“I'm lying in a hospital, I'm pinned against the bed. A stethoscope upon my heart, a hand against my head”. La canción Gary Gilmore’s Eyes de la banda punk The Adverts era la que Richard Learoyd (Nelson, Reino Unido, 1966) hacía sonar en su coche a todo volumen de camino a su estudio. Tal y como él explica el objetivo era dejar de pensar qué iba a hacer, quería dejarse llevar por el momento cuando llegase a trabajar. El fotógrafo, que a lo largo de varias décadas ha creado sus propias cámaras oscuras, recala en la Fundación Mapfre de Madrid (procedente de Barcelona) con una exposición que reúne 45 instantáneas de gran formato.
Sus fotografías, a las que muchos atribuyen rasgos de la pintura clásica cercana a la de Ingres, son retratos, figuras, desnudos y naturalezas muertas. “Muchas veces me dicen que retrato a la misma gente pero siempre estoy buscando nuevos rostros. Lo publico en redes sociales y a veces suceden cosas extrañas”, explica el artista. Su vida ha girado en torno a esta disciplina desde que con 12 años hizo su primera foto. De hecho, en una entrevista con El Cultural aseguraba que nunca ha hecho otra cosa: “tan solo tengo una habilidad y creo que es bueno saber hacer una sola cosa porque escoges un camino más claro. Si no sabes hacer nada más, más vale que seas bueno en ello”.
Es cierto que su trabajo es imponente y sus disparos “cuestionan la autoridad que ha tenido la pintura en la historia del arte durante mucho tiempo”, comenta Nadia Arroyo, directora del área de Cultura de la Fundación Mapfre. Su proceso de trabajo es lento y no permite equivocación ni rectificación posterior y, por eso, “invita a saborear con contemplación”, arguye Arroyo. En este sentido, en un primer vistazo “parecen fotos normales pero su estilo es muy especial. Además de ser en gran formato están creadas sin negativos, son positivos directos y copias únicas”, asegura Sandra Phillips, comisaria de la muestra y conservadora emérita de fotografía en el San Francisco Museum of Modern Art.
La comisaria hace hincapié en que los bodegones y los retratos son temáticas tradicionales de la pintura pero sus imágenes “tienen una respuesta psicológica que es muy moderna”. Están pobladas por hombres y mujeres de diferente edad y complexión. También vemos animales muertos, anguilas, peces, pájaros o pulpos colgados. Learoyd asegura que siempre trabaja “con motivos personales”. En sus trayectos en bici veía peces, se ha hecho socio del zoo para ir con sus hijos y observa cómo la gente se va haciendo mayor: “me gusta ver cómo van cambiando mientras yo me veo igual ante el espejo”, bromea.
Otro de los aspectos que Phillips resalta es el tratamiento que Learoyd hace de la luz y el color: “parece que la luz cae sobre los protagonistas para que los examinemos con más detenimiento”. Por otro lado, el blanco y negro también ha definido su trayectoria a pesar de que ha podido salir a la calle a retratar ciudades y personas con una cámara de formato más pequeño que tiene forma de tienda de campaña. Sin embargo, en estas instantáneas se aprecia que “son lugares adonde vamos a buscar algo, vemos algo misterioso pero al mismo tiempo ordinario”, asegura la comisaria. En definitiva, la obra de Learoyd requiere reposo, sosiego y no un vistazo sino dos o, incluso, tres. Como anécdota el fotógrafo cuenta que le llevó cerca de 6 años conseguir que Kodak le vendiera papel de 50 pulgadas porque “pensaban que era su competidor, que era una empresa”, recuerda. Finalmente consiguió 24 unidades por el módico precio de 15.000 dólares.
El alto coste de su trabajo hace que no se pueda permitir un solo error, ni tan siquiera que el retratado pestañee. Para ello, Learoyd ha “adaptado la luz para trabajar con un flash muy rápido y que la gente no se entere de que he disparado”, cuenta. De hecho, su proceso artístico es diferente, muy artesanal. Learoyd piensa las fotos con antelación, son “tomas muy compuestas y organizadas” que requieren una preparación de cerca de 20 minutos. No hay espacio para el azar pues en un día realiza cuatro o cinco fotos. Se trata de una fotografía “de toma de decisiones y no de edición posterior como ocurre con la fotografía digital”, resume.
Dado que no le gusta la postproducción, asegura que no tiene paciencia, decidió muy joven que crearía su propia cámara. La primera versión la hizo teniendo 19 años porque quería inventar algo por sí mismo, algo personal que imprimiera a sus trabajos un rasgo distintivo. Actualmente, la cámara la construye y la reconstruye desplazando la lente o el papel para crear efectos diferentes. “Su obra puede parecer clásica pero está llena de misterio y poesía. Es el tipo de trabajo que nos anima a volver la mirada para descubrir qué hay y para despertar nuestro interés”, opina Sandra Phillips. El objetivo final del artista, en sus propias palabras, es “conectar con el espectador y hacer cosas que la gente quiera mirar”.