Objetos de deseo. Surrealismo y diseño, 1924-2020. CaixaForum

Avda. Francesc Ferrer i Guàrdia, 6-8. Barcelona. Comisario: Mateo Kries. Hasta el 27 de septiembre

Durante el confinamiento hemos vivido en la irrealidad y nos hemos chocado día tras día con lo inverosímil. Quizá para algunos, los objetos cotidianos se hayan revelado más allá de su función habitual, ofreciendo experiencias surrealistas. Llamar a algo o alguien “surrealista” forma parte de nuestro lenguaje coloquial, lo que evidencia hasta qué punto el movimiento artístico ha permeado en nuestra sociedad desde hace un siglo. Del surgimiento y la continuidad de esa tradición de objetos surrealistas trata la muestra Objetos de deseo en el CaixaForum de Barcelona que, inaugurada días antes del confinamiento, ahora ha vuelto a abrir sus puertas y es un buen ejemplo de cómo este interludio también ha podido alterar nuestra percepción y comprensión de algunas exposiciones.

Un recorrido poblado por lámparas, collares gigantes y mobiliario amoroso de sofás en forma de labios que impiden que escapemos

Habitualmente, tendemos a aislar las obras de arte de su contexto histórico, en el que nos adentramos solo cuando es imprescindible, para dilatarnos en las cualidades estéticas y su aportación original a la propia tradición artística. Este aislamiento es tanto más improcedente cuando tratamos movimientos de las vanguardias históricas, precisamente empeñados en devolver el arte a la vida, para acabar con el Antiguo Régimen y transformar la realidad. Para ver y hablar sobre el surrealismo, es imprescindible recordar que en origen fue un vástago del dadaísmo, surgido en plena Primera Guerra Mundial, que enfrentó a alemanes y franceses (como cabezas de las dos Alianzas) y cuyo final coincidió con la pandemia de 1918. Sin duda, el surrealismo francés, con su predilección por los objetos, supuso una oposición frontal al funcionalismo racionalista del diseño del habitar y de los objetos cotidianos de la Bauhaus alemana. Y ambas corrientes fueron las únicas entre tantos ismos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial y se expandieron en América y globalmente, en la vida cotidiana, hasta hoy.

Pero ¿por qué no considerar que la obsesión onírica del surrealismo por los objetos tuvo que ver no solo con las secuelas de la guerra que llevarían a tantos creadores a internamientos psiquiátricos, sino también con los traumas del aislamiento y del miedo durante la pandemia de 1918?; ¿acaso no sentimos la extrañeza “surrealista” al ver fotografías de los enmascarados caminando por las calles en 1918, tan semejantes a nosotros hoy? De manera que la subversión de los objetos surrealistas podría ser también su fruto maduro, al igual que la mayoría de los creadores de nuestro tiempo han declarado su inactividad durante la pandemia, pero también su convencimiento de que lo vivido saldrá más adelante en su trabajo. Ojalá vuelvan también los locos años veinte, la risa e incluso la excentricidad sin las que tampoco puede explicarse la irrupción del surrealismo en 1924 y su belleza convulsa y maravillosa del poeta Lautréamont: “Bella [...]como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”.

Desde el inicio, los surrealistas se explayaron en la producción de objetos. Como bien se muestra en esta exposición, con decenas de documentos y fotografías, desde los años veinte hasta finales de los cincuenta puntualmente dedicaron exposiciones del grupo a los objetos, sin contar con la variopinta escenografía característica de todas sus muestras. Como en aquellas, en esta Objetos de deseo pinturas de Dalí y Magritte y fotografías de Man Ray cuelgan en las paredes acompañando al centenar de propuestas disparatadas, tiernas, sexis y proyectiles inspirados en ready-mades y ripiados por destacadas diseñadoras como Ray Eames y Gae Aulentiy la scontemporáneas BLESS y Rei Kawakubo.

Un recorrido poblado por lámparas, tiestos, cerillas y collares gigantes, mobiliario amoroso de sofás en forma de labios y sillones fálicos, o bien maternos, que impiden que escapemos. La inadecuación es la primera regla de producción: el tamaño desproporcionado, pero también los materiales extraños y su disfuncionalidad son elementos compartidos con el antiguo grotesco y con lo kitsch moderno y todavía pegajosamente contemporáneo. Los mejores objetos surrealistas, sin embargo, juegan con el azar del automatismo mental y llevan inscritos Eros y Tánatos: de ahí su potencia subversiva y su poso de seriedad siniestra a pesar de la broma visual que detectamos al primer vistazo. Un muestrario de exhibicionismo fetichista que, como bien se destaca aquí, para los surrealistas tuvo dos polos privilegiados: el sexo y el exotismo etnográfico que, por cierto, como en aquellos tiempos, estallan hoy en las noticias de los mass media después del puritano confinamiento, en sus formas más perversas y crueles: violencia sexista, pedofilia, asesinatos racistas...

La distopía se ha colado también en esta exposición con los Diseños para un planeta superpoblado: los Recolectores (2009) de Dunne & Raby, persuadidos de que “bajo la superficie brillante del diseño oficial acecha un mundo oscuro y extraño impulsado por necesidades humanas reales. [...] forman parte de una patología de cultura material que incluye aberraciones, transgresiones y obsesiones”. Mientras, las facilidades proporcionadas por la impresión digital 3D utilizada por otros diseñadores con sus objetos que se deshacen, se fragmentan o se extienden gracias al azar de los algoritmos garantizan larga vida al surrealismo en el siglo XXI.

@RocodelaVilla1