La crisis del coronavirus ha agravado la situación de muchas instituciones culturales de nuestro país. La pandemia de la que aún no nos hemos recuperado fue una total conmoción que obligó a cerrar las puertas de todo tipo de actividad, cultural o no. Esto hizo que los museos y teatros perdieran una gran parte de sus visitas y, con ello, una parte importante de su recaudación. Sin embargo, este contexto no ha ocasionado un nuevo debate sino que ha precipitado lo que ya estaba sobre la mesa: ¿es adecuado el modelo actual de gestión y financiación de lo museos públicos o se debería apostar por uno nuevo? En torno a estas preguntas han debatido los directores Joan Matabosch (Teatro Real), Miguel Falomir (Museo del Prado), Manuel Borja-Villel (Museo Reina Sofía), Guillermo Solana (Museo Thyssen-Bornemisza) y Josep Serra (MNAC) en Arte y Estado. La protección de las artes en tiempos de crisis, el seminario online dirigido por Fernando Checa y Pablo Salvador Coderch.
La cultura, coinciden, es un derecho fundamental. Y no solo poder realizarla sino también el acceso a ella. “Celebro que vuelva la ayuda pública. El contexto actual no debería de ser un paréntesis sino que deberíamos aprovechar lo único positivo que ha traído: la aceleración de algunos debates como el cambio de modelo de financiación de los museos públicos”, ha señalado Josep Serra. Dado que son espacios de libertad, de memoria, de pensamiento estos “no pueden estar sujetos a presiones económicas, tenemos que ser más exigentes en nuestra misión social, educativa y científica”.
"Los museos no pueden estar sujetos a presiones económicas, tenemos que ser más exigentes en nuestra misión social, educativa y científica”. Josep Serra
Para contextualizar todo esto, Manuel Borja-Villel ha hablado de un análisis realizado en 1984 en Estados Unidos. Dicho estudio sacó a la luz “una tendencia de sustituir a historiadores del arte e intelectuales por gente con una visión economicista de las instituciones”. Se trataba de una maniobra de privatización, de una externalización de los servicios y de la precarización de los mismos. “Y sobre todo -continúa- está ligado a aquello que hace importante a un museo: conservar el patrimonio y crear espacios de conocimiento. Se priorizó el espectáculo, lo que conlleva el vaciado del contenido y de las ideas para poner el énfasis en la comunicación olvidando a los directores, a los comisarios, a los artistas”, denuncia.
Para Guillermo Solana, director del Museo Thyssen-Bornemisza, “estamos al final de un tipo de relación que ha durado casi 30 años y se puede resumir en dos etapas”. La primera va de 1988 a 2008 cuando Thomas Krens tomó las riendas de un Museo Guggenheim de Nueva York en una grave crisis económica. “Para remediarlo inventó el museo como marca global, lo que implica deslocalizar las colecciones y que estas viajen por el mundo en busca de públicos”. El único que ha tenido éxito, matiza, ha sido la sede de Bilbao abierta en 1997. De modo que aquello que parecía una salida “para 2008 estaba condenado”. No obstante, continúa, los estados europeos compraron este patrón hacia 2007, fecha en la que nos encontramos con dos hitos: las galerias Ufizzi prestan a Tokio un Leonardo da Vinci y se acuerda la apertura del Louvre de Abu Dhabi. “Estos dos hechos simbólicos marcan una nueva era en la que los grandes museos públicos europeos demandan más autonomía de gestión, más financiación pública y los estados en la ola neoliberal ofrecen en lugar de autonomía de gestión, privatización, y en lugar de financiación pública, buscar ingresos en el mercado global, en la búsqueda de turistas y en la exportación de obras”, sostiene.
En este contexto se lleva el patrimonio a Asia, a Oceanía, a Oriente Próximo. “Hay clientes con dinero pero sin patrimonio y aparecen museos imperiales, cuyo mejor mejor ejemplo es Málaga como receptora de sucursales internacionales”. Y con ello nace una nueva figura de director de museo imperial: el empresario transnacional. En definitiva, Guillermo Solana sostiene que la economía privatizadora fue en regalo envenenado: se ofrecía mayor libertad y flexibilidad pero estaba ligada a un beneficio a corto plazo. Así, grandes museos entraron en una dinámica insostenible que por el camino destruyó la noción de bien público, de comunidad y de patrimonio cultural, pilares que fueron reemplazados por la elección individual del emprendedor y consumidor. Coincide con su discurso Borja-Villel, que sostiene que “la autonomía tiene que ver con la libertad de creación. Es algo fundamental si queremos proteger la historia, el patrimonio y a los artistas”. Todas las ciudades, añade, “querían tener su propio Pompidou, su Reina Sofía, su Prado y eso es absurdo. Las instituciones no pueden ser narcisistas porque ese es su final”.
