“En mi estudio hace ahora mismo una maravillosa mañana primaveral de domingo”, rompe el hielo William Kentridge (1955) desde su Johannesburgo natal mientras en Madrid caen chuzos de punta. Contesta a El Cultural desde el espacio de trabajo que tiene anexo a su casa, el que utiliza para hacer sus conocidos dibujos a carbón que luego filma y convierte en animaciones. Se presenta como dibujante, pero es además grabador, actor –los cameos en sus obras son buena prueba de ello–, director de cine… Es hijo del abogado que defendió a Nelson Mandela, estudió Ciencias Políticas y dio sus primeros pasos en el entorno de las artes escénicas. Quizá por eso tiene ese sorprendente control de la modulación de su voz, profunda y de perfecta dicción.
El Covid-19 le ha mantenido lejos de los aviones, “la primera vez en 30 años –reflexiona– que paso tanto tiempo seguido en el estudio”, y no podrá venir a inaugurar su exposición en el CCCB de Barcelona el próximo 9 de octubre. Hace tres años, en fechas parecidas de 2017, recogía el Premio Princesa de Asturias de las Artes y el Museo Reina Sofía le dedicaba la exposición Basta y sobra, centrada en su obra más teatral. De esa visita a nuestro país recuerda hoy a los gaiteros que le acompañaron en su estancia en Oviedo y su paso por el Museo del Prado: “Sigo a muchos artistas pero siempre regreso a la obra de Goya y a los textos de Mayakovski”. Un año después, estrenaba su ópera The Head & the Load en la Sala de Turbinas de la Tate Modern, “un dibujo en cuatro dimensiones”. Hablaba en ella de África y de las consecuencias que supuso la Primera Guerra Mundial dejando claro, una vez más, su compromiso con el lugar desde el que trabaja.
“Los dibujos que no están terminados permiten al espectador hacer asociaciones mentales, despertar sus recuerdos”
Pregunta. Buena parte de su familia está fuera de Sudáfrica, ¿qué le ha hecho quedarse?
Respuesta. Me costó una larga sesión con mi psicoanalista dar con la respuesta. Johannesburgo es una ciudad maravillosa y terrible al mismo tiempo. Es fea, no tiene una naturaleza hermosa alrededor, no tiene mar, ni río, no hay montañas, es bastante lúgubre. Los barrios más acomodados están llenos de preciosos jardines que proyectan una imagen de la ciudad que no es real… Pero hay gente fantástica y siento una conexión muy fuerte con el lugar.
Borrar para dibujar
Entre todos sus trabajos, su medio estrella son las animaciones artesanales, los Drawings for Projection (dibujos para proyección). La exposición del CCCB los reúne en What is not Drawn (Lo que todavía no se ha dibujado) “un título –explica Kentridge– que funciona como un acertijo. Hay partes que no podemos ver porque no se han hecho todavía y otras a las que les da sentido el propio espectador. Los dibujos que no están terminados, que están todavía a medio camino, permiten hacer esas asociaciones y despertar los recuerdos”.
P. Hace esta serie dibujando, borrando y re-dibujando, ¿es una metáfora de la memoria?
R. Después de 30 años, estas obras se han convertido en el telón de fondo al que siempre regreso. Prefiero dibujar y borrar a hacer miles de piezas. Lo más curioso de todo es que empecé a hacerlos a carboncillo sin tener la idea de crear con ellos películas de animación. El carbón es un material muy flexible, se borra con facilidad, se puede oscurecer, iluminar… con lo que lo primero en este proceso fue la técnica y después vino todo lo demás, incluido su significado, que tiene que ver –como apuntabas– con la memoria y el paso del tiempo.
P. ¿Cómo empiezan todas estas historias y cuánto tiempo le lleva un proceso tan artesanal?
R. Generalmente tardo un año en hacerlos. Los compagino con otros proyectos, se entiende, pero eso no quita que sean muchos meses dibujando sin parar. Empiezan con una o dos imágenes en mi cabeza, como un impulso, y voy dibujando y dejando que la película crezca orgánicamente a medida que avanza el proceso. No tengo nunca un guion previo ni un storyboard. Puedo empezar, por ejemplo, con la imagen de un hombre cruzando un paisaje y con una casa que combino de distintas maneras, jugando hasta el punto de que esas imágenes iniciales acaban en cualquier momento de la película, no son necesariamente sus primeros fotogramas.
P. Tiene dos personajes habituales: Soho Eckstein, un oscuro hombre de negocios, y el poeta Felix Teitlebaum, ¿cómo se le ocurrieron?
R. Se me aparecieron en un sueño y cuando hice la primera película con ellos nunca me imaginé que seguiría con esta serie 30 años después y que se mostraría en una exposición. En esa época, en los 80, era bastante conservador y pensaba que el lugar natural de las películas eran los festivales y las salas de cine, y el de los dibujos las exposiciones. Cuando un comisario me propuso exponerlas lo primero que pensé fue que me iba a convertir en el hazmerreír de todos.
P. Insiste siempre en que no ha ilustrado con ellas el apartheid, ¿qué ha querido contar entonces?
R. Si supiera exactamente lo que quiero contar no podría hacer este tipo de piezas que responden más a un impulso que a una certeza. Se apoyan en un momento histórico concreto, sí, y contienen muchos elementos de lo que estaba sucediendo en Johannesburgo y en Sudáfrica a principios de la década de 1990, de las minas de oro a la era post-industrial actual. Pero no tengo una interpretación clara de lo que quiero decir, sólo de por qué coloco algunas de las imágenes.
“Me interesan los conflictos que suceden en el mundo pero me atrae mucho más la ambigüedad, la incertidumbre”
P. La música las hilvana a la perfección, ¿qué valor le da?
R. Es fundamental, demuestra que lo que escuchamos cambia lo que vemos, o que lo que vemos afecta a lo que escuchamos. Funciona de distintas maneras: a veces es un estado de ánimo, otras un motor, una rueda que gira y da nervio a la película. Es una puntuación que marca cuándo algo comienza y cuándo se pausa. También actúa de una manera extraña, dando cuerpo a la película, porque si la música no es la adecuada, el conjunto chirría y no hay quien lo vea; pero si es la apropiada todo fluye. He trabajado mucho con el compositor sudafricano Philip Miller, he usado grabaciones ya existentes, la más reciente tiene dos momentos de John Cage y música coral sudafricana de Nhlanhla Mahlangu.
Procesiones y tapices
Junto a estos Dibujos proyectados se podrá ver en la exposición la serie de tapices que comenzó hace más de 20 años, un verdadero trabajo de equipo. Kentridge hace los diseños –figuras negras que sitúa sobre un fondo de viejas cartografías– y los tejen con laboriosidad un grupo de mujeres. “Estos tapices comparten con las películas la posibilidad del cambio de escala. Las proyecciones tienen algo también de mural, pueden ser una imagen en una pared o en una pantalla, se pueden llevar de un lugar a otro y cambiar de escala igual que los tapices se podían trasladar en origen, enrollados, de una residencia a otra. Los telares se tejen a partir de un de boceto más pequeño que en un momento dado puede crecer hasta ocupar una pared entera. Además, el tejido está conectado con el mundo digital, los píxeles con las decisiones que hay que tomar en cada nueva puntada”.
P. En estas piezas textiles vuelve sobre el motivo de las procesiones, ¿qué le atrae de estos frisos de multitudes?
R. Me interesan las procesiones como archivo de personas. La imagen de una muchedumbre desfilando con sus pertenencias a la espalda es muy contemporánea, se ha visto mucho en los medios de comunicación y en los discursos políticos en Europa en los últimos años, y en África durante generaciones.
P. ¿Son las noticias una de sus fuentes de inspiración?
R. El estudio es un lugar en el que todo cabe. La historia, la música, las conversaciones, las noticias, los sueños, otras imágenes en las que esté trabajando… Todo esto se mezcla y fragmenta en la cabeza, se acopla y vuelve al mundo en forma de película.
P. ¿Qué importancia tiene el compromiso en su obra?
R. Me interesa lo que sucede en el mundo y cómo se resuelven, o no, los conflictos, pero me atrae más todavía la ambigüedad, la incertidumbre. El término de arte político suele referirse a un arte con una agenda política muy clara, con un análisis concreto del funcionamiento del mundo, y eso me interesa mucho menos. Yo prefiero la idea menos buena a la mejor. Las grandes ideas siempre han surgido de desastres de tal envergadura que se necesitan soluciones más locales, específicas y abiertas.
Black Lives Matter
P. ¿Está siguiendo el movimiento de Black Lives Matter?
R. Sí y el mensaje de que las vidas de los ciudadanos negros tienen la misma importancia que las de los demás ha sido la base del movimiento anti-apartheid en Sudáfrica durante los últimos cien años, y su transformación política una demostración práctica de ello. Estados Unidos se está poniendo al día ahora con su Black Lives Matter pero es un debate que hemos tenido aquí desde hace varias generaciones y me sorprende y alegra, supongo, que ahora se haya propagado de esta manera a otras partes del mundo. Lo que no puedo soportar es que parezca que los estadounidenses están liderando esta causa a nivel mundial cuando en realidad van con bastante retraso. La cuestión del debate sobre los monumentos, por ejemplo, lleva siglos sobre la mesa. No es algo nuevo.