La obsesión por la imagen de Carlos Saura (Huesca, 1932) no llegó de manera casual. Durante la Guerra Civil su padre ideó libros de recortes con imágenes de periódicos y revistas que le interesaban para entretener a sus hijos. Su contacto con lo visual empezó entonces y a partir de ese momento, recuerda, tanto él como su hermano Antonio Saura empezaron “a trabajar la imagen de manera intuitiva”. Antes de adentrarse de manera fecunda en el universo cinematográfico, la cámara de fotos fue una gran aliada y aunque se considera un “aficionado preparado”, parte de sus instantáneas son el testimonio de la España de los años 50, un dietario de sus rodajes y un recuerdo íntimo de su entorno familiar. Estos aspectos son los que se abordan en Carlos Saura, fotógrafo. Una vida tras la cámara, una exposición con un centenar de piezas que se inaugura en el Círculo de Bellas Artes y ha sido organizada junto a La Fábrica.
Cuando Chema Conesa, comisario de la exposición, se puso a bucear en el archivo del cineasta encontró una cantidad tan inmensa de negativos que ni el propio Saura recordaba. Por eso, la idea de Conesa, que lo conoce bien, fue la de “seguir el ojo del fotógrafo”. El resultado es un recorrido dividido en diferentes secciones que empieza con sus primeros contactos con la disciplina. Primer laboratorio es un álbum íntimo y familiar de carácter poético en el que podemos ver a su hermana Angelines o a Sonsoles junto a sus amigas. Le siguen después algunos cuadernos de rodaje y una selección de polaroids junto a una interesante recopilación de instantáneas en las que Saura captura algunos de sus rodajes para acabar con una panorámica de aquella España en construcción en los años 50 con “una visión descarnada contra la que quería luchar”, arguye Alberto Anaut, director de La Fábrica.
“Al ver la exposición me he acordado de Pessoa y sus heterónimos. Me veo dividido en etapas y a veces no me reconozco. Durante la vida vamos dejando un poso y la fotografía hace eso. Cuando veo mis imágenes recuerdo, veo el pasado. Disparar la cámara es peligroso porque guarda todo eso”. En este sentido, el cineasta y fotógrafo dice no estar interesado en el pasado sino en el presente. Aún le quedan muchas cosas que hacer y sigue envuelto en varios proyectos. “El pasado está ahí por si alguien quiere estudiarlo”, asegura. No obstante, opina que esta es una de las “muestras más completas” que se le han dedicado hasta la fecha.
“La espectacular obra cinematográfica de Saura ha ensombrecido sus fotografías pero cuando hemos tenido tiempo de verlas hemos comprobado que son asombrosas”, comenta Anaut. Durante la década de los años 50 el artista recorrió los pueblos con su cámara Leica. El periplo le llevó por Andalucía, Madrid, Sanabria, Cuenca o Toledo capturando a mujeres lavando la ropa a orillas del río, a niños durante las procesiones o a hombres charlando junto a sus burros. Lo que obtiene es un archivo documental que a través de su mirada se convierte en un reportaje de las gentes de la época.
Sin embargo, en 1959 ingresó en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Su experiencia anterior le ayudó a entrar y “pensaron que sería un fotógrafo de cine”. Pero Saura quería dirigir. No obstante, la cámara siempre colgaba de su cuello, se convirtió en una compañera, una cómplice que le daba la opción de plasmar todo aquello en lo que estaba trabajando. Así, en esta muestra se pueden ver momentos de descanso de cintas como Flamenco, con Lola Flores, Cría Cuervos o Ana y los lobos. “Vamos guardando el pasado, se hacen fotografías para guardar constancia de que hemos estado en algún sitio. Pero si no se revela, no existe”, cree.
También recuerda el primer autorretrato, el mismo que da la bienvenida al visitante, que se hizo con una de las cámaras que compró en el Rastro y él mismo arregló. Dice que se trata de pruebas y, por eso, atesora un centenar de autorretratos aunque algunos de ellos los borra porque se ve “muy viejo”, bromea. “Como mi familia huía de mí me las hacía a mí mismo”, comenta divertido. Algunas de las cámaras que ha usado durante su trayectoria se muestran en un vitrina junto a algunos de sus libros. Tampoco faltan sus fotosaurios, imágenes que toma, revela y colorea con un cromatismo instintivo y que se han convertido en una manera de liberar la mente. Aunque, reconoce, que empezó por no desechar las malas copias de la impresora, se ha vuelto una manera divertida de jugar e investigar nuevos modos de hacer.
Tras 48 películas y varias incursiones en el mundo del teatro y la ópera Carlos Saura no se aleja de su cámara y aprovecha cualquier momento para guardar ese pasado que tanto aterra. Actualmente, cuenta Conesa, ha encontrado una nueva vía fotográfica que quiere explorar: se trata de introducir negativos de tamaño inferior al soportado por la cámara para jugar con los desenfoques. Si bien en el cine "todo es mentira, es una manipulación en la que alguien decide cómo montar y qué música añadir, la fotografía es más auténtica", observa. De todos modos, la disciplina "se encuentra en un momento difícil. Hoy con los móviles cualquiera puede hacer una pero hay muy poca gente con una mirada personal y una personalidad fuerte", se lamenta.
A pesar de que todas las imágenes de la muestra son en blanco y negro Saura recuerda que también tiene trabajo en color. Sin embargo, el blanco y negro “tiene un misterio que no tiene el color, que es mucho más difícil y exige una prudencia mayor”.