"Todos querían tener su propio Pompidou, su Reina Sofía, su Prado y eso es absurdo. Las instituciones no pueden ser narcisistas porque ese es su final”. Manuel Borja-Villel
Para Miguel Falomir, director del Museo del Prado, el inicio de la mutación se puede situar a mediados de los años 80. “El caso del Guggenheim es más amplio, empieza la conversión de los museos en destinos turísticos de masas con grandes proyectos arquitectónicos y se normalizan programas de exposiciones anuales”. Hasta entonces, recuerda, el Prado inauguraba una exposición temporal cada año mientras que para finales de los 90 ya tenían un programa ambicioso. Entonces se notó “cierto clamor, y creo que es un fenómeno global, de que había que tender hacia una autonomía de gestión y capacidad de generar ingresos propios. Era el anhelo que percibí cuando me uní al museo en 1987. Aquellos primeros años fueron buenos pero otorgar cierta autonomía no debe ser sinónimo de un recorte de la aportación del Estado”, apunta. Si bien al principio era ‘tanto más consigues tanto más te doy’, tras la crisis la premisa viró a ‘cuanto más ganas, menos te doy’.
La situación tras la crisis del coronavirus
Joan Matabosch comenta que en Europa los ingresos que los teatros operísticos recaudan de la venta de entradas es de en torno a un 10 y un 20 % frente a un 35 % en Estados Unidos. El director del Teatro Real ve pertinente un cambio de modelo aunque cree que defenderlo pasa “por lo que el estado está haciendo ya: una intervención mayor”. El problema, añade, es que la pandemia “ha provocado su destrucción y si queremos recuperarlo hace falta intervenir de forma activa”. En cualquier caso advierte de que el estado va a tener que estar presente. Por su parte, Javier García, Secretario General del Ministerio de Cultura, considera que una de las conclusiones es que hay “acentuar la coordinación de las instituciones y el ministerio con un diálogo constante. Esta crisis va a durar mucho así que el estado subvencionará a las instituciones durante mucho tiempo, ya no nos podemos retirar”.
"No podemos esperar que los museos generen atracciones de masas, tenemos que ir hacia una dinámica sostenible frente a los posibles cambios económicos", Guillermo Solana
Es cierto que el Covid ha hecho que las visitas se desplomen y, con ellas, los ingresos. En este punto, Manuel Borja-Villel coincide con Serra y reivindica lo público aunque, matiza que “no quiere decir que el dinero no provenga de lo privado sino que tiene que haber una combinación entre ambas”. Desde su punto de vista, un museo tiene que “ser sostenible, estar conectado y ser solidario”. Guillermo Solana también aboga por un metamorfosis: “estamos satisfechos con la respuesta que ha dado el gobierno pero más allá de la emergencia creo que el aparente éxito del modelo actual no solo se ha debido a las buenas circunstancias económicas sino también a razones culturales de fondo que están cambiando. No podemos esperar que los museos generen atracciones de masas, tenemos que ir hacia una dinámica sostenible frente a los posibles cambios económicos”.
También Josep Serra considera que es el momento ideal para cambiar “algo que ya no era bueno antes del covid. Se podrían buscar otras fórmulas como una eventual recuperación del turismo pero deberíamos ser instituciones más abiertas, plurales y comunicativas”. Miguel Falomir asegura que durante estos meses el Museo del Prado ha sobrevivido gracias a su remanente pero advierte de que el reto será el año que viene. Sin embargo, el director de la pinacoteca cree que el modelo actual no ha sido tan negativo. “La gestión y los resultados que pueden ofrecer los grandes museos es remarcable. Podemos pensar que está sujeto a una serie de circunstancias que en algún momento necesitará ajustes y mejoras pero no lo daría por finiquitado”. De modo que su conclusión es que es tan importante la presencia del estado como la capacidad de generar fondos propios y en una situación ideal habría que tender hacia un 50 % - 50 % de financiación.
Por el momento, el mayor reto que Manuel Borja-Villel ve en un horizonte próximo es cómo reconvertir el modelo a medio plazo y cómo sobrevivir hasta entonces. Lo que sí parece casi seguro, al menos en opinión de Guillermo Solana, es que la etapa de las exposiciones temporales multitudinarias como la de Velázquez en los años 90 o la de Dalí en el Reina Sofía en 2013 han acabado porque los intereses culturales están cambiando rápidamente.