La pregunta “¿cómo vas a vivir de eso?” continúa siendo recurrente. El artista despierta incomprensión primero e indiferencia después. Es difícil etiquetar ahora la variedad híbrida de sus prácticas, más allá de las categorías clásicas que todos conocemos –pintura o escultura–, lo que complica su entendimiento. Los artistas son los primeros que tienen consciencia de esta necesidad de acercamiento a la sociedad, aunque echen en falta la comprensión y el apoyo más eficaz de las administraciones públicas. Una debilidad que, unida a la del mercado, refleja una asignatura pendiente: la construcción de un tejido artístico enraizado y que dé valor real a la producción de arte contemporáneo. La crisis general que ha traído el Covid-19 no hace sino reforzar la precariedad que ya existía en el sector. La creación está hoy más en riesgo que nunca.

El arte es un ejercicio continuo que mira desde otra perspectiva y abre nuevas vías. Podría ser análogo al funcionamiento del cerebro, que en caso de daño es capaz de trasladar la producción de acciones cognitivas a otra área, y así continuar su actividad. El arte nos brinda esa posibilidad de plasticidad. Nos presenta modos de hacer y aprender basados en experiencias sensoriales no únicamente racionales. Nos permite seguir imaginando.

"El funcionamiento simbólico del arte se mueve entre lo elitista y lo costumbrista, dos polos difíciles de congraciar". Pedro G. Romero

Ser uno de los cerca de 25.000 creadores visuales que viven es España no es nada fácil. El artista Pedro G. Romero, señala que “el funcionamiento simbólico del arte se mueve entre lo elitista y lo costumbrista, dos polos difíciles de congraciar”. Además, la propia autonomía del arte, fuera de hormas y con una libertad ajena a otros sectores, y su relación hipercrítica con el sistema y con la especulación financiera, vuelve a colocarlo como una actividad “sospechosa”. A pesar de ello, nos recuerda que la cultura no es solo motor de esta “sociedad del espectáculo”, sino que es parte de la construcción simbólica de una comunidad, y pareciera que nuestros políticos no se han dado cuenta de este valioso detalle.

El entusiasmo no basta

Esta tensión crítica, también con nuestra propia percepción, con nuestra memoria, etc., está detrás de la dinámica del arte contemporáneo. Es lo que la profesora Remedios Zafra llama “el entusiasmo” en su ensayo El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital (Premio Anagrama de Ensayo 2017) y que paradójicamente no siempre “puede derivarse en trabajos capaces de proyectarse como futuro, es decir, trabajo de los que se pueda vivir”. Detrás de este empeño optimista –apunta Zafra– hay cuerpos con necesidades, aunque pareciera que no existen si se trabaja con cierta felicidad. El trabajo que debiera ser menos alienante es el que produce hoy peores condiciones.

Por ello hay que ser conscientes de la necesidad de claridad en las estructuras laborales y económicas de la actividad artística. Isidro López-Aparicio –artista y portavoz de la Mesa Sectorial de Arte Contemporáneo y autor, junto a Marta Pérez Ibáñez del único informe que existe al respecto (2018)– resume que si “se tasa en dinero, el trabajo del artista debe de estar reconocido en la misma unidad para tres cosas: poder sobrevivir; poder llevar a cabo su creación y para que la sociedad valore en su medida lo que se aporta desde el arte a la construcción social”. Pero la media del precio de venta de una obra está entre 1.000 y 5.000 euros, y así, solo el 15 % de los creadores declara que puede vivir del arte.

Cristina Garrido: 'El copista', 2018 - 2019

Los artistas no quieren sentirse diferentes como trabajadores, pero tienen especificidades muy concretas. Y este es el punto que genera más sensación de abandono: “Parece que la administración no quiere entender”, dice la artista Irma Álvarez-Laviada, que cuenta las pocas ocasiones en las que se tiene en cuenta el trabajo de investigación en los honorarios diferenciado de los costes de producción, también muchas veces adelantados por el autor. Las pocas becas que existen no potencian una relación real con los creadores ni la comprensión legislativa de todo lo que engloba su labor. Desde Nave Oporto, el estudio de artistas del que forma parte en Madrid, saben que hay que hacer un esfuerzo por entender el lenguaje de la administración. Así lo han hecho para proponer un documento con medidas que preserven el ámbito y la capacidad de trabajo. Compartir el espacio surgió de una necesidad económica pero también de entender sus prácticas desde el compromiso y apoyo entre pares. A pesar de todo, señala, aún faltaría diálogo entre todos y trascender a otros ámbitos de la sociedad. Un ejemplo: “los niños van a los museos, pero también sería necesario que conocieran el trabajo actual de un artista”, añade Álvarez-Laviada.

