Si algo ha puesto de manifiesto el Covid-19 es nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, el arte viene refiriéndose a ello desde hace mucho. “Dar una forma a lo precario es dar testimonio de la fragilidad de la vida”, señala el artista Thomas Hirschhorn sobre un asunto que bien podría prologar la exposición Between Debris And Things. Un variado conjunto de obras en las que la duda y la provisionalidad, tanto como lo inconcluso, funcionan como el aglutinante de la decena de artistas que reúne el Centro del Carmen de Valencia. Trabajan con diversos materiales y técnicas y son buenos representantes de las múltiples vías del arte último en el que advertimos la pobreza de nuestro mundo, lo transitorio e inseguro, como señala el profesor de estética Juan Martín Prada en Otro tiempo para el arte (Sendema, 2012).
En el montaje destacan los ensamblajes de materiales y objetos vaciados en yeso de Christian Lagata sobre un pedestal de azulejos y una inquietante fotografía junto a los gurruños de escayola, telas y cemento de Elena Aitzkoa. Estos, esparcidos por el suelo, aprietan en sus entrañas los tropiezos del desecho. Las entrañas asoman también en los muebles encontrados de Anaís Angulo Delgado, rehabilitados para dejar ver la cirugía de una amputación, una vez falta la razón del uso.
Las obras de esta muestra advierten de la pobreza y la fragilidad de nuestro mundo. Son restos del ahora
La exposición trata de evidenciar el conflicto con la naturaleza que, según la tesis de su comisario, Antonio R. Montesinos, muestra cómo los objetos no están por debajo ni al servicio de la humanidad, sino que existe una relación simétrica que sería contraria a la generación de residuos. Sin embargo, no es esta una exposición donde la literalidad de ese conflicto se reconozca en el deterioro de los ecosistemas y su efecto en el paisaje, sino que asoma a través de la retórica de lo precario. Así, nos podríamos situar ante un déjà vu que nos remitiría al objet trouvé, a los ready-made o al arte povera, como elementales formas de ecologismo artístico, pero que aquí no son sino restos del ahora, de la actual obsolescencia programada.
Como señala el filósofo Gerard Vilar “la precarización consiste en convertir en inestable aquello que era relativamente seguro y fiable, desde el trabajo hasta el arte, desde las tecnologías hasta los significados, desde los valores hasta las verdades”. Y aquí lo vemos en la configuración de las obras, en su condición material y cultural. Hablaríamos de un arte de la fragilidad capaz de poner en marcha dispositivos para la reflexión que pueden hacernos comprender una verdad sobre un fenómeno del presente.
Sobresale, brillante, la circularidad de las piezas de Lucía C. Pino, cuyos huecos expanden la inmaterialidad del vacío. También, los carteles de Jesús Palomino, en los que anodinos objetos se reúnen en un atlas: la cartografía de la desmemoria, un lugar donde no hay orientaciones posibles, aunque todo nos suene a viejo conocido por haber sido un fragmento de nosotros. En ello abundan también las fotografías de Albert Gironès que pasan veloces en una tablet, efímeras e inestables construcciones de objetos en el baile del desecho. Un desecho que cuelga a jirones en las telas de Jorund Aase Falkenberg y descansa sobre un banco con mantas impresas con paisajes, ahora sí, arrasados, en la obra de Alberto Feijóo. “¿Qué nuevos significados adquieren todos estos objetos innobles insertados en nuevas y armónicas producciones?”, se preguntaba Luisa Espino hace un par de años en estas páginas. Pasen y vean.