Picasso: La Dèpouille du Minotaure en costume d´Arlequin, 1936

Una treintena de obras de Picasso y cerca de 60 de artistas coetáneos a él forman Picasso y el exilio. Una historia del arte español en la resistencia, una exposición que se inaugura en Les Abattoirs de Toulouse para mostrar cómo afectó el exilio a los artistas españoles.

En 1936 el Frente Popular francés le hizo un encargo a Picasso: crear una pieza para la representación de la obra teatral 14 de julio de Romain Rolland. El pintor, instalado en París desde 1900, concibió un gran telón de 11 metros de largo por 8 de ancho en el que representa a un minotauro quitándose la vestimenta de un arlequín. Ese mismo año estalló la Guerra Civil española y con ella Picasso se convirtió en un exiliado de facto que nunca volvió a pisar su tierra natal. Esta monumental pieza es el centro de la exposición Picasso y el exilio. Una historia del arte español en la resistencia que inaugura este jueves el centro Les Abattoirs de Toulouse, ciudad a la que la donó en 1965.



La exposición ocupa prácticamente el espacio total del museo y su objetivo es mostrar cómo afectó el exilio a artistas españoles como Luis Fernández, Roberta González, Remedios Varo o Antoni Clavé. Entre 1936 y 1939 fueron más de 500.000 los españoles que cruzaron la frontera huyendo de la contienda aunque muchos de ellos cayeron en campos de refugiados franceses. Las precarias condiciones en las que vivían se pueden ver en los dibujos que hizo la enfermera austriaca Friedel Bohny-Reiter mientras trabajaba allí. Acompañada de Rodríguez Luna, Fontseré o Auguste Chauvin, esta sala sirve para dar contexto a una muestra que estará en Toulouse hasta el próximo 25 de agosto dentro del proyecto del 80.° aniversario de La Retirada.



Roberta González: Rostro anguloso, 1937 y, a la derecha, Julio González: Mano derecha levantada n.°1, 1942

El primer eje abarca cuatro salas del museo dedicadas a los artistas españoles exiliados. Remedios Varo, Joan Miró, Antonio Rodríguez Luna, Antoni Clavé o Josefín y Javier Vilató, sobrinos del malagueño, reciben al visitante. "Los dos sobrinos estuvieron en campos y Picasso los ayudó a salir. Uno de ellos metió una nota en una bota que dio a un guardián y el mensaje le llegó", cuenta Valentín Rodríguez, comisario de la muestra y director de colecciones del museo. En las obras de ambos "se ve la influencia de su tío aunque las que se exponen fueron realizadas entre Madrid y Francia. Ellos, al contrario que Picasso, pudieron entrar en España durante el franquismo".



Los documentos, fotografías y archivos, muchos de ellos inéditos, son muestras de la vida de aquellos que huyeron. Pero no solo eso, también demuestran el papel activo que tuvo Picasso gracias a su posición de artista célebre y celebrado. Eran infinidad las cartas que recibía pidiendo ayuda: un grupo de 12 periodistas le envió una misiva explicando que serían enviados a un campo de refugiados porque no podían pagar las facturas o una señora le prometía una docena de huevos si le podía ayudar. Otros artistas también recurrieron a él para que pudiera prolongar la estancia de amigos y allegados.



Luis Fernández: Cabeza de caballo muerto, 1939

En este contexto, Picasso "donó obras y dinero para ayudar a los exiliados" y contribuyó en la creación del Hospital Varsovia para ayudar a los republicanos heridos. También el Guernica, que fue el mural que presentó en el Pabellón Internacional de París en 1937, salió de gira por diferentes ciudades para recaudar dinero para los republicanos exiliados. Su destino era el MoMA de Nueva York y cuando el gobierno franquista en 1969 quiso que el cuadro regresara a España, el pintor malagueño pidió a su abogado que redactara un documento en el que dejaba escrito que el lienzo no volvería "hasta que no se restaurasen las libertades". No dejó ninguna evidencia sobre su testamento más allá que el futuro de su obra maestra. En ese momento, el ‘Cuadro grande', como se le denominó en la operación de su regreso tras la muerte de Franco, se convirtió en símbolo de "paz y resistencia". Aunque, claro, no fue el único artista comprometido con la causa, también Apel.les Fenosa quiso homenajear la quema del pueblo Oraudor-aux-Glane con una escultura "de una mujer embarazada que está ardiendo con la que habla del destino que tuvieron aquellos que murieron allí".



Picasso y su compromiso político

El telón La Dèpouille du Minataure en costume d'Arlequin que el artista ideó en 1936 es el centro de la segunda sección de una muestra que es "política pero también pacifista". En 1965 Douglas Cooper organizó en Toulouse una exposición en torno a la relación que une al artista malagueño con el teatro. Fue entonces cuando se volvió a mostrar esta tela frágil que no está a la vista del público todos los días del año. A su lado, una colección de carteles "advierten el complicado contexto político de la España de la época".



Picasso: Corrida: la mort du torèro, 1933

El avance de la dictadura franquista no amilanó a Picasso, que cada vez tenía una posición más clara. En el año 1944 "decidió hacerse comunista porque no tenía un país. Para ellos ser comunista era ser pacifista, estaba en contra de la guerra no solo en España sino en cualquier parte". Por supuesto la gestación del Guernica, el gran símbolo de la resistencia, cuenta con una extensa documentación que va desde los dibujos preparatorios del proyecto anterior junto a las imágenes que luego se convertirían en una de las piezas más reproducidas. Instantáneas de Dora Maar, una película de Buñuel, un poema escrito por Paul Èluard o el documental en torno a la pieza que Alain Resneis nunca llegó a culminar se muestran junto a una videoinstalación de Daniel G. Andújar o una reproducción del Guernica tallado en madera por Damien Deroubaix.



Cree el comisario que España está en sus obras hasta el final y se ve en sus incansables visitas al sur de Francia, colindando con la frontera, pero sin llegar a franquearla nunca. Perpiñán y Colliure se convirtieron esos lugares en los que se deshacía de la nostalgia de su España querida y cultivaba su cultura: acudía a corridas de toros, en las que le pedían autógrafos como si fuera una estrella, y se vestía con motivos catalanes "que estaban prohibidos en España". Añade dramatismo el flamenco que proviene de Lunares, una obra en la que Pilar Albarracín hace que una bailaora vestida de blanco se pinche para tintar los lunares de sangre. Esta tensión entre ambos artistas vuelve a verse muy pronto en una sala en la que Albarracín aparece con sus vísceras dibujadas junto a un cuadro en el que Picasso se retrata como torero. En la representación de "la tauromaquia o en Carmen es donde mejor se ve esa nostalgia que siempre tuvo". Como dijo su amigo Dominguín, Picasso fue, quizá, el último Don Quijote.



@scamarzana

Dulces sueños, una mirada política actual

El tercer eje sobre el que gira la muestra empieza con las apropiaciones que se han hecho de su obra como símbolo de la paz para dar paso a un apéndice en el que artistas contemporáneos ofrecen su mirada política actual. Si bien es cierto que algunas, como la pieza en la que Eugenio Merino mete a Franco en una nevera, dialogan durante el recorrido del exilio, el resto se instala en la segunda planta del museo.



Carlos Aires proyecta su Sweet Dreams, una obra sobre el poder, Núria Güell habla sobre la memoria y su pérdida, Daniela Ortiz critica al colonialismo, Glenda León pone la religión en el centro de su obra o Esther Ferrer despliega su particular mirada sobre el paso del tiempo.



Esta sección, que desentona con la muestra histórica general, ha contado con la ayuda de AC/E y la colaboración del director del CA2M Manuel Segade y la ex directora de Jeu de Paume y crítica de arte Marta Gili.