirse en una de las grandes retratistas del siglo XX norteamericano que, de alguna manera, “representa a un tipo de mujer que cambia los esquemas de la fotografía y de su propia vida”.
Pero, ¿quién fue Berenice Abbott? “Llega de la América profunda, del interior, a Nueva York y allí entra en contacto con todo lo que está ocurriendo en la ciudad”. En 1918 se instala en Greenwich Village, el punto de encuentro de las personalidades del momento, donde conoce, por ejemplo, a Marcel Duchamp.
Cuando vuelve a Nueva York, bajo el influjo de Atget, empieza a crear su gran corpus: el retrato de esa gran dama que es la ciudad. Comienza la tarea ella sola, visitando todos sus rincones pero “no tiene dinero para financiarse, es el momento de la Depresión”. Unos años más tarde, en 1935, obtiene una beca del Federal Art Project para trabajar en su proyecto. Así, pues, surge Changing New York, un documento precioso de cómo estaba creciendo la ciudad. Pero Abbott no se queda en la superficie, en lo obvio, en los rascacielos, el lujo y sus bulliciosas calles sino que se adentra también en los lugares más depresivos, como era entonces el barrio de Harlem, o en las comunidades de gente sin techo. “No eran los mejores lugares para una mujer pero la fotografía era un modo de ser libre”, cree Estrella de Diego.
Pero la fotógrafa no solo consagra su vida a la gestación de este gran proyecto. Siempre se ganó la vida con su cámara aunque en ocasiones “los trabajos son puramente alimenticios”. Es el caso de las obras sobre los fenómenos científicos, otra de sus grandes series pero, sin duda, mucho menos conocida que la anterior. Nos adentramos ya en la década de 1950 cuando se embarca en una serie formando parte del Physical Science Study Committee (PSSC) del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Aunque el carácter de un trabajo y el otro es radicalmente opuesto, Estrella de Diego observa rasgos similares en el tratamiento que les da. “Está lo grande y lo pequeño, como lo hace con las imágenes de Nueva York, que captura los rascacielos pero también a los sin techo. Estas instantáneas de fenómenos físicos, de gran belleza, también están tratados como si fueran un retrato”.
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El Rockefeller Center, 1932
Abbott, que había empezado a cursar periodismo deja estos estudios para dedicarse a la escultura. Sin embargo, viaja a Europa y se instala en París, donde empieza a trabajar en el estudio de Man Ray, momento en el que entiende que su verdadera vocación es la fotografía. Va trabando amistad con los vanguardistas pero no se deja influir en exceso porque ella ya “tenía un estilo propio”. Claro que se fija en todos y, desde el principio, cree “que Ray era el mejor retratista del siglo XX, por encima de Stieglitz, cuya obra no le interesa”. Allí, por tanto, “acaba por consagrarse fotografiando a personalidades como Jean Cocteau o Peggy Guggenheim”, recuerda De Diego. Sus cuidadas imágenes capturan “principalmente a personas andróginas, una clase de intelectuales muy rompedora”. Los hombres a los que retrata “muestran una masculinidad menos monolítica de lo acostumbrado”, dice la fundación. En este sentido, Abbott estaba haciendo un documento de ‘nuevas mujeres' “dispuestas a vivir al margen de las convenciones para salvaguardar su libertad”, una clase de mujeres en la que se incluía a sí misma. Es también en la capital francesa, y a través de Man Ray, donde conoce a Atget “y se fascina con él como personaje”. Tanto que a su muerte adquiere el archivo del fotógrafo, “positiva sus imágenes y lo promociona en Nueva York. De hecho, es ella misma quien vende su legado al MoMA”, apunta la comisaria. Esta es la razón por la que un epílogo de la muestra está compuesto por 11 retratos del fotógrafo francés.Eugène Atget, 1927 y, a la derecha, Pelota rebotando en arcos decrecientes, 1958-61