Fue su padre quien le introdujo en la fotografía. Como aficionado tenía un pequeño taller situado en la misma buhardilla de su casa, donde descubrió cómo una imagen aparecía sobre el papel. Más tarde, con 17 años, llegó a su poder un número de Cine-Photo Magazine, una revista francesa en la que pudo ver instantáneas humanistas. Para 1950, teniendo ya 20 años, culminó sus estudios fotográficos en la Escuela de Arte de Almería. No tardaría Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930) en fijar su mirada en La Chanca, un barrio marginal de la ciudad de Almería, al que ha dedicado toda una serie de fotografías tanto en blanco y negro como en color. Poco después Juan Goytisolo escribió una novela sobre ese mismo lugar.
Pérez Siquier fue miembro fundador del grupo Afal, revista de la que fue redactor jefe de 1956 a 1963, recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2003, cuenta con un centro propio en la localidad almeriense de Olula del Río y se considera un fotógrafo “no obsesivo”. Cuenta que no siempre sale a la calle con su cámara de fotos pero cuando un objeto llama su atención, observa la luz y la hora del día para volver al lugar del crimen. Le interesa “la vida en todas sus manifestaciones” y reniega de la tecnología. Una exposición en la Casa Garriga Nogués de la Fundación Mapfre en Barcelona reúne 170 fotografías hasta el próximo 17 de mayo. Una ocasión para entender la trayectoria de uno de los pioneros de la fotografía en color en nuestro país.
"Mi visión ha podido ser coherente porque no ha tenido saltos estilísticos ni países exóticos"
Pregunta. La exposición reúne algunas imágenes inéditas y recorre su trayectoria completa. ¿Qué es lo que el espectador va a poder descubrir en esta propuesta?
Respuesta. La vida de un fotógrafo a través del paso del tiempo y que ese tiempo ha determinado una visión de la sociedad que ha vivido. En mi caso particular, mi estancia primera y definitiva ha sido Almería, en la que he encontrado mi forma de ser y estar en el mundo y una atracción que, por sus características, por su luz y por su paisaje tiene un poder de atracción y redención del que no me he podido sustraer. Estoy contento porque esta visión ha podido ser coherente porque no ha tenido saltos estilísticos ni países exóticos, sino que mi visión ha ido hacia la vida cotidiana y por tenerla tan cerca me ha permitido asistir a sus transformaciones físicas y visuales. Esto hubiera sido más difícil siendo un fotógrafo viajero.
P. La muestra, que se divide en seis secciones, arranca con La Chanca, una serie muy personal sobre dicho barrio de Almería. Su objetivo se posó allí como también lo hizo la pluma de Juan Goytisolo. ¿Cómo fue el proceso de gestación de este proyecto?
R. En los años 50 Almería era una ciudad física y culturalmente marginada. Observé que su gente no tenía un atractivo fuera de lo convencional y, sin embargo, descubrí que a los pies de la alcazaba existía un barrio de gente de oficios, del mar y otras vivencias. Visualmente me interesaron por su resistencia a aquellos tiempos de escasez donde sus hombres generalmente habían emigrado y se había convertido en una ciudad de mujeres y niños que en su día a día tenían una dignidad que es necesario resaltar. Posteriormente, coincidí con Juan Goytisolo y existió una diferencia no muy sensible en las circunstancias de cuando escribió su narración de La Chanca (1962), prohibida entonces y publicada en España en 1981 con una de mis fotos en portada. Desde entonces Juan y yo hemos tenido una comprensión similar acerca de los problemas sociales.
P. Se puede decir que hay dos versiones del mismo proyecto: una en blanco y negro y la otra en color. ¿Por qué dio el salto al color?
