Es una nueva manera de entender el evento bienal. El germen de la osloBIENNALEN se remonta a 2013, cuando la Agencia de Asuntos Culturales de Oslo anuncia un proyecto piloto para trabajar las pautas de una bienal de arte público para la ciudad. Se hicieron con la convocatoria los comisarios Eva González-Sancho y Per Gunnar Eeg-Tverbakk que desarrollaron una primera fase experimental del proyecto, Oslo Pilot, basada en los conceptos de reactivación, periodicidad, desaparición y público, con los que se asentaron las bases de esta primera edición de la osloBIENNALEN que se acaba de inaugurar y que se extenderá hasta 2024.
A este primer equipo ha correspondido la tarea de constituir también el modelo que configurará ya no la bienal como evento, sino como institución. Para ello, su sede se ha establecido en el 2 de Myntgata, un edificio del casco histórico de la ciudad en el que se hallan las oficinas y el centro de visitantes, pero donde también tienen lugar algunos de los proyectos del programa general. Además, en sus plantas superiores se han habilitado sesenta estudios destinados a alojar a artistas establecidos en la ciudad con el fin de concebir una sede viva, que permita al contexto local vivir la bienal de un modo real y que exija a la institución acompañar los procesos.
El discurso es claro: proponer un nuevo modelo de bienal, con temporalidades y ritmos distintos, sin citas clave colapsadas ni aglomeraciones que hagan de un evento de estas características el peor lugar e instante posibles para disfrutar del trabajo de los artistas. Por eso, la estructura pasa por cuestionarse cómo han de presentarse los trabajos, cuál será la relación con la audiencia, las claves para un posible modelo de colección y de marco curatorial de cara a ocuparse de la presentación de estos trabajos.
Fiel a este nuevo formato, lo que en verdad se ha inaugurado entre el 24 y el 27 de mayo ha sido un primer turno de proyectos que alimentarán la bienal hasta octubre, mes en el que se abrirá la siguiente tanda de participantes. Se estructura así una periodicidad que se repetirá hasta 2024 pero que, coherente con su carácter experimental, estará permanentemente sujeta a cambios, a subsanar errores y a potenciar aciertos. Durante su apertura se han ido sucediendo diversas inserciones en el espacio público a partir de proyectos en su mayoría específicos, que han sido producidos y cuidados por el equipo de la bienal.
Así, Carole Douillard ocupa espacios públicos con una serie de personajes, The Viewers, que con su mirada perdida a lo lejos producen en el viandante un extrañamiento de una sencillez y efectividad altamente seductoras. En plena calle también, Ed D’Souza ha construido Migrant Car, la maqueta de un Hindustan Ambassador, un coche muy popular en la India, realizado ahora por un carpintero del barrio de Grünerløkka. En su activación ha participado la vecindad por medio de diversas actividades lúdicas. Las imágenes de Ed D’Souza arrastrando el coche hasta Myntgata 2 dan idea de lo simbólico del gesto. En el caso de Dora García, invitada a formar parte de este primer turno, ha extendido la propuesta a una serie de artistas con quienes ha fundado Rose Hammer, persona artística colectiva a través de la cual, y mediante un ejercicio teatral basado en las piezas didácticas –Lehrstücke– de Bertolt Brecht, han comenzado a abordar la historia de Noruega en una serie de episodios. También destaca la sutil inserción de un texto-postal de Lisa Tan acerca de la inspiración y la admiración recíproca entre artistas, o la decisión de renovar los fríos aseos de Myntgata 2 por otros cuyos usuarios serán, además del equipo de la bienal, los artistas residentes.
Habría que desgranar, uno a uno, la biblioteca viviente de Mette Edvardsen; el pabellón de escultura pública que los artistas Jan Freuchen, Sigurd Tenningen y Jonas Høgli Major han organizado en un descampado de una zona industrial del noreste de Oslo; las intervenciones realizadas por Gaylen Gerber en un antiguo barracón militar y en el estudio de Edvard Munch, etc. La lista se completa con Hlynur Hallsson, Julien Bismuth, Benjamin Bardinet, Michael Ross, Øyste in Wyller Odden, Marianne Heier, Mikaela Assolent, Michelangelo Miccolis, Mônica Nador y Bruno Oliveira.
Cerrando los actos se ha celebrado, bajo la pregunta ¿Qué significa lanzar una Bienal que rompa con las formas habituales de abordar el espacio, el tiempo y el tema?, un simposio como prólogo del resto de encuentros que irán desarrollándose durante la bienal, conducidos por el comisario español Juan Canela.
La osloBIENNALEN sorprende por su sencillez, por no haber caído en gestos vacuos ni en golpes de efecto. La lista de artistas lo deja claro, los trabajos son fruto de un largo proceso y el resultado ya ha empezado a verse. El cuidado, intrínseco a priori en todo ejercicio curatorial, es impecable. Merece la pena echar un vistazo a Noruega, donde además de Oslo, Bergen prepara otra edición de Assembly para 2019, otra manera también de repensar el modelo.