Hoy se puede hacer arte con cualquier sustancia (o sin ninguna) pero durante milenios los artistas se limitaron a un conjunto de materiales que garantizaban las propiedades que requería el uso privado o social de las obras: belleza, boato, valor simbólico, permanencia… Los metales, apreciados en primer lugar por su utilidad bélica y su potencial de circulación y de intercambio, entraron enseguida en el ámbito artístico y, en particular, en el escultórico. El bronce, aleación de cobre y estaño, ha proporcionado sobre todo “piel” a dioses, héroes y figuras con relevancia histórica o cultural en estatuas creadas mediante la técnica de la cera perdida. Aún se producen en bronce esos monumentos huecos que ennoblecen anacrónicamente plazas y rotondas por doquier y quizá esta haya sido la característica de este material que ha tenido en cuenta el colectivo danés A Kassen (Christian Bretton-Meyer, Morten Steen Hebsgaard, Søren Petersen y Tommy Petersen) para incluirlo en su línea de reconsideración y tergiversación de los componentes básicos del arte, dada su vocación de intervención en el espacio público.
En proyectos previos habían virado y descuartizado, literalmente, la estatuaria antigua: en su anterior exposición en Maisterravalbuena vimos el interior de las peanas de dos figuras (View from below) que habían incrustado en horizontal en el muro, desde la habitación vecina, de manera que ocultaban todo elemento figurativo para llamar la atención, entre otras cosas, sobre la materia como principio abstracto; en Atlas redujeron una figura del titán a adoquines y en Postal Statue barrenaron cruelmente a una Venus, desligando de nuevo sustancia y forma. Como ya habrán intuido, las operaciones de A Kassen tienen algo de humorístico pero se trata de un humor fino, no chistoso, que se pone al servicio del análisis artístico y del reto a la percepción. En esta serie de “pinturas” de bronce no parten de una imagen o de un espacio arquitectónico previo a descomponer o desestabilizar, como suelen hacer. Su estrategia aquí es dar entrada al azar para lograr la máxima expresividad del material. Los fundidores se han esforzado siempre por controlar la fuerza volcánica del fuego y del metal ardiente, en la que la magia estuvo ancestralmente involucrada, imponiendo la técnica a la naturaleza; A Kassen, metalúrgicos amateur, optan por el descontrol y dejan que la naturaleza se imponga a la técnica, haciendo desaparecer la lisura y la solidez propios del bronce.
El procedimiento que han desvirtuado no es el más utilizado de la cera perdida (moldes de material refractario en los que se vierte la colada o bronce fundido) sino el de la fundición a la arena: la colada se vierte sobre una cama de arena mezclada con arcilla en la que se han modelado previamente las formas. Pero sin formas. Los “golpes” de bronce se comportan casi como un derramamiento de lava que crea relieves y túneles al solidificarse pero también salpicaduras, delicados frunces y texturas extrañas y, en una segunda etapa del proceso, la pátina también descontrolada crea oxidaciones irregulares que hacen surgir de múltiples y fascinantes tonalidades de azules y verdes, entre la azurita y la malaquita que, no lo olvidemos, son carbonatos de cobre semipreciosos muy utilizados en el arte. A Kassen han acelerado el tiempo, “gran escultor” (Marguerite Yourcenar dixit), para “figurar” una súbita corrosión submarina o un ornamentado acto de iconoclasia que nos hacen pensar en tantos bellos cuerpos de bronce naufragados o derretidos para hacer cañones.