Si cogiéramos un mapa para seguir la pista de los trabajos de Dionisio González (Oviedo, 1965), la ruta nos llevaría a Brasil, pasaría por la bahía vietnamita de Ha Long, haría transbordo en Corea del Sur y aterrizaría, por ejemplo, en el Golfo de México. Todavía hoy se le conoce por sus Cartografias para a remoçao (2004–2007), esas coloristas imágenes de favelas brasileñas en las que introducía elementos de cosecha propia. El “consumo” de arquitectura ha estado siempre ahí –recuerda Dionisio–ya sea a través de lecturas o sumergiéndose en los propios espacios. Estudió Bellas Artes y Filología Hispánica y ya en piezas de finales de los noventa como Rooms –una colmena humana hecha con cajas de luz y personas contorsionadas– , había algo de ese espíritu constructor.
Aunque su manera de trabajar sigue siendo la misma, la aproximación a la arquitectura es cada vez más erudita. En su conversación con El Cultural, acude a un torrente de referencias con las que ilustra cada uno de sus pasos. Son dos las exposiciones que le traen de vuelta a nuestras páginas, en las galerías Siboney de Santander (hasta el 10 de junio) e Ivorypress de Madrid (desde el próximo miércoles). En Inter–acciones (2013), en Siboney, varias construcciones elevadas sobre el suelo se presentan abandonadas en distintos entornos naturales. Mientras que en Concrete Island, en Ivorypress, el hormigón es el gran protagonista.
Pregunta. ¿Qué conexiones establece entre estas propuestas?
Respuesta. Las dos muestras hablan de la obsesión contemporánea por las ruinas y de cómo esta obsesión, como señala Andreas Huyssen, “encubre la nostalgia por una etapa temprana de la modernidad, cuando todavía no se había desvanecido la posibilidad de imaginar otros futuros”. Por otra parte, todo proyecto no construido es una ruina. Hay una museificación de las superficies que derivan en ruinas porque nunca antes la arquitectura había estado tan alejada de la socialización de los espacios.
Lo real y lo simulado
En Eutopía o Dispersión (2018), en Ivorypress, rescata del olvido arquitecturas utópicas que no llegaron a construirse tras la II Guerra Mundial. Las recrea en trece impresiones digitales que toman como punto de partida los bocetos y los planos originales. Construir, Habitar, Existimar (2018) cuenta la historia de dos viviendas de mediados de siglo XX: La Casa Celan y la Casa Madeleine, proyectadas por los arquitectos Marcel Breuer y Erich Mendelsohn, respectivamente. Reflexiona con fotografías, maquetas y hologramas sobre el valor del archivo, la destrucción (ninguna de estas casas sigue en pie), lo real y lo simulado.
"Perderse significa habitar de otra manera el espacio y el tiempo, sin presuposición ni finalidad"
P. ¿Cómo lo hace?
R. A la manera de un falso documental, donde verdad y ficción se confunden, se van enlazando la ejecución y los acontecimientos vitales en torno a estos dos iconos de la arquitectura moderna. La casa Madeleine (1953) es la última obra acabada que Mendelsohn dejó en vida. Proyectó una edificio integrada en la naturaleza, donde perderse. Perderse significa habitar de otra manera el espacio y el tiempo, sin presuposición ni finalidad. En cierto modo la arquitectura se mide por su destructividad. La demolición de esta casa en 1965 creó una anomalía, un desajuste histórico. Al negarle la ilustración le negaron la influencia.
P. La mezcla de realidad y ficción es una constante en su obra. ¿Qué busca con ello?
R. Es un tema que siempre me ha interesado y que es verdad que aparece más o menos explícitamente en mi trabajo. Ugo Volli, en 1990, ideó un neologismo para designar hechos que no son tales: los hechoides o factoides con los que advertía de una estructura de periodismo paralelo que no amenaza a la independencia del medio editorial pero que sí faltaba a la verdad o directamente la falseaba. Esta tendencia ha adquirido actualmente una escala y gestión sistémicas. Mi última muestra en el CAC de Málaga se llamaba Parresia y Lugar al hilo, precisamente, de todo esto. Parresia en el obrar foucaultiano es el decir cierto, el decir veraz, y lo contraponía al término existimar que es dar por cierto algo, aunque no lo sea.
P. Escultura, instalación, video, ¿qué le hace decantarse por un medio u otro?
R. Siempre teorizo los proyectos previamente a su ejecución. Esa labor investigadora y exploratoria para mí es tanto inicio como parte del proyecto. Por tanto, siempre digo que el soporte es la idea. Posteriormente evalúo la idoneidad de los distintos medios para cristalizar dicha idea y casi siempre empleo múltiples recursos.
P. Hay una huella social en series como las de las favelas de Brasil y Halong Bay, en Vietnam, ¿sigue vigente en su obra?
R. Creo que todo mi trabajo es comprometido. Una formulación crítica del arte procura la “exposición” de los distintos mecanismos de dominación para transformar al espectador en actor consciente. El problema es cuando el proyecto artístico es didáctico en exceso, porque entonces corre el peligro de entrar en el mismo círculo vicioso que las imágenes y los mensajes que pretende denunciar. Detrás de mis últimas series e instalaciones he intentado plantear aspectos como la ingente creación de archivos y metadatos sobre las imágenes de la dominación que nos procura la historia y sobre la mentira, fenómeno que si bien se ha dado en todas las épocas y desde los inicios del periodismo moderno, se multiplica en la actualidad desde una actividad sistémica.
P. Hay algo de ese compromiso también en sus intereses arquitectónicos, ¿no es así?
R. Sí, al margen de grandes nombres como Le Corbusier y Wright, me atraen aquellos períodos de la arquitectura moderna que desarrollaron un cuerpo teórico y respondían a cierta fatiga estética. Es realmente difícil centrar un período de interés, Le Corbusier decía en La Ciudad del futuro que no se consideraba en contra de la tradición sino dentro de ella, pues todas las grandes empresas del pasado vienen, una tras otra, a confirmar que a cada estado de espíritu le corresponde un estado de cosas. Podría decir que me interesan los megaproyectos donde se intuye una cierta intelegibilidad de la política y las demandas sociales aunque sean difícilmente trasladables a lo empírico. Toda utopía está en conflicto con un orden existente en nombre de una idea, y ese conflicto nace en la entelequia de visualizar alternativas. También me interesa mucho la métrica de la casa moderna, la relación unitaria con la habitación y la habitabilidad.
P. ¿Y hacia dónde más mira? ¿qué le inspira?
R. Según Walter Benjamin el arte distrae y se recibe con distracción. Apenas consumo arte para ejecutarlo, algo parecido a lo que le ocurre al etnólogo en su deseo de participar pero en la necesidad de distanciarse. Disfruto mucho más de otras fuentes de pensamiento, la arquitectura y el urbanismo por supuesto, pero también la arqueología, la filosofía, la sociología y el cine.