Lo primero que pidió tras una operación a corazón abierto fue su cámara de fotos para hacerse un autorretrato. En él aparece convaleciente, vemos las gasas, los tubos y todos los cables que le rodean en la cama del hospital. Lee Friedlander (Aberdeen, Washington, 1934) es una persona tímida a la que le gusta relacionarse a través de su inseparable cámara. Su pasión roza la obsesión por lo que hacer una selección de su obra ha sido una tarea titánica que ha llevado a cabo Carlos Gollonet, comisario de la retrospectiva que la Fundación Mapfre dedica al fotógrafo estadounidense que ha retratado incansablemente el paisaje social americano.
Su pasión por este arte empezó de joven, cuando sus tíos le regalaron una Brownie y conoció los secretos del revelado en el cuarto oscuro. A los 16 años se sacó el carné de conducir, lo que le proporcionaba libertad para acudir a los conciertos de jazz que tanto le interesaban. Pronto empezó a poder vivir de la fotografía pero fue en 1956 cuando, por recomendación de un amigo, se trasladó a Nueva York, ciudad en la que pudo trabajar en revistas como Esquire, Holiday o Sports Illustrated. También fue en esta época cuando el recién fundado sello Atlantic Records le empezó a encargar retratos de músicos de jazz para sus portadas. John Coltrane, Miles Davis o Ray Charles son algunos de estos personajes a los que Friedlander inmortalizó y que podemos ver, además de escuchar, en la primera planta de la exposición. “Había una conexión, casi un paralelismo, entre su obra y la aparente improvisación del jazz”, asegura Gollonet.
Friedlander no tardó en exponer en colectivas a través de las cuales se iba haciendo un hueco pero hubo una que marcó la diferencia. En 1956 el MoMA presentó New Documents, una modesta exposición en la que se reunieron algunas de sus obras junto a las de Diane Arbus y Garry Winogrand. “Fue un momento clave. Aunque era una muestra pequeña su repercusión se ha agrandado con el tiempo. El comisario, John Szarkowski, estableció una tesis en la que defendía que frente a los documentalistas preocupados por temas sociales estos estaban interesados en los hechos visuales de su entorno pero sin la mirada crítica o social de la fotografía documental”, explica Carlos Gollonet.
A pesar de los puntos en común que les unían cada uno siguió un camino diferente. Winogrand estuvo marcado por la fotografía de calle, “una imagen en movimiento, urgente”, y Arbus se adentró “en ambientes ocultos centrándose en el retrato”. Friedlander, sin embargo, lo abarca todo, su ojo es voraz y aporta “una nueva manera de ver el mundo con la que elimina las barreras entre lo bello y lo feo, lo importante y lo trivial”. Friedlander disfruta observando y cuestiona nuestra manera de ver retando al espectador a agudizar la mirada. Mucho se habla del “instante decisivo” de Cartier-Bresson, ese que captura un momento único y que pasado un segundo deja de existir. En el caso de Friedlander estamos ante un “encuadre decisivo” tras el que todo sigue igual pero “si movemos los elementos de la imagen esta cambia totalmente”, explica Gollonet.
La exposición que ahora le dedica la Fundación Mapfre está compuesta por 350 imágenes divididas por décadas y 50 libros, formato que le gusta especialmente y en el que más cómodo se encuentra. Cada espacio viene precedido por un breve texto en el que se explica las peculiaridades de su fotografía durante cada periodo. Friedlander, que define su corpus como el “paisaje social americano”, trabaja en series que, habitualmente, acaban tomando forma de libro.
En los años sesenta, además de fotografiar a grandes figuras del jazz, creó una serie protagonizada por uno de los objetos más populares de todas las casas: la televisión. En ellas vemos el aparato encendido con la ausencia del ser humano. Fue en los años 70 cuando ideó American Monument, una de las series clave de su carrera que guarda “conexión con la fotografía documental de la tradición de Eugène Atget y Walker Evans”, recuerda el comisario. Lo interesante, continúa Gollonet, es el lenguaje propio que erige para situarse por encima de la trivialidad. Habitualmente cuando nos enfrentamos a fotografías en las que se muestran monumentos buscamos el protagonismo del monumento en sí mismo. Pero lo que Friedlander hace es fragmentar la imagen, capturarlo con todas esas señales de tráfico o de publicidad que lo rodean o desde detrás de un árbol. En definitiva, nos muestra el monumento en su cotidianidad, como los vemos cuando caminamos por la ciudad.
Friedlander también subvierte las reglas de la fotografía en sus desnudos. De nuevo, estas imágenes nada tienen que ver con lo que la tradición nos ha mostrado. “Cuando nos detenemos frente a un desnudo normalmente existe un cierto erotismo y se persigue embellecer al modelo. Sin embargo, sus imágenes pueden dejar un poco frío porque el personaje puede estar tumbado en el suelo o en un sillón. Todo forma parte de la construcción de la imagen y la modelo se convierte en un elemento más de la composición”, constata Gollonet. Entre los claros y los oscuros el resultado se aleja de los desnudos tradicionales, les añade sombra, los acerca a la cotidianidad.
El recorrido por las salas acaba con America by Car, una serie para la que recorrió 50 estados de América en coches alquilados. En ella vuelve al paisaje pero el vehículo se convierte en el marco de unas fotografías en las que vemos volantes, salpicaderos y retrovisores además de todos esos puentes, iglesias o bares que forman parte del paisaje social americano que Friedlander nos muestra con su particular visión e ironía.