Son la generación millennial. Han crecido con las redes sociales y la serie Friends de fondo, entre memes, escándalos de Britney Spears y el Wannabe de las Spice Girls. Y muchos de ellos viven, o han vivido, fuera de España. Este retrato robot no es mío, sino de Gala Knörr (Vitoria, 1984) y su instalación Good Bad Not Evil (2020), una de las ocho propuestas premiadas en esta nueva entrega de Generaciones de la Fundación Montemadrid. Una edición (y ya van veinte) en la que la mirada se escapa al pasado y en la que llama la atención que la mitad de sus participantes estén vinculados al País Vasco. El hilo conductor de muchos de estos proyectos es un amor por lo pretérito que toma cuerpo en distintos formatos, de las pinturas, objetos y materiales de Miguel Marina (Madrid, 1989), a las esculturas de Javier Arbizu (Estella, 1884) en bismuto –un material de brillos y quiebros con el que consigue texturas entre mineral precioso y gasolina– o la instalación de Cristina Mejías (Jerez, 1986).
Lo ancestral resuena también, aunque de una manera menos explícita, en los collages de Oier Iruretagoiena (Rentería, 1988) que transitan entre lo industrial y la tradición pictórica, e incluso en las pinturas de Gala Knörr que abordan un género, el del retrato, tan antiguo como la propia historia del arte, las cabezas –pintadas y esculpidas– de Claudia Rebeca Lorenzo (Logroño, 1988), la acción de Nora Silva (Madrid, 1988) en la que cinco performers doblan y desdoblan sus cuerpos en posturas de ecos manieristas, y el vídeo de Elisa Celda (Madrid, 1995) que transcurre en una oscuridad en la que se practican, al tiempo, una antigua forma de pesca y encuentros de cruising.
Es una exposición madura en la que muchos de sus participantes han dado el do de pecho. Cristina Mejías ha sabido aglutinar en La máquina de Macedonio los motores de sus trabajos anteriores. Está allí la importancia de la transmisión oral, en el telar wayúu de una comunidad venezolana que cuenta e interpreta de manera colectiva sus sueños. También el carácter envolvente de la música y la imagen, pasado por el tamiz de los reflejos del cristal y las idas y venidas del sonido. Y todo esto en una sala a oscuras a la que accedemos con linternas customizadas por la artista. Sólo vemos lo que enfocamos y cada visitante genera su propia visita.
En esta nueva edición de Generaciones (y ya van veinte) la mirada de muchos de los jóvenes artistas se escapa al pasado
Esa pulsión poética subyace en las nuevas piezas de Miguel Marina que desbordan las dos dimensiones del lienzo. Hace un doble salto mortal instalativo –y cae de pie– creando un medido equilibrio entre los volúmenes en los que combina arquitectura, pintura, historia y cotidianidad. Suma a su paleta de verdes y amarillos pequeños pedazos de piel de mandarina con los que forra una columna, y otras tantas legumbres hacen de teselas de mosaicos y empedrados rurales. Son capas, estratos, como los de los paisajes de Oier Iruretagoiena que parte de paisajes del norte de Europa intervenidos, los vira y rasga con absoluta libertad creando collages de plásticos, lonas y pinturas unidas con grapas que funcionan como un material más.
Los proyectos más anclados en el presente son de Gala Knörr y Nora Silva. Knörr bucea con humor en los referentes de los noventa y los actualiza haciendo guiños al Brexit. Es rápida generando relaciones y ácida en la crítica. Transfiere muchas de las pinturas a textiles consiguiendo que fluyan impresas en seda como en las pantallas de móvil desde las que miramos nuestro presente.