Emilio tiene 85 años y asegura que lleva toda la vida buscando una perfección que considera está encarnada en la Piazza Navona, Roma, una obra del artista Caspar van Wittel que ha visto en el Museo Thyssen-Bornemisza. Sin embargo, él mismo no ha encontrado personalmente dicha perfección pero asegura que se ha divertido en la búsqueda. La historia de Emilio es una de las 23 que el artista Aitor Saraiba reúne en Tejiendo vidas, contando cuadros, una publicación que forma parte de Novela Gráfica, proyecto de accesibilidad cognitiva en lectura fácil del Área de Educación del Museo Thyssen-Bornemisza con el apoyo de la Fundación Iberdrola.
Estos 23 relatos están protagonizados por personas anónimas muy dispares entre sí: desde individuos de 85 años a jóvenes de 15 procedentes de Asia o Latinoamérica, pasando por otros con discapacidad. Durante dos jornadas estuvieron paseando por las salas del museo en busca de los cuadros que más llamaran su atención, investigando y reflexionando en torno a ellas después. Algunas de esas meditaciones personales, curiosamente, coincidían con la intención original de su pintor. De otras, en cambio, florecían nuevas cavilaciones de las que podían surgir nuevos diálogos. Durante estos recorridos por la colección de la pinacoteca estuvieron acompañados de dos personas que forman parte del equipo de Educa Thyssen a quienes pudieron hacer las preguntas que les asaltaban.
A Carlos le llamó la atención que de la flecha clavada en el costado del San Sebastián de Bronzino no brotara sangre, a Ramona algunos lienzos le provocaban emociones que no sabía describir con palabras e Iván cree que se situaría en la orilla del cuadro Día nublado de Alfred Thompson Bricher. Algunas de estas anécdotas se las contaron directamente a Saraiba pero otras las tuvo que interpretar. "Había quien te contaba más con lo que callaba que con lo que decía o con los cuadros que seleccionaba", sostiene. Después, a través de diferentes ejercicios y de largas horas de convivencia el artista dio forma al texto y a los dibujos que nos encontramos en esta publicación de 165 páginas que rezuman sentimiento. “Lo primero que les decía es que hacer bien o mal el dibujo era lo de menos pues era solo la excusa para contar lo que no podemos transmitir con las palabras”, explica Aitor Saraiba. El objetivo era elaborar una historia breve para cada uno de ellos con la que se sintieran representados.
El proceso empezó en noviembre y duró hasta que en marzo nos sorprendió la pandemia. A partir de ese momento el proyecto continuó de manera telemática a través de un grupo de WhatsApp en el que interactuaban. Durante el confinamiento este trabajo se convirtió en una de las escasas formas de estar en contacto con la vida exterior para quienes como Emilio viven en una residencia de ancianos de Madrid. A medida que el artista tenía preparado un capítulo lo enviaba a través de esta red social en la que los protagonistas podían consensuar los cambios o intercambiar opiniones. Para Saraiba este trabajo “ha sido una brújula para revelar la máxima luz en uno de los momentos más oscuros de mi historia vital”.
Además de la historia de Emilio Tejiendo vidas, contando cuadros recorre las experiencias de otras personas como Lucía, que al ver Desnudo azul se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no se dedicaba tiempo a sí misma o la de Gardenia, que cuando se detuvo frente a Cruz al atardecer recordó los campos de Bolivia, en particular el de su abuela y el silencio que allí se sembró tras su muerte. Alberto, por su parte, le contó al artista que cuando su madre estaba enferma le preguntó por los sentimientos que obtuvo cuando vio por primera vez el mar y es el cuadro Burbuja de jabón azul, de Joseph Cornell, el que le lleva a revivir aquella conversación y, de alguna manera, a su madre.
Y así, hasta 23 relatos que se han grabado a fuego dentro de Aitor Saraiba. Estas historias tan personales iban calando entre los demás integrantes del grupo “sin importar el lugar de origen, la edad, la situación económica, social o cultural. Vimos que había cosas intrínsecas dentro que nos tocaban a todos”, asegura. Por eso, el artista cree que “es imposible que no haya alguna historia que pueda tocar a los lectores. Hay un abanico muy amplio y está escrito en escritura fácil para que todo el público pueda comprenderlo, desde la persona que está aprendiendo castellano a la que tiene alguna dislexia”.
En cualquier caso, este proyecto trata de acercar el museo y su colección a través de la experiencia de las personas porque "el arte une al espectador con una historia particular que cuenta un determinado cuadro", sostiene Saraiba. En definitiva, Tejiendo vidas, contando cuadros, demuestra que el arte no solo sirve para alimentar el espíritu si no también para evocar recuerdos y para transmitir emociones que no sabemos describir. “El arte -concluye Saraiba- nos hace seres humanos porque estamos construidos a través de imágenes que no son reales sino sueños, recuerdos, pesadillas y memoria. Por eso, el arte nos hace ser iguales y al mismo tiempo muy diferentes”.