Esta sensación de frustración la comparten sus colegas Ángela Cuadra y Daisuke Kato. Desde la precariedad que acentuó la crisis de 2008, han planteado modelos de actuación colaborativos. Primero, y sin ningún tipo de ayudas, organizando exposiciones en su casa dentro del programa “Salón”, un ejemplo de visibilización y puesta en común de propuestas actuales. Segundo, con el festival Supersimétrica un híbrido entre un encuentro y una feria alternativa para espacios independientes que programaron en las fechas de ARCO. Llevado a cabo durante dos años gracias a ayudas del Ayuntamiento de Madrid, su gestión les ha revelado la dificultad de adaptar la creación a los ritmos de subvenciones y a la carga burocrática de la administración: mucho papeleo, dinero adelantado o la planificación sólo anual de las ayudas.

Proyectos que escuchan

La experimentación, lo colaborativo, la flexibilidad… son aspectos que algunos agentes que trabajan con artistas, como los galeristas de Bombon Projects (Barcelona) o Maisterravalbuena (Madrid), han entendido. También Manuel Segade, junto a su equipo del Centro Dos de Mayo de Móstoles: “El arte nos obliga a cambiarnos y repensarnos. La institución tiene que estar al quite. Los artistas tienen que sentir confianza, también en las formas laborales”.

Hace falta trascender a otros ámbitos de la sociedad. "Los niños van a los museos pero no conocen el trabajo actual de un artista". Irma Álvarez-Laviada

Siendo difícil la obtención de apoyos privados y con esta inestabilidad de las ayudas a las artes plásticas y visuales por parte de la administración, el artista Juan Luis Moraza revela una diferencia crucial: “Los que arriesgamos e invertimos capital [los artistas] estamos en una situación muy diferente de la de los agentes de interpretación, o de gestión”.

Javier Martín-Jiménez, responsable del área de artes plásticas y visuales del Centro Cultural Conde Duque de Madrid, insiste en que “es necesario que el apoyo a los artistas no sea ni puntual ni aislado para que cale en el sistema, y debe tener diferentes estrategias que ayuden en conjunto”. Ayudas directas, visibilidad, movilidad y reconocimiento nacional e internacional con exposiciones o premios, asesoramiento profesional, ampliación de la formación especializada, reducir gastos estables, facilitar otros recursos no económicos, líneas de crédito, apoyo comercial, favorecer el trabajo en red, etc.

Si analizamos las políticas desarrolladas en España desde fines de los años setenta, el acento se ha puesto en la creación de infraestructuras, muy necesarias si son estables y generan contenidos, y en una internacionalización más preocupada en la creación de una “marca” a golpe de conmemoraciones. Han dejado de lado la formación y la visión crítica de una escena propia y acciones menores y locales han tenido menor cabida, excepto en casos en que figuras personales –casi estrellas fugaces– han tenido capacidad de escucha.

Juan Luis Moraza: 'Calendario de Fiesta Laborales', 2016

¿Qué respuesta hay hoy? El Ministerio de Cultura parece no ser consciente de estas particularidades. Las ayudas especiales por 1 millón de euros son de una cuantía aún menor de las contempladas en presupuestos anteriores, y la reestructuración de la Dirección General de Bellas Artes, eliminando la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes, deja a los creadores contemporáneos literalmente para el final (el primer epígrafe que lo contempla es la letra “w”). La creación queda más desprotegida, porque se disponen a través de museos e instituciones, es decir, se destinan a la labor exclusivamente expositiva y de salvaguarda patrimonial. Muy diferente a ejemplos como la red de 23 centros FRAC en Francia, con presupuesto y colección propios, y la dotación especial de 2 millones de euros para compra a artistas con o sin galería. O el sistema de “kunstverain” en Alemania y Austria, que son espacios gestionados por asociaciones de artistas y sufragado con donaciones públicas y privadas, así como las ayudas de 5.000 euros que ha concedido de manera rápida y eficaz a cada artista el gobierno alemán.

Esperando la ley de mecenazgo

Ya se sintió esta incomprensión al dejar fuera del IVA cultural la venta de obras de arte en galerías, aún cargado con el 21 % impositivo o la revisión siempre pendiente de la Ley de Mecenazgo. En esta misma línea se encuentra la reciente redacción del Estatuto del Artista en 2018. Un esfuerzo por entender las dificultades del sector cultural proponiendo ideas concretas, como la figura de autónomo intermitente, pero que aún no se ha generado ningún decreto. Todas ellas son ideas que en su conjunto podrían conducir a repensar las formas de hacer. Los modos de pensamiento crítico generados desde el arte nos enseñan lecciones para el futuro. Hay que estar a la altura.