Se mueve de un lado a otro con los brazos en jarras. El pelo cano, recogido en un moño con una gran horquilla que mantiene el flequillo a raya. Es Martin Creed (Wakefield, 1968), artista inclasificable, alquimista del juego y defensor de los sentimientos y de las pequeñas cosas como motor de su trabajo. Nos tiene acostumbrados a un estilismo muy personal. El primer día del taller que imparte en el Centro Botín de Santander apareció con la americana del revés, las solapas en la espalda. Y el segundo, con un alzacuellos “comprado en Roma”, aclara con esa media sonrisa que le caracteriza. Las últimas dos semanas ha repartido su tiempo entre este taller con ocho jóvenes músicos y el montaje de su exposición Amigos, comisariada por Benjamin Weil en la sala contigua, un conjunto de pinturas murales con las que ha cubierto la totalidad de la segunda planta del centro. A veces se abraza a su guitarra, esa que ha diseñado él mismo y que convirtió en escultura al mostrarla dentro de una vitrina en su galería londinense Hauser & Wirth. Y a veces se cambia de zapatos y se prueba los que ha diseñado para los cuatro músicos -pinturas hechas calzado- que interpretarán una de sus piezas musicales cuando abra la muestra.

"Me gusta que el público se sienta libre al ver mi obra, que se mueva sin imitaciones, que disfrute"

Todo aquí está en proceso. Los músicos trabajan en una pieza sonora que irá en el ascensor. No hacen más que contar y apuntar cifras en un papel con el traqueteo del metrónomo de fondo. “La melodía estará sincronizada con el propio movimiento ascendente y descendente del ascensor”, aclara Creed, y tararea acto seguido una escala ascendente, para que no quede ninguna duda, que me hace subir, de golpe, piso por piso las tres plantas del edificio de Renzo Piano. Las explicaciones de Creed son otro work in progress con pausas constantes para reformularse a sí mismo en medio de esa sonoridad característica del inglés de Glasgow, donde creció, que convierte las oes en ues y consigue que las eles resuenen en el paladar.

Colores en clave de sol

Las partituras sobre la mesa, firmadas por Creed, nos recuerdan su faceta como compositor “entre el punk, el country y el folk”, con títulos que desvelan mucho de él, como “I don't Know” (No lo sé) o “Be Natural” (Sé natural), cuadernos con pentagramas y rotuladores de colores, los mismos que podemos ver impresos en las paredes de la sala. Sus asistentes interrumpen a menudo para que supervise cómo van las pinturas murales, innumerables líneas de colores entre las que llama la atención una pared en la que se repite la palabra “refugiados” que suma un patrón más a las geometrías del resto de los muros. La sala es una explosión de color enmarcada por las vistas de Santander y su bahía, a izquierda y derecha, y el cielo coronándola. Las líneas invaden hasta los más pequeños rincones y prolongan el movimiento en una suerte de paisaje total. “Mi idea desde el principio -explica Creed- fue no añadir nada al edificio, no traer ningún objeto. Usar la arquitectura, que es bonita, y el ascensor, porque es un elemento importante, intervenir los uniformes del personal que trabaja aquí y, por supuesto, las paredes de la sala de exposiciones. Hay sólo un objeto que está fuera de la sala, en los jardines. Intento tratar todos los espacios por igual, salir de la galería, saltar al ascensor, y al parque”.

Martin Creed tocando la guitarra que ha diseñado. Foto: Belén de Benito

Pregunta. La pieza de los Jardines de Pereda es una palabra hecha con leds, Amigos, que da nombre a la exposición. ¿Por qué ese título?

Respuesta. Para dar la bienvenida al público, ser amable y acogedor. Me pasa que muchas veces me siento solo, atrapado en mí mismo incluso estando con más gente. La vida puede ser muy solitaria e intento con mi trabajo comunicarme con el mundo. Cuando las palabras no son suficiente, tiro de los colores bellos. Igual que a mí me acompañan frases de Shakespeare, creo que las obras de arte pueden conseguir que la gente se sienta mejor. Mis pinturas murales, por ejemplo, me gustan entre otras cosas porque son un entorno muy fotogénico.

