En un breve texto que el artista norteamericano Tom Burr escribió en 2012, y que tituló con unos versos del poema que Frank O’Hara había dedicado a Vladimir Mayakovsky, defiende que los artistas se constituyen a través de otros artistas, y reivindica unos nexos basados en la creación de conexiones generadas a lo largo del tiempo, por medio de asociaciones y proximidades físicas e intelectuales. El contexto del arte en España arrastra desde hace décadas una falta de objetivos claros y comunes. Quizás por eso, el momento actual ha cobrado forma de maraña de datos cruzados, y decisiones no consensuadas.
Inmersos en un estado de alarma cuya magnitud nos ha sobrepasado, se multiplica el tiempo para pensar en instantes similares que la historia nos ha legado, y analizar a partir de ellos el papel de los artistas en relación consigo mismos. Se hace entonces inevitable recordar la actividad frenética que supuso para este sector el golpe de estado en 1936, con la adhesión al Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, y la participación activa de muchos de ellos en las labores de la retaguardia. Si bien es cierto que todas aquellas experiencias habían ido cocinándose a partir de iniciativas como las Misiones Pedagógicas, lo ocurrido en 1936 fue también un escenario inédito.
Compromiso en París
En esas circunstancias se gestaba también la participación española en la Exposición Internacional de París, una presencia que pretendía, pese a todo, mostrar una imagen entusiasta y decidida por medio de un pabellón cuyo montaje ocupó la primera mitad de 1937, inaugurándose el 12 de julio de aquel año, con cierta demora con respecto a la apertura oficial de la exposición. Destacó entonces el compromiso de los artistas, y entre ellos el de Alberto Sánchez, llegado a París en abril de 1937 con el objetivo de trabajar en su escultura El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. Testimonios y documentos lo situarán, una vez terminada aquella labor, al frente del montaje de la sección de artes populares, cobrando según los recibos conservados, una cantidad idéntica al resto de operarios. A Alberto le atribuirán también un carácter alegre y optimista, que aglutinaba en torno a él al resto de un equipo que trabajaba día y noche en aquella propuesta épica.
Alberto Sánchez colaboró con entusiasmo en el montaje de la sección de artes populares del Pabellón de 1937
Los ejemplos de artistas con ese poder cohesivo se extienden hasta nuestros días. También de quienes ponen su trabajo al servicio de los demás. A ese ejercicio retrospectivo podríamos sumar gestos como la creación en 1966 del Museo de Arte Abstracto en Cuenca, surgido por iniciativa de Fernando Zóbel, y cuyos primeros “conservadores” fueron Jordi Teixidor y José María Yturralde, por aquel entonces recién licenciados en Bellas Artes. Yturralde dirá de aquella época que “no era tan competitiva como ahora; los artistas se respetaban, se querían, hablaban de su obra y también de la de otros”.
Simultáneamente el artista y escritor Luis Seoane, que había iniciado una paulatina vuelta a Galicia tras casi tres décadas de exilio, planeaba con el intelectual Isaac Díaz Pardo la experiencia del Laboratorio de Formas. Todo ello desembocó en la reapertura de la fábrica de Sargadelos, con cuyos beneficios afrontarían proyectos como el Museo Carlos Maside, uno de los pioneros “centros de arte contemporáneo” de la península (inaugurado en 1970), o la editorial Ediciós do Castro, un legado hoy desmantelado, cuyo fin fue entonces enmendar el silencio cultural de 40 años de dictadura.
Repensando otros formatos, pero en circunstancias similares, el cineasta Joaquim Jordà rodó un documental en 1979, a partir de la experiencia de colectivización industrial iniciada dos años antes por los obreros de la empresa Numax en Barcelona. Ante el cierre inminente, los trabajadores decidieron dedicar el dinero de su caja de resistencia a dejar constancia de lo sucedido por medio de una película. El encargo se realizó a condición de que Jordà y su equipo trabajasen y cobrasen como unos operarios más de la fábrica, llevando también sus decisiones a la asamblea para ser discutidas como el resto de cuestiones relativas al funcionamiento de la empresa.
Con DentroFuera, Julio Jara organizó encuentros desde los bordes de la exclusión social en la calle y en museos
No es esta una reivindicación de la figura del artista operario –qué más quisiéramos que su trabajo estuviese habitualmente remunerado como el del resto de personas que los rodean– sino un intento de arrojar pistas sobre formas de actuación ante el día a día. Hay experiencias recientes en otros contextos como el brasileño que son ejemplares: el colectivo de artistas Aparelhamento, surgido en 2016 ante el cierre de la FUNARTE (Fundación Nacional de las Artes), al que siguió un grupo en São Paulo comprometido con la creación y gestión de una cocina popular en la Ocupação 9 de Julho, un ruinoso edificio gubernamental ocupado por más de cien familias sin hogar. Aparelhamento gestiona ahora ese espacio, así como una galería de arte en el mismo edificio, cuyos beneficios son dedicados a diferentes causas sociales. En 2019, algunos de esos artistas –Sara Ramo, Renata Lucas, Ding Musa, André Komatsu, Ana Prata, Lucia Koch o Rodrigo Andrade– fundaron ALI, una escuela libre destinada a itinerar por barrios periféricos de la ciudad.
El pasado mes de febrero se presentó esta experiencia en Seara, un espacio autogestionado creado recientemente en Madrid por un colectivo de agentes culturales cuyos intereses conectan el activismo con una preocupación por el estado de las artes. Otro proyecto destacable fue Dentro-Fuera, que empezó el artista Julio Jara en 2005 con una galería situada en el sótano de un albergue de gente sin hogar en Carabanchel. Organizó encuentros artísticos desde los bordes de la exclusión social, de acciones en la calle Gran Vía con vendedores de La Farola a actividades en instituciones como el Círculo de Bellas Artes, La Casa Encendida o el Museo Reina Sofía, donde Isidoro Valcárcel Medina hizo su Comer de sobras en 2009. También realizaron talleres con la Complutense y la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, pensando la cultura como un espacio reparador.
Aprender del pasado
Añade Tom Burr: “Nuestras tendencias y nuestras preferencias, nuestras ideas y las diferentes formas de colocar esas ideas, incluso nuestros estilos parecen necesitar del otro. Hay una política de colocación, alineación y compañía; y una genealogía creada a partir de manifiestos, prácticas y poemas de amor, a partir de encuentros en nuestro entorno cercano”. Debemos echar la vista atrás, porque muchas de las respuestas que buscamos forman ya parte de nuestro contexto pasado. Es cuestión de pelear por el bien común. Si volvemos a Numax presenta…, en la escena final, mientras los obreros bailan, Joaquim Jordà los asalta con una pregunta: “¿Y ahora qué?”.