R. Mis primeas fotos correspondían a una España que, los que tenemos memoria, la recordamos como “tiempos de silencio”. Es decir, la España de posguerra se tenía que escribir en blanco y negro. En aquellos tiempos coincidieron en el cine el neorrealismo italiano y también la gran exposición de La familia del hombre que hizo el MoMA. Todo esto creo que tuvo influencia en mi obra. Pero pienso que el fotógrafo debe ser un testigo del tiempo que le ha tocado vivir y esa España tuvo un cambio visual extraordinario con el desarrollismo. Entonces el color tuvo una influencia decisiva en mi trabajo. La llegada del turismo a las playas mediterráneas cambió no solo las costumbres, sino también la forma de mirar. Siempre se me ha preguntado qué es más fácil, si el blanco y negro o el color. Aunque tuviera una tradición en negro mis posteriores visiones han sido en color, que lo considero más difícil porque nuestros sueños son en blanco y negro y ya existe una transformación de la realidad sin aportación personal mientras que el color precisa de una interpretación más estética.
P. En la serie La playa que comenta hay mucho de humor y un toque muy pop que le convierte en un fotógrafo osado que se lanza al color. En este sentido, fue un pionero en nuestro país. ¿Se le ha reconocido como tal?
R. En España se tardó bastante tiempo en que mis fotos de playa tuvieran reconocimiento. Hasta que en Francia y en EE.UU me dedicaron atención. Fue Martin Parr quien puso la guinda porque, como yo soy mayor, me anticipé 8 años a la visión como argumento de la playa. Si bien con técnicas muy distintas, Parr me organizó una exposición en Nueva York incluyéndome como pionero del color en Europa junto a cinco fotógrafos. Esto supuso la subida de mi cotización en el mundo del arte.
P. En esta serie se atisba ya una crítica a ese turismo de masas que se ha acuciado en los últimos años. ¿Era ese el objetivo?
R. Mis primeras imágenes de la playa fueron, como lo llamamos los fotógrafos, ‘fotos alimenticias’, es decir, como sustento. Estuve contratado como fotógrafo independiente por el Ministerio de Turismo para su fomento junto con compañeros como Ramón Masats, Francesc Catalá Roca y Francisco Ontañón, es decir, fotógrafos que no éramos funcionarios. Este fomento del turismo ha tenido para mí ciertas interrogaciones éticas, pues he visto cómo playas y paisajes paradisíacos de mi tierra y de mi país fueron invadidos por el turismo de masas.
"El fomento del turismo ha tenido para mí ciertas interrogaciones éticas, he visto cómo playas y paisajes paradisíacos fueron invadidos por el turismo de masas"
P. El recorrido acaba con La Briseña, una serie en la que nos sorprende ver, de pronto, imágenes de interiores que contrastan con todos los exteriores anteriores. ¿Ha sido un cambio natural, una manera de replegarse, de madurez?
R. Para descansar de las agresiones que me produce la sociedad de consumo conseguí una pequeña casa de pastores, alejada de Almería, que se llama La Briseña. Hasta allí llega la brisa del mar y es donde me refugio. Desde su interior y exterior, mientras descanso y pienso, veo cómo la luz se va reflejando en las paredes encaladas de hace 100 años, como en La Chanca, donde la sombra y las luces me envían provocaciones visuales que iba recogiendo con tranquilidad y sin pretensiones. Un día una editorial me propuso editar un pequeño libro y para la exposición el comisario Carlos Gollonet me pidió incluir estas instantáneas sentimentales, pues fotógrafos de gran categoría en sus últimos años han tratado de reflejar sentimientos desde sus espacios íntimos.
P. ¿Le gusta improvisar las fotos, que ese instante definitivo del que hablaba Cartier-Bresson, salga a su encuentro?
R. Todo sale a mi encuentro. Hasta la mirada de una mujer.
P. ¿Le gustan las herramientas que puede ofrecer la nueva tecnología, tales como Photoshop ?
R. Nada de nada.
P. Hasta la fecha ha fotografiado en infinidad de ocasiones y ha publicado varios libros. ¿Le siguen quedando fotos que hacer?
R. Me moriré con las fotos puestas.