"Trabajar en equipo hace que las cosas se descontrolen un poco, pero también que sean reales. Esa es la razón por la que hago exposiciones"

P. Pero aquí las fotos no están permitidas en las salas…

R. Lo sé, y estoy intentado que cambie la norma en este caso y sí que se pueda. Me gusta que el público se sienta libre al ver mi obra, que se mueva sin limitaciones, que disfrute, que les guste. A mí la pieza del ascensor me hace sonreír, los colores de las pinturas murales me parecen bonitos, igual que el edificio, y me gusta señalar con ellos cada pequeño detalle de esta arquitectura, respetar sus pequeños obstáculos, cada accidente, por minúsculo que sea. Todas y cada una de las partes del edificio son importantes, por eso también vamos a pintar los pasillos que llevan al baño y los uniformes del equipo.

P. ¿Esconde esta práctica, en realidad, una filosofía de vida?

R. Sí. Los mejores momentos de la vida son las pequeñas cosas y me interesa que mis obras hablen de ellas. También que la exposición exceda las cuatro paredes de la sala porque quizá ahí, fuera, esté la mejor parte. A veces me ocurre que voy a ver una exposición con un amigo, y disfruto del paseo, de la pintura, de una cena, y después recuerdo más el paseo, las risas, la conversación que la propia experiencia de ver la pintura, pero todo ha ocurrido gracias a que íbamos a verla. Y pienso mucho en eso cuando hago una obra, ¿qué es una obra de arte? Quizá la verdadera obra esté detrás.

P. ¿Cómo suele trabajar? ¿Tiene unas ideas previas que pone en práctica en el espacio o es el espacio el que le lleva a desarrollar unas ideas?

R. Es una mezcla de las dos cosas aunque normalmente intento hacer nuevos experimentos. Tengo una especie de archivo de proyectos, algo un poco caótico porque en mi estudio no soy muy organizado.

P. Aunque aquí se ve que le gusta controlarlo todo, ¿no es así?

R. Sí, trabajar en equipo hace que las cosas se descontrolen un poco pero también que sean reales. Esa es también la razón por la que hago exposiciones y por la que produzco obras. Para que las cosas dejen de ser una fantasía. Al explicarle a alguien lo que quiero hacer consigo poner en palabras mis sentimientos.

P. ¿Cree que los sentimientos están por encima de las ideas?

R. Absolutamente. Las ideas son fáciles pero los sentimientos son complicados y ganan siempre.

P. ¿La pieza musical que preparan en el taller es una obra colaborativa?

R. Todos las obras son una colaboración en la que entran en escena más agentes, el comisario, por ejemplo. Pero no, la pieza musical no es una colaboración. Yo trabajo en mi música y los músicos me ayudan. Hay piezas que ya tenía escritas y otras en las que estoy trabajando, probando. Les pido que las interpreten y que hagamos pruebas pero la composición es mía.

Participantes del taller ensayando en la sala de exposiciones. Foto: Belén de Benito

Espectadores alerta

La obra que interpretará el cuarteto de dos cantantes y un violín la está afinando en estos días. “Quiero testarla en el espacio. Hay una parte en la que los músicos correrán y estamos todavía haciendo pruebas, moviéndonos por la sala”. Tendremos que andar ojo avizor al visitarla, ya lo sabemos, las obras de Martin Creed no son propuestas al uso. Quedó claro en 2001 cuando ganó el Premio Turner con su Work No 227 - The Lights Going On And Off, que consistía precisamente en eso, las luces se encendían y apagaban en una especie de cadencia musical mientras visitábamos la exposición. Hacía así un guiño a ese impulso infantil de jugar con el interruptor y al tiempo ponía sobre la mesa cuestiones de mayor calado como qué es el arte. Aun así no es este, el arte, un concepto con el que Creed se siente del todo cómodo. En 2008 ponía a una persona a correr por las largas galerías de la Tate Britain en modo sprint, una forma de mostrar la vida, el movimiento, y de desconcertar al público. Y en 2011 llenaba la planta baja del MARCO de Vigo de globos azules a medio inflar (Work No. 247 Half the Air In The Given Space, 2000), una de sus piezas más conocidas. La experiencia de adentrarse en ese mar de globos tenía algo de lúdico pero también de agobio y daba con ella forma a algo tan simple y fundamental como es el aire.

"Intento tratar todos los espacios por igual, salir de la galería, porque quizá ahí, fuera, esté la mejor parte"

P. Tiene la costumbre de darles un número a todas sus obras. ¿Por cuál va ya?

R. No sabría decirle. ¿3.000, 2.900 y pico? Numero cada cosa que hago, aunque sea pequeña.

P. Se describe su trabajo como lúdico, alegre. ¿Se siente cómodo con estos términos?

R. No deja de sorprenderme porque en realidad hago mis obras porque me siento triste. Los colores me hacen feliz cuando estoy así, me arrancan una sonrisa y cuando esto sucede pienso que las obras funcionan. Siempre me dejo llevar por los sentimientos. La pintura negra de esta exposición es como un dibujo, rayas negras y blancas sobre una hoja de papel; mientras que en el mural multicolor vemos una paleta muy rica. Me gusta ver todos estos colores.

P. La pieza disonante sería la pintura en la que se lee repetidamente la palabra refugiados.

R. Esta obra es totalmente nueva y tiene algo de improvisado. Ya había utilizado pintura de espray antes, a la que llegué desde el neón, con el que ya construía palabras, pero quería hacerlo de una manera más directa. Cuando llevábamos tres días trabajando en los murales me empezó a preocupar que fueran demasiado bonitos. De ahí que a veces utilice palabras, además de colores, porque los colores son demasiado fáciles, limpios, ordenados, y usar palabras me ayuda a contar más cosas. Llevo muchos años pensando en la crisis de los refugiados en Europa. Creo que deberíamos poder viajar a cualquier lugar del mundo sin limitaciones, que no debería haber fronteras. Y creo, además, que de alguna manera todos somos refugiados. Yo huyo de muchas cosas. A veces pienso en mi obra en una galería y en los refugiados que no tienen donde vivir... Tiene que haber exposiciones pero tenemos que lidiar con el tema de los refugiados, un terreno muy difícil. Aunque no lo entienda, siento que tengo que reflejar también en mi trabajo lo que ocurre en las calles. Hay que abrir las salas de exposiciones a lo que ocurre fuera.

Arte sin etiquetas

P. Tampoco le gustan las fronteras en el arte y hace saltar por los aires los límites entre pintura, escultura, música… ¿Cómo se presentaría, como músico, como artista?

R. Como artista no. Quizá la etiqueta de “músico” sea más fácil: alguien que hace música, que al final es un arreglo de sonidos y notas. Creo que encontrar una definición de lo qué es el arte no es nada fácil. Es magia. Es como el amor. Es algo raro. Está por encima de la fisicidad de la vida. Y a su vez la vida y los sentimientos son misteriosos e incontrolables.

P. ¿En qué otros artistas se fija?

R. En músicos, artistas, escritores. Desde que estudiaba me interesa mucho Frank Stella. También me impresiona la obra de Picasso, hay una vuelta de tuerca. Y músicos como Steve Reich, Bob Dylan, Johnny Cash con su música country y el uso sencillo de las palabras, Chris Christoffersen, Leonard Cohen...

P. ¿Y de dónde vienen los trabajos con ropa?

R. Tienen también que ver con el tema de las fronteras y de los límites. La ropa es lo que nos separa del mundo exterior. También la pintura es otro tipo de frontera. A veces mi obra es una barrera entre el exterior y yo.

@LuisaEspino4