Tres grandes polípticos dan cuerpo a la primera exposición de Nacho Martín Silva (Madrid, 1977) en la galería Max Estrella. Se inspiran en rincones de la Casa-Museo de Sigmund Freud en Londres, el Museo Arqueológico y el Museo de Artes Decorativas de Madrid con los que el artista construye una colección de formas de enfrentarse al lienzo. Combina estilos con una libertad absoluta, fragmentos que van del detalle minucioso a los brochazos de factura expresionista, de la nitidez al desenfoque, moviéndose así en el terreno fronterizo que hay entre categorías. Se recrea en el almacén del museo, o en las figuras que se dibujan en los textiles, mientras que en otras piezas se deja llevar hacia composiciones abstractas de interpretación abierta. Es una llamada a la libertad, a salirse del guion, un juego también de lo que parece pero no es. Y todo ello dentro del contexto del arte. Porque hay muchas maneras de contar, y también de pintar. Una exposición con la que artista y galería estrenan una colaboración que celebramos.
Hay algo de psicoanálisis en la tercera Retrospectiva de Carlos Fernández-Pello (Madrid, 1985) en García Galería, un loop con principio –su muestra de 2015– y sin fin, en el que una obra llama a otra, generándose saltos en el tiempo y en el espacio, diálogos infinitos y, sobre todo, reapropiaciones. Tunea piezas antiguas a las que suma otras nuevas. Y en esta reutilización constante la exposición no termina. De su primera Retrospectiva quedan los collages fotográficos Teleplastia, y añade ahora a las esculturas-muebles de Generaciones 2017 una trasera de azulejos como un juego para que el espectador distinga lo ya visto de los añadidos. Una superposición de monumentos, objetos e historias. Un batiburrillo buscado de gomaespuma, fotos, plumas, objetos decorativos, tapicería y escayola. Aquí no cabe un alfiler. La obra es infinita… hasta que se vende.
Tienen mucho de autobiográfico, también, los Objetos de defensa de Ludovica Carbotta (Torino, 1982). La artista habla en su obra –escultura, dibujo y performance– de nuestra experiencia de ciudad. Lleva años trabajando en Monowe, un proyecto sobre una urbe imaginaria en la que sólo vive una persona. A la galería Marta Cervera ha traído una parte, las piezas que presentó en un antiguo almacén de pólvora dentro de la última Bienal de Venecia. Transformó las estructuras originales del edificio en interesantes “peanas” sobre las que apoya esculturas hechas de esponja teñida en vivos colores con los que dibuja un paisaje abstracto, una masa de hormigón apresada con cinchas, una arquitectura de madera y varias piezas de plástico azul Klein unidas con pliegues que se retuercen con flexibilidad. Son todas ellas mucho más que un muestrario de materiales, hablan de las sensaciones que la ciudad despierta en nosotros.