Dice Petrit Halilaj (Kostërrc, Skenderaj-Kosovo, 1986) que utiliza su biografía como punto de partida para reflexionar sobre el poder transformador del arte. La suya, no es cualquier vida. En su obra se cruzan los recuerdos de una niñez marcada por las guerras de los Balcanes, la memoria reciente de su país y su propia historia de amor. Trabaja con elementos naturales, dibujos, objetos, esculturas, vídeos y performances que toman su forma final en el espacio, con el que sabe dialogar con habilidad. Fue el representante de Kosovo en su primer pabellón en la Bienal de Venecia (2013), que transformó en un gran nido. En Ru (2017), salpicaba de ramas las salas del New Museum de Nueva York, e introducía figuras inspiradas en piezas neolíticas de su ciudad natal, esas que –recuerda– llevaban de niños en sus bolsillos. Pero entre todos sus proyectos el más impactante hasta el momento ha sido Shkrepëtima, en la Fundación Merz de Turín (2018-2019), donde reprodujo los volúmenes de la desparecida Casa de Cultura de Runik.

En el madrileño Palacio de Cristal ha creado un onírico jardín de flores gigantes –amapolas, lirios, tulipanes...– pintadas a mano junto a su compañero, el también artista Álvaro Urbano. Han sido tres semanas de intenso montaje de madrugada, para esquivar el calor de julio, en las que ha conseguido –con el permiso de Patrimonio Nacional– abrir nueve de sus ventanas para que los pájaros entren y salgan a sus anchas. “Es una manera de respirar y celebrar la vida, de cuestionar lo público y lo privado, y nuestra desconexión con la naturaleza en un momento en el que la pandemia del Covid-19 nos ha enseñado que la escala de las cosas está cambiando”.

"Las exposiciones son una herramienta para alterar el curso de la historia personal y colectiva”

Pregunta. Flores, pájaros, nidos... ¿qué significa cada elemento en este gran jardín?

Respuesta. Entramos a través de un pasaje hecho con palos de madera, un nido muy especial relacionado con los ritos de cortejo de una especie de aves australiana. Dentro, dos enormes patas de 14 metros de altura conectan con la bóveda del Palacio. A pesar de su escala gigantesca, sus dedos se acarician con ternura, representando la unión dedos elementos que se apoyan y convierten en uno. Las flores son el símbolo tradicional del amor y de la celebración, y trazan un mapa de mi relación con mi pareja. Con sus majestuosas dimensiones reclaman un espacio de exhibición de lo que a veces nos vemos obligados a ocultar. Hay también un cuervo blanco que sostiene un mazo y encarna la imposibilidad de expresar los sentimientos. Ese mazo perteneció a mi abuelo, se abrazó fuertemente a él cuando le dijeron que su esposa había dado a luz a su primer hijo.

Un escenario natural

P. ¿Qué le llevó a recrear esta escenografía en el Palacio de Cristal?

R. Cuando me invitaron a hacer el proyecto investigué sobre la historia del edificio y su diseño como gran invernadero.También me planteé abordar la relación diplomática de España con Kosovo, que no lo reconoce como país. Pero tras varias visitas lo que más me interesó fue la singularidad del Palacio como espacio expositivo y lugar público. Atrae tanto a visitantes especializados como a gente que pasea por ahí, y decidí plantear la muestra como un gran escenario para todos ellos.

P. Su título parece una profecía: A un cuervo y los huracanes que, desde lugares desconocidos, traen de vuelta olores de humanos enamorados...

R. Utilizo a menudo mis propios poemas. Son clave para entender las obras. Los cuervos y los huracanes encarnan aquí la lucha que precede a la aceptación. Los cuervos, como figuras mitológicas que pueden comunicarnos con otros seres humanos de lugares lejanos y desconocidos. Es una manera de decir que todos estamos conectados –algo que hemos aprendido más que nunca durante estos últimos meses– y que deberíamos encontrar una manera de superar las divisiones que se nos imponen.

Vista de la exposición

P. Trabaja sobre todo con instalaciones, ¿por qué?

R. Para crear un ambiente en el que los visitantes puedan experimentar con el espacio. Me encanta interactuar con la arquitectura, inventar nuevos mundos, incluir elementos grandes y pequeños que dialogan entre ellos y con el público. Debido a sus dimensiones, mis proyectos no adquieren su forma final hasta el montaje, cuando puedo verlas obras en su tamaño real y conectadas entre sí: los palos de madera se convierten en un nido, los pétalos en flores...Las exposiciones son una herramienta para alterar el curso de la historia personal y colectiva. A veces lo que ocurre dentro de las salas puede servir para modificar lo que sucede fuera del museo. Son una experiencia y me encanta imaginarme coreografiando encuentros, proporcionando un escenario para que puedan suceder cosas durante la visita.

P. Pasó su niñez en un campo de refugiados, resulta increíble que se dedicara, y con éxito, al arte, ¿cómo lo consiguió?

R. Ha sido un largo viaje. Mis padres me apoyaron para que estudiara en Italia y al llegar allí la belleza y el arte me golpearon con la misma fuerza que lo había hecho antes la guerra. Recuerdo las pinturas de Mantegna, el artepovera, la escena emergente de Milán... Viajé y vi muchas exposiciones. De mi primera visita al Museo del Prado nunca olvidaré las pinturas de Goya, tan conectadas con los recuerdos de mi infancia, y El jardín de las Delicias de El Bosco. Hay algo de él en esta exposición, en el encuentro de ese pájaro gigante con nosotros y en las flores de grandes dimensiones.

Aunque vive en Berlín sigue la escena artística de los Balcanes, “ahora en plena transformación”. Su siguiente exposición será en la National Gallery of Arts de Tirana, y después llegará su primera individual institucional en Reino Unido, en la Tate St Ives. La casualidad ha querido que su muestra coincida con la de su admirado Mario Merz, en el vecino Palacio de Velázquez. Halilaj le hace un guiño colocando en su instalación los cristales retirados de las paredes.

Mientras nos despedimos, dos pájaros revolotean alrededor de los comederos que ha construido para ellos.“Son una metáfora de nuestra capacidad de ser libres, de poder trascender fronteras geográficas y barreras culturales. El gesto de abrir las ventanas permite que la arquitectura del palacio sea aún más fluida. El nido se extiende más allá del espacio, difuminando los límites entre el interior y el exterior, como en un jardín inverso”. En este paisaje las flores no tienen tallo.“Continúan en las ramas de los árboles de fuera”.

@LuisaEspino4