Decía Vicente Todolí en una charla sobre la exposición que en la cultura japonesa la oscuridad no es sinónimo de algo negativo, sino más bien un campo de posibilidades. Es el lugar donde habitan las sombras y donde las cosas ocurren, una premisa fundamental para adentrarse en estas salas del Círculo de Bellas Artes donde el blanco y, sobre todo, el negro nos guían en un viaje visual por las entrañas del Japón de después de la Segunda Guerra Mundial. La mirada de las cosas pone en paralelo la renovación de la fotografía nipona y los cambios socioeconómicos que experimenta el país entre 1957 y 1972, y lo hace mostrando a dos grupos de fotógrafos –VIVO y Provoke– que fueron fundamentales. El hilo conductor del montaje son las propias imágenes y, a pesar de cierta estructura, periodos y movimientos se confunden en algunos de los tramos.
Han sido varias las muestras dedicadas a estos autores, siempre centradas en grandes figuras como la de Daido Moriyama (ahora en la Fundación Colectania de Barcelona) o Shomei Tomatsu (en la Fundación Mapfre en 2018), con lo que lo excepcional de esta propuesta de la colección Per Amor a l’Art es que traza un recorrido didáctico y coral que aporta el contexto necesario para entender a estas figuras que ya conocíamos. Viene del Centro Bombas Gens de Valencia, donde se presentó en una versión más completa, y es, sin duda, una de las propuestas más interesantes de este PHotoEspaña escalonado.
La oscuridad no es algo negativo, sino un campo de posibilidades. Es el lugar donde habitan las sombras
La fotografía contribuyó a la reconstrucción de la identidad de un país devastado. Se cruzaron varias generaciones unidas por lazos personales. El grupo VIVO (de “vida”, 1959-1961), que miró hacia la Agencia Magnum, se preocupó por mostrar la realidad de manera clara y cuidada, con series como El mapa (1959-1965) de Kikuji Kawada, que visibilizaba las huellas de la guerra y de la presencia norteamericana en la isla (botellas de coca-cola semienterradas, paquetes de Lucky Strike...) en una personal cartografía de la destrucción. VIVO tomó la fotografía como una ventana a la realidad,a la que se acercaron de distintas maneras. Las equilibradas composiciones de Ikko Narahara, por ejemplo, transmiten el silencio de un monasterio, mientras que en las copias de época de Eikoh Hosoe los cuerpos se anudan con una sensualidad apabullante. Son los años dela explosión de la performance, del teatro y de la danza Butoh, en los que el cuerpo se convierte en un campo de batalla, algo que llama enormemente la atención si pensamos en la cultura nipona hoy.
Pero si hay una figura que brilla especialmente en esta introducción de la exposición –no así en el momento en el que se tomaron las fotos– es Toyoko Tokiwa, la única mujer en la muestra (junto a Tamiko Nishimura, ayudante de Moriyama) que dedicó su obra a retratar a mujeres trabajadoras –de performers a prostitutas y enfermeras– a mediados de los cincuenta. La complicidad que estableció con ellas salta a la vista. Vemos su acercamiento a los clientes y sus gestos coquetos, pero también episodios de una desgarradora violencia física.
Todo se vuelve cada vez más negro conforme entramos en los autores de Provoke (1968-1970), una revista que con tan sólo tres números zarandeó la imagen tal y como se conocía hasta el momento. El grano y el desenfoque se instalan en las fotografías y el encuadre saltó por los aires. Parte de la premisa de que la realidad no es permanente, sino cambiante, y que sólo se puede aspirar a registrar instantes que minutos después serán distintos. Un ejemplo muy ilustrativo es el de Takuma Nakahira, que participa en la Bienal de París de 1971 con un gran mural de fotos que va sustituyendo cada día. Son apuntes efímeros, Provoke no buscaba una fotografía sosegada sino algo radical que golpeara y pusiera en marcha el pensamiento. De los tres números de la revista, el difuminado fue la seña de identidaddel primero, el segundo fue el más provocador y erótico, con el cuerpo como protagonista, y el último el más abstracto, rozando casi lo pictórico. Son de sobra conocidas imágenes de Moriyama, como la de la chica corriendo entre las ruinas, o las escenas de cama en las que la textura se carga de matices y profundiza en el uso del blanco y negro.
La lista de imágenes fascinantes es larga. Las descarnadas escenas de sexo de Shomei Tomatsu, padre de la agencia VIVO y bisagra entre los dos grupos. Los retratos de los Tokiotas, de Yutaka Takanashi, en sus rutinas cotidianas, desde un hombre sosteniendo un bocata con la mirada perdida, a los baños públicos y una disciplinada fila de trabajadores en el metro. También las de las manifestaciones antiocupación de los años 60 (Hiroshi Hamaya) y 70 (Takashi Hamaguchi) que muestran la evolución del país.
Es bonito pensar en esa idea de la fotografía imperfecta que manejaban y recordar que lo que ahora vemos en las paredes estaba pensado para formar parte de una publicación. Quizá por eso tenga aquí más importancia todavía el cuidado libro que la acompaña. Es